Iván Cachanosky
Lic. en Administración de Empresas. Magister en Economía Aplicada de la UCA. Doctorando en Economía en la UCA.
INFOBAE.COM.- Toda corriente económica, sin importar su inclinación, intenta buscar la mejor manera para que los países progresen. El fin es el mismo: más bienestar para todas las personas. Es en los medios para llegar a dicho fin donde difieren los economistas; aunque pareciera ser que en el largo plazo se alcanzó una opinión en común: la clave es la inversión.
Este punto era marcado por los economistas clásicos al destacar la importancia del ahorro para poder realizar inversiones, punto que fue criticado por el economista John Maynard Keynes. Sin embargo, luego del fracaso empírico de la curva de Phillips en los 70, las ideas keynesianas perdieron validez y comenzaron a escucharse las voces neoclásicas, que rearmaron sus modelos con un mayor grado de complejidad matemática, pero sólo para llegar a la misma conclusión: la clave es la inversión.
Una vez reconocido este punto, el secreto se encuentra en generar las condiciones necesarias para atraer inversiones. Uno de los puntos importantes que analizan quienes invierten es si el país en el que van a invertir tiene la capacidad de solventar su deuda, es decir, analizan la solvencia intertemporal de los gobiernos e invierten en aquellos que son solventes. Es aquí donde sistemáticamente ha fallado la Argentina en las últimas décadas, ya que no sólo se trata de atraer inversiones, sino de obtener la inversión adecuada o eficiente.
En los años 80, el país se encontraba muy lejos de poder pagar su deuda y la decisión del gobierno de turno fue aplicar un señoreaje agresivo que derivó en la hiperinflación del 89. Para solucionar este problema, el ex presidente Carlos Menem estableció la convertibilidad. En aquel entonces era muy difícil aplicar un incremento en la política fiscal y además no podía emitirse debido a la convertibilidad, por lo que la financiación vino por parte de las privatizaciones. Sin embargo, en los 90, el gobierno menemista continúo endeudándose y disminuyendo así las posibilidades de obtener inversiones rentables.
La deuda argentina continuó creciendo a grandes pasos hasta que se volvió insostenible obligando al ex presidente De la Rúa a abandonar su cargo. Finalmente, en el 2001, en el interinato de Rodríguez Saá, se decide declarar el default, lo que significó lisa y llanamente no reconocer la deuda que tenía el país. Una vez más, se tomó una decisión que implicaba ahuyentar inversiones, pilar base del crecimiento y desarrollo económico.
El ciclo kirchnerista, por su parte, aprovechó el reciente “desendeudamiento coercitivo” y tuvo la suerte de contar con el boom de los commodities, lo que oxigenó las cajas del Tesoro Nacional. También nos favoreció la política cambiaria adoptada por Brasil. A pesar de estas ventajas, el gobierno kirchnerista se las ingenió para espantar más que nunca la posibilidad de atraer inversiones. En este caso, el principal problema es el poco respeto por las instituciones. Los ejemplos sobran: Ley de Medios, Repsol-YPF, Aerolíneas Argentinas, Anses, los dibujos del Indec, etc. Diversos índices relacionados con la institucionalidad (Índice de Calidad Institucional, Índice de Propiedad Privada) muestran que la Argentina se encuentra cada vez peor. El último índice (publicado hace pocas semanas) de Transparencia Internacional ubica a la Argentina en el puesto 100 de 183 sacando sólo 3 puntos de 10, siendo los que tienen este último porcentaje los menos corruptos.
Todos estos puntos son un llamado fuerte de atención para la Argentina, que de una u otra manera siempre se las arregla para ahuyentar capitales y evitar un crecimiento sostenido en el largo plazo. El Institute of International Finance estima que en 2012 la Argentina captó solo el 3% de la inversión extranjera directa de la región. Convendría comenzar a pensar menos en el corto plazo y más en el largo plazo para realmente erradicar los problemas de pobreza, inflación, inseguridad que acechan al país. Keynes sostenía que “en el largo plazo estamos todos muertos”. Sin embargo, han pasado más de 70 años y la humanidad aún está aquí. Prestarle atención al largo plazo en cuestiones institucionales y de inversión podría solucionar muchos de los problemas actuales de la Argentina.