El costo de la huelga

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.

paro-buenos airesToda huelga general genera un freno en la producción. Si la huelga es por un día, es un día en que se dejan de generar bienes y servicios. Como el nivel de vida de la población depende de los bienes y servicios a los que puede acceder con su salario, al producirse menos bienes y servicios, es inevitable que una huelga produzca más pobreza.

¿Cuánto le cuesta una huelga nacional al país? Si uno quiere cuantificar la respuesta, el camino más sencillo es dividir el PBI anual por la cantidad de días hábiles (restar los fines de semana y los feriados) y, de acuerdo a los datos del Indec -no muy confiables- el costo sería de unos $ 3000 millones por cada día de huelga.

Sin embargo, hay otros costos no directos, como la inseguridad para las empresas o la rentabilidad de las empresas. Eso genera menos bienes y, finalmente, las huelgas terminan produciendo caídas del salario real. Porque bueno es insistir en que no hay que dejarse engañar por la cantidad de billetes que uno tiene en el bolsillo, sino por la cantidad de bienes que hay en la economía para poder consumir.

En general, con las huelgas, los dirigentes sindicales buscan obtener una porción mayor del ingreso nacional (bienes y servicios producidos) sin tener en cuenta si la productividad de la economía permite pagar esos mayores salarios, en vez de propiciar condiciones institucionales que atraigan inversiones competitivas que obliguen a las empresas a pagar más salarios por el aumento de la demanda laboral en base a mayor producción. Lamentablemente, hoy los dirigentes sindicales hacen una huelga pero parecen estar lejos de comprender que su nivel de vida no mejorará en la medida que no tengamos disciplina fiscal, monetaria y seguridad jurídica. Su discurso se parece al del Gobierno. Todo se limita a distribuir lo que hay y no en pensar cómo se aumenta la cantidad de bienes y servicios.

El problema que hoy tenemos es que el que le quita el poder de compra a los salarios es el Estado no ajustando el mínimo no imponible de Ganancias, aplicando el impuesto inflacionario, el tarifazo que se viene y al hacer lo imposible por espantar las inversiones que crean puestos de trabajo.

Durante ocho años vivimos una fiesta artificial de consumo y los recursos para sostenerla ya se agotaron. Como el Gobierno no quiere bajar el gasto público en términos nominales eliminando gastos que no debería hacer el Estado y con sobreabundancia de empleados públicos gracias al clientelismo político, le transfiere el costo al sector privado, empresas y trabajadores. El Gobierno seguirá dilapidando recursos y la gente tendrá menor nivel de vida para sostener un gasto público exorbitante e ineficiente.

Dicho de otra manera, llegó la hora de la verdad. Durante ocho años encandilaron a la gente haciéndole creer que mágicamente podía consumir más. Comprar televisores, electrodomésticos o autos sin mejorar la productividad de la economía. Por el contrario, disminuyeron la productividad de la economía al destruir stock de capital existente.

De alguna forma, también puede interpretarse esta huelga como una protesta contra la presión impositiva que aplica el Gobierno en forma directa y vía el impuesto inflacionario. Una rebelión fiscal pacífica.

Curiosa situación la que vive hoy la Argentina con el sindicalismo. El Gobierno no quiere asumir el costo político de corregir todos los errores económicos que ha generado. Y el sindicalismo no termina de comprender que las soluciones que propone para defender a sus afiliados no difieren demasiado de lo que hace hoy el kirchnerismo.

En la medida que los dirigentes sindicales no comprendan que la economía funciona muy diferente a lo que ellos proponen, seguiremos viviendo estas crisis recurrentes, más o menos cada diez años, en que pasamos de la euforia del consumo a la depresión de la recesión y la caída en el nivel de vida de la población. Ahí reaccionan los dirigentes sindicales. Pero, lamentablemente reaccionaron tarde. El mal ya está hecho.

*Publicado originalmente en La Nación