Iván Carrino
Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Lo bueno de algunas declaraciones de los funcionarios públicos es que permiten abrir el debate a ideas que, lamentablemente, parecen haberse dejado de lado.
El último caso es el del contador, diputado y ex viceministro de economía de la República Argentina, Roberto Feletti que, en relación a las restricciones cambiarias existentes, declaró que “hasta que el peso se convierta en una moneda de reserva de valor, va a ser necesario mantener estas restricciones”. A este podemos agregarle las más recientes conclusiones de la presidenta del Banco Central Mercedes Marcó del Pont, que sentenció que los controles cambiarios se deben a que “Hay que ahorrar en moneda local, como sucede en todos los países del mundo”.
Luego de estas aseveraciones, entonces, se hace imperioso recordar lo que el economista austriaco Carl Menger enseñara a la ciencia económica hacia finales del 1800.
En su artículo titulado “El origen del dinero”, publicado en The Economic Journal de 1892, Menger se propuso resolver el misterio que rodeaba a ciertas mercancías que se convertían en “medios de cambio universalmente aceptables”. Es decir que buscaba explicar cómo pasaron las sociedades del intercambio directo (trueque) al intercambio indirecto de la actualidad en el que todos aceptamos el dinero como medio indirecto para satisfacer nuestras necesidades.
La razón que Menger encuentra (y que luego toda la ciencia económica suscribirá) es que ciertas mercancías poseen la cualidad de tener más “liquidez” que otras. En este sentido, una mercancía es más líquida si puede venderse con mayor facilidad en el mercado “en el momento conveniente, a los precios solicitados actuales” o con la “menor disminución en estos”.
Lo que se desprende de esta afirmación es que una mercadería se convierte en dinero cuando es más líquida que las demás y esto mismo implica que dicha mercadería preservará su valor en el tiempo, ya que es aquella que puede venderse “en el momento conveniente” con el menor descuento posible. Como vemos, en Menger el concepto de reserva de valor ya está contenido en el de liquidez.
Ahora bien, veamos si el peso, la moneda nacional, es “líquido” en términos de Menger. Si se lo compara con el resto de los bienes de la economía ¿puede el tenedor de pesos solicitar la misma cantidad de bienes en distintos momentos convenientes? La respuesta es negativa. El peso, gracias a la inflación, ha perdido grados de liquidez. Y es ello lo que hace que los ciudadanos busquen bienes relativamente más líquidos, como es el caso del dólar, encareciendo acá una moneda que en el mundo se deprecia.
Volviendo al inicio, cabe preguntarse: ¿Es siquiera posible convertir al peso en reserva de valor y hacer que la gente ahorre en pesos mediante controles cambiarios? La respuesta de Menger sería rotundamente que no ya que el dinero es dinero (y, por tanto, reserva de valor) por su característica intrínseca de liquidez, algo que el peso pierde sistemáticamente y a pasos agigantados.
De esta forma, pensar que podemos volver líquido al peso prohibiendo de facto la compra de otras mercaderías es como suponer que podemos evitar la caída del cabello poniéndonos una venda a presión alrededor de la cabeza. La venda no solo no evitará la caída del pelo, que responde a otras causas, sino que, encima, afectará la calidad de vida de quien la use. Con el dólar, el peso y el control de cambios, pasa exactamente lo mismo.