Iván Carrino
Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
INFOBAE.COM.- El principal problema económico de la Argentina es la inflación, que nos ubica (al llegar al 26%) en los primeros puestos del ranking mundial y en el segundo en la región. Sin embargo, hay algo que es todavía peor: los funcionarios públicos no tienen la más remota idea (o la más remota gana) de cómo combatirla de manera seria.
Como consecuencia, Argentina se encuentra en el peor de los mundos ya que sufre, no solo de una inflación galopante, sino de las consecuencias de los controles de precios, lo que agrava aún más las cosas.
El primer problema del “combo” inflación más controles de precios es, como indica cualquier libro de texto, la escasez. A medida que los precios suben, también suben los costos de producción. Entonces, si al Moreno de turno se le ocurre poner un freno a los precios, habrá empresas que deberán cerrar sus puertas debido a que se les acabará el margen de ganancia. En ese contexto, aparecerá la escasez, algo que en el caso venezolano llega a niveles tragicómicos, pero que ya se evidencia en los cartelitos de algunas góndolas de nuestros supermercados.
En segundo lugar, cuando a la inflación (que, por sí misma, es la gran distorsión del sistema de precios relativos) se le suman los controles, lo que pasa es que todos los precios se vuelven prácticamente locos. Así es como “Estacionar en una playa privada de la Capital cuesta diez veces más que en los parquímetros públicos” o “se paga casi lo mismo por la factura de gas de todo un año que por un suéter”.
Esta situación genera un consumo excesivo de los productos artificialmente abaratados y, por ende, una pésima calidad de servicio de los mismos, algo que es evidente tanto en el caso de la infraestructura del transporte como en el caso energético, ya que vivimos en un país donde cuando hace frío se corta el gas y cuando hace calor nos quedamos sin luz.
Por último, este combo de la ignorancia económica también ayuda a incrementar las diferencias sociales, ya que las empresas productoras de bienes con precios controlados intentan evadir la regulación discontinuando productos y creando nuevos pero de líneas “premium”. La consecuencia: desabastecimiento para los pobres y “distinción” para los ricos.
El cuento de los gobiernos populistas siempre empieza con las mejores intenciones. Un poquito de inflación para crecer y unos controles para que los sectores populares no queden marginados.
Sin embargo, los resultados – en la forma de escasez, crisis energética, crisis de infraestructura (con tragedias incluidas) y mayor brecha entre ricos y pobres – prueban que de buenas intenciones está lleno el camino al infierno económico.