¿Por qué no crecen los países? La Argentina y la tentación populista

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

Desde Adam Smith los economistas se preguntan por qué crecen los países. Igualmente importante es preguntarse por qué dejan de crecer. Para los argentinos esta es una pregunta muy relevante. En el ranking mundial de PBI per cápita de 1910 Argentina ocupaba la octava posición, hoy se encuentra arriba de 50. No hay otro país que haya experimentado una declinación semejante.

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Según los economistas la productividad es la clave del crecimiento. Pero la cuestión es que factor o factores explican las diferencias de productividad entre países. Una teoría sostiene que la ubicación geográfica es el factor determinante. Basta observar un grafico comparando el nivel de PBI per cápita y la distancia al trópico para ver por qué: los países más cercanos a la línea del Ecuador son en promedio mucho más pobres. Pero esta teoría no explica la prosperidad de países tropicales como Singapur y Hong Kong, ni las diferencias entre Australia y Argentina, ni entre Botswana (US$7.191) y Zimbabwe (US$785). Evidentemente hay otro factor o factores en juego.

Según otra teoría ese factor es el origen cultural o religioso de una sociedad. Se argumenta que la ética protestante o los valores del confucionismo son esenciales para el desarrollo económico o que los países de cultura hispana son menos prósperos que los anglosajones. Pero esto no explica porque en 1980 la economía argentina era siete veces el tamaño de la chilena y hoy menos del doble, ni porque Corea del Norte, a pesar de contar con una población con la misma etnia y los mismos valores culturales y religiosos, tuvo un crecimiento mucho más bajo que Corea del Sur, ni porqué los chinos de Singapur, Taiwan y Hong Kong lograron crecer mientras la China Maoista se estancaba. Es decir que hay otro factor determinante de las diferencias de riqueza entre los países.

Otra teoría sostiene que ese factor es la abundancia de recursos naturales. Así lo confirmaría el ejemplo de EE.UU., Canadá, Australia y Noruega. Sin embargo, Japón, Suiza y Singapur no tienen recursos naturales y se encuentran entre los más prósperos del planeta. El contraste entre Noruega y Ecuador es notable. Ambos países descubrieron enormes yacimientos de petróleo en la misma época (fines de 1960). Pero el ingreso per cápita de Ecuador hoy equivale al 5% del de Noruega (en 1970 representaba el 10%). Indudablemente los recursos naturales son importantes pero no determinantes. Hay otro factor que explica la diferencia de riqueza entre los países.

Ese factor es la manera en que una sociedad decide organizarse. Es decir, sus instituciones, que no son más que las reglas de juego que definen tanto los incentivos para desarrollar una actividad económica como la distribución el poder (por ejemplo, la Constitución). Las instituciones pueden ser “incluyentes” o “extractivas”. Las primeras se basan en el respeto al derecho de propiedad y los contratos, la igualdad de oportunidades, una amplia participación ciudadana en la elección de los gobernantes, la división de poderes y la existencia de límites al poder ejecutivo. Las segundas sirven para que un grupo o sector de la sociedad controle el poder y “extraiga” recursos de otros sectores. Cuanto más “extractivas” son las instituciones de un país, menor es su crecimiento. Vulnerar el derecho de propiedad, es “arrebatar a la producción sus instrumentos, es decir, paralizarla en sus funciones fecundas, hacer imposible la riqueza.” Esto, que Alberdi explicó tan claramente hace 150 años, constituye la base de la teoría del crecimiento centrada en las instituciones.

Hay países con instituciones políticas “extractivas” que han logrado crecer rápidamente. Tal es el caso de China en las últimos dos décadas. Pero lo han hecho gracias a que implantaron instituciones económicas más “incluyentes”. Con el paso del tiempo uno u otro tipo de instituciones predomina sobre el otro. En el caso de Corea del Sur, un régimen autoritario estableció instituciones económicas “incluyentes” que con el paso del tiempo contribuyeron al surgimiento de un régimen democrático. En el caso de Venezuela, instituciones “extractivas” en la esfera económica (dirigismo) han llevado a instituciones cada vez más “extractivas” en el ámbito político (es decir, más autoritarismo). Aunque las instituciones económicas incluyentes son una condición necesaria y suficiente para al crecimiento sostenible a largo plazo, las instituciones políticas “incluyentes” (como la democracia) son necesarias pero no suficientes. Sin un sistema judicial independiente, respeto por los contratos y al derecho de propiedad, son imposibles la innovación y el espíritu emprendedor, dos ingredientes claves para que una sociedad prospere.

Justamente la calidad institucional explica por qué países ricos en recursos naturales muchas veces se estancan. Este fenómeno, que los economistas han dado en llamar la “maldición de los recursos naturales”, es aplicable a países como Nigeria, que a pesar de contar con enormes reservas de petróleo, no han logrado escapar del subdesarrollo. En América Latina esta maldición también existe. Países con patrones culturales similares, gobernados por regímenes democráticos y ricos en recursos naturales han adoptado estrategias de crecimiento y marcos institucionales radicalmente diferentes. Un grupo, que incluye a Venezuela, Argentina, Bolivia y Ecuador, optó por instituciones económicas “extractivas” signadas por un creciente intervencionismo. Otro, que incluye a Chile, Colombia, México y Perú, adoptó instituciones económicas “incluyentes” y estables. Todo indica que en 2013 el crecimiento del PBI será en promedio un 1,7% superior para el segundo grupo. Si se mantuviera ese diferencial de crecimiento (que sería mayor aún si consideramos los últimos 25 años), dentro una generación el PBI de Chile y Colombia superaría al de Argentina y el de Perú sería un 10% inferior (en 1980 representaba el 10% del PBI argentino).

La pobre calidad de nuestras instituciones explica porqué Argentina perdió posiciones frente a América Latina y el resto del mundo en el último siglo. Los índices de calidad institucional de la Argentina de largo plazo muestran un claro deterioro a partir de 1930. Y aunque a partir de 1983 hubo una mejora en la calidad de las instituciones políticas, la calidad de las instituciones económicas hoy está prácticamente al mismo nivel que en 1970. Los cambios arbitrarios e imprevisibles de las reglas de juego han tenido un efecto deletéreo sobre el crecimiento.

Ante una evidencia tan contundente, la pregunta obvia es por qué nuestros gobernantes insisten en imponer reglas de juego contrarias a los intereses de la sociedad. La moderna teoría de las instituciones tiene la respuesta. Adoptan estas reglas de juego porque son las que mas les convienen, ya que les permiten mantenerse en el poder. Esta teoría también explica porqué luego de diez años de viento de cola, la Argentina enfrenta serios problemas de infraestructura. Al aumentar los recursos controlables por nuestros gobernantes, el auge en el precio de los commodities hizo aún más valiosa su permanencia en el poder. De ahí que adoptaran políticas clientelistas (aumento del empleo público, subsidios, etc.) que, aunque generaron una mala asignación de recursos para la sociedad, les permitieron ganar elecciones.

En vez de invertir los recursos adicionales generados por el boom para modernizar el país, la política económica del gobierno fomentó el consumo y llevó a una creciente descapitalización. Algo parecido sucedió durante el primer y segundo gobierno de Perón y en ambos casos la consecuencia inevitable fue una seria crisis económica. Debido a una debilidad institucional crónica, desde 1940 cada boom en el precio de los commodities agrícolas nos ha llevado a la tentación populista. Una maldición más trágica que la de Sísifo, ya que en cada iteración se profundizó la decadencia.

*PUBLICADO EN LA ERA DE LA BURBUJA, 25 DE OCTUBRE DE 2013