Acerca de la portación y tenencia de armas

Alberto Benegas Lynch (h)
Presidente del Consejo Académico en Libertad y Progreso

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

DIARIO DE AMÉRICA.- Es notable el marcado contraste en el continente americano entre el mundo anglosajón y el latino en cuanto a la concepción original de gobierno. En el primer caso, se trató de funcionarios a los que se desconfiaba respecto a las posibilidades de abuso de poder y que, por tanto, había que controlar y limitar severamente en sus funciones al efecto de garantizar los derechos de quienes venían escapados de la intolerancia y la persecución gubernamental. En el sur, en cambio, la idea de gobierno parió con la noción de conquista (salvo casos excepcionales como el extraordinario Fray Bartolomé de las Casas) y el uso de títulos como los de “reverendísimo” “excelentísimo” y sandeces equivalentes que muestran servilismos a todas luces improcedentes dirigidos a meros empleados de ciudadanos libres. Después de la llamada independencia, como pronosticó Juan Bautista Alberdi, dejamos de ser colonos de los españoles para serlo de nuestros propios gobiernos durante buena parte de las historias latinoamericanas. Recién ahora, en Estados Unidos, lamentablemente, se nota una modificación sustancial en dirección a inflamar las atribuciones del Leviatán.

En todo caso en buena parte de la historia estadounidense, la libertad estaba garantizada y cuidada en grado sumo. Su Constitución estableció prioritariamente la tenencia y portación de armas al efecto de defenderse de los agresores a los derechos, comenzando por el gobierno que consideraban una simple repartición para la proteger al ciudadano el cual no debía encontrarse desarmado y desguarnecido, del mismo modo que el titular de una propiedad vigilada por sus empleados no se desarma frente a ellos sino que los controla. Más aún, como ha escrito Leonard E. Read “Hay sin embargo razones para lamentar que nosotros en Norteamérica hayamos adoptado la palabra gobierno. Hemos recurrido a una palabra antigua con todas las connotaciones que tiene el gobernar, el mandar en un sentido amplio. El gobierno con la intención de dirigir, controlar y guiar no es lo que realmente pretendimos. No pretendimos que nuestra agencia de defensa común nos debiera gobernar del mismo modo que no se pretende que el guardián de una fábrica actúe como el gerente general de la empresa” (en Government: An Ideal Concept).

Por su parte S. P. Halbrook en su obra titulada That Every Man be Armed: The Evolution of a Consitutional Right pone de manifiesto el estrecho correlato entre cantidad de homicidios y asaltos con la prohibición de tenencia y portación de armas, y Brian Doherty en Gun Control on Trial muestra que, hasta el momento, la mayor parte de los conocidos tiroteos en ocurridos en lugares públicos en Estados Unidos se originaron en personas que no tenían permiso de portación y tenencia de armas de fuego, ni mostraron inclinación alguna por obtenerlo. Es que como apunta Cesar Beccaria -precursor del derecho penal- el que desea cometer un delito no pide permiso para utilizar armas mientras que la víctima se encuentra en desventaja manifiesta si la obligan a estar desarmada. Escribe Beccaria en On Crimes and Punishments que la prohibición de contar con armas “sería lo mismo que prohibir el uso del fuego porque quema o el agua porque ahoga […] Las leyes que prohíben el uso de armas son de la misma naturaleza: desarman a quienes no están inclinados a cometer crímenes […] Leyes de ese tipo hacen las cosas más difíciles para los asaltados y más fáciles para los asaltantes, sirven para estimular el homicidio en lugar de prevenirlo ya que un hombre desarmado puede ser asaltado con más seguridad por el asaltante”.

No en vano gobiernos como los de Cuba y los Hitler y Stalin del planeta lo primero que decretan es la prohibición para la tenencia de armas y proceden a la confiscación de las existentes. No por casualidad aconsejan la tenencia y portación de armas desde antiguo autores, entre otros, como Cicerón, Ulpiano, Hugo Grotius, Locke, Algernon Sidney, Montesquieu, Edward Cooke, Blackstone, George Washington, George Mason, Adams, Patrik Henry, Thomas Jefferson y Jellinek.

De más está decir que la tenencia y portación de armas implica penas muy graves por el solo hecho de amenazar a otra persona sin que medie defensa propia (o alardear y exhibir el arma), lo cual incluye la responsabilidad penal por el uso irresponsable de armas que pongan en riesgo a vecinos y procedimientos equivalentes y, desde luego, la prohibición a menores y delincuentes por lo que, igual que las licencias para conducir, en este caso se requieren autorizaciones de las respectivas agencias. Pero tan desacostumbrado está el habitante de países latinos respecto a las tradiciones compatibles con la sociedad abierta, que el permitir la tenencia y portación de armas en estas regiones suena extemporánea, fantasiosa y atrabiliaria (obsérvese que siempre es “el otro” el que sería imprudente) y que solo los gobiernos pueden estar armados aunque permanentemente usen la fuerza para exprimir y explotar a los gobernados y los asaltos y homicidios se multipliquen por doquier. Y cuando aparecen inmensos carteles en los que se retrata un monstruo acompañado de la leyenda “¿Permitiría usted que esta persona porte armas?” no parece percatarse que, precisamente, ese será el que use armas contra víctimas indefensas.

El derecho a la defensa propia resulta esencial, para lo que debe comprenderse que en última instancia el problema no radica en las armas peligrosas sino en los sujetos peligrosos. Los asesinos no reparan en leyes que prohíben el uso de armas cuando estas existen o, de lo contrario, cuando rigen requisitos para sus respectivas adquisiciones y, en cualquier caso, siempre sacan partida de personas indefensas tal como lo demuestra, por ejemplo, la masacre de la semana pasada en Aurora y las anteriores de Oakland, Ohio, Orlando, Fort Hood, Virginia Tech y Columbine. Los terroristas tampoco atienden normas ni restricciones de ninguna naturaleza, pero el problema se agrava exponencialmente cuando las víctimas estás obligadas a estar desarmadas tal como ocurrió en los horripilantes hechos del 11 de septiembre de 2001 que, a pesar de las reiteradas propuestas de dos transportadoras aéreas en relación a nuevos armamentos con un mínimo de detonación en vuelo, una ley federal prohibía a la tripulación estar armada por lo que los homicidas pudieron perpetrar sus crímenes con cuchillitos de plástico.

Nada que esté al alcance de los mortales será perfecto, de lo que se trata es de minimizar problemas y, tal como lo demuestran los estudios antes mencionados y las propias declaraciones de delincuentes de gran peligrosidad, resulta inmenso el poder disuasorio para un violador el hecho de conjeturar que su posible víctima pueda estar armada.

Hace pocas semanas se trasmitió con bombos y platillos por muy diversos medios periodísticos argentinos y extranjeros la noticia que dos encapuchados asaltaron una conocida joyería ubicada en las instalaciones del Alvear Palace Hotel, uno de los hospedajes más elegantes y concurridos de la ciudad de Buenos Aires, y se dieron a la fuga con un suculento botín, negocio que estaba vigilado por guardias privados…¡pero obligados a estar desarmados debido a la legislación vigente!

*Publicado en Diario de América, New York
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