Piketty y el debate sobre desigualdad

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

Wall-Street

AMBITO.- En anteriores columnas he tratado el problema de la desigualdad en el mundo desarrollado, especialmente en EE.UU. e Inglaterra. La publicación del libro del economista francés Thomas Piketty ha reavivado el debate. Generalmente, la reacción de muchos liberales es cuestionar las estadísticas. Es decir, argumentar que la desigualdad no ha aumentado. En mi opinión, esto es un error. La desigualdad ha aumentado. No sólo las estadísticas sino también la evidencia anecdótica sugieren que es así. Por lo menos en esos dos países, que conozco bien. También es un error sostener que el aumento progresivo de la desigualdad no es un problema. Justamente es esto lo que empuja a muchas sociedades a votar por la solución facilista que propone el populismo.

El problema es de diagnóstico. Piketty, emulando a Marx, propone una ley inexorable del capitalismo según la cual en las próximas décadas la desigualdad aumentará a niveles intolerables. Esta no es más que la contracara de la tesis de la pauperización creciente del proletariado que proponía el autor de Das Kapital y que los hechos han refutado. La ley que propone Piketty no existe. Como explicó Schumpeter hace más de setenta años, argumentar que bajo el capitalismo la desigualdad tiende aumentar no se sustenta sobre ningún argumento teóricamente válido. Y como han señalado desde Tyler Cowen a Larry Summers, la teoría que propone Piketty tiene serias inconsistencias. Además, su interpretación de los datos y la solución que propone (un impuesto global de 80% a la riqueza) denotan un total desconocimiento de la realidad. Este señor definitivamente vive en una torre de marfil. Es notable que su libro haya tenido la difusión que ha tenido (200.000 copias vendidas de las cuales probablemente menos del 10% han sido leídas). Indudablemente, es un reflejo del espíritu de la época (y del apoyo que recibió de los Nobel Krugman y Stiglitz).

En un artículo reciente, el economista Kenneth Rogoff señaló acertadamente que aunque uno argumentara que en los últimos cuarenta años el capitalismo ha generado mayor desigualdad en EE.UU. e Inglaterra, la realidad es que a nivel global la ha reducido. Es decir, hay mayor convergencia en el ingreso per cápita entre países que hace cuarenta años. La mayor parte de la población del planeta ha experimentado un aumento de su estándar de vida y la pobreza ha disminuido gracias al capitalismo y no gracias a los experimentos utópicos como los que plantea Piketty. Por otra parte, si éste tuviera razón (es decir, si el rendimiento del capital inexorablemente superará al crecimiento del PBI per cápita), en vez de gravar la riqueza lo que habría que hacer es privatizar el sistema de seguridad social.

Pero como mencioné más arriba, el problema es que Piketty aparentemente no entiende como funciona la economía norteamericana ni el modelo capitalista anglosajón (que es distinto a otros, como el que impera en Alemania). Gran parte del aumento de la desigualdad en EE.UU. en las últimas cuatro décadas proviene de una distorsión en el sistema financiero. Esta distorsión no es consecuencia del capitalismo ni de los mercados libres sino de una combinación de shocks y de poder de lobby. Me refiero específicamente a la estructura del sistema financiero que desde fines de los ochenta ha permitido y promovido su excesivo apalancamiento. Esto ha llevado al surgimiento de mega instituciones financieras que son “demasiado grandes para caer” y por ende terminan siendo rescatadas con fondos públicos. La crisis global de 2008 demostró la fragilidad de un sistema financiero excesivamente apalancado. Los bancos son las únicas empresas que pueden endeudarse más de diez veces en relación a su capital. Como ha demostrado el economista Anat Admati, semejante apalancamiento no es necesario para que desarrollen su actividad de intermediarios, que es esencial para la economía.

A esta particular estructura del sistema financiero se sumó una distorsión en la política monetaria que se conoce como el “put de Greenspan.” A partir de la crisis de octubre de 1989, la Reserva Federal adoptó el criterio de que más fácil que pronosticar una burbuja era rescatar a los bancos y a los mercados una vez que estallara. Durante las décadas siguientes, esto en efecto significó un subsidio masivo del estado al sector financiero y a los inversores en general. También generó incentivos perversos que contribuyeron a desencadenar las crisis de 2000 y 2008.

Coincidentemente con estos cambios, a fines de los ochenta surgieron los “hedge funds” y los fondos de “private equity” que junto con los bancos hoy dominan el mercado financiero. Los dos primeros han sido no sólo los grandes beneficiarios del “put” de Greenspan y del apalancamiento creciente (esencia de su estrategia de inversión) sino que también, como lo demuestran las estadísticas, en gran medida explican gran parte del aumento de la desigualdad del ingreso y la riqueza en Estados Unidos. Y esto no tiene nada que ver con el capitalismo.

De hecho, luego de la crisis del treinta el economista liberal Henry Simons propuso una transformación radical del sistema bancario para eliminar su inestabilidad.  Su propuesta consistía en separar la función de crédito de la función de creación de dinero. De haberse adoptado una propuesta como la de Simons la burbuja de crédito y endeudamiento que llevó a la crisis de 2008 no habría ocurrido. Tampoco habría fomentado la gigantización de los bancos ni las apuestas asimétricas y la compensación exagerada de sus ejecutivos.

Para resumir, en EE.UU. la desigualdad ha sido en gran medida consecuencia de un creciente apalancamiento del sector financiero. El apalancamiento promueve el gigantismo, lo cual a su vez requiere los mega rescates cuando estallan las crisis. Es decir, el apalancamiento funciona como una opción “call”, es decir una apuesta asimétrica. Cuando los mercados suben, los ejecutivos de los bancos y los hedge funds ganan fortunas. Cuando caen, sus pérdidas son financiadas por todos los contribuyentes. Aunque el sistema financiero se presenta como un baluarte del capitalismo, en realidad ha sido el gran beneficiario de un subsidio masivo del gobierno. No se trata de eliminar a los bancos, hedge funds y fondos de private equity, que cumplen una función esencial en la economía. Se trata de eliminar las distorsiones que los favorecen injustamente y los subsidios implícitos y explícitos a una actividad que no los necesita para operar eficientemente.

Todo esto tiene poco que ver con la realidad argentina. En nuestro país la pobreza y la desigualdad han aumentado y siguen aumentando, lo cual es muy preocupante. Pero no se puede culpar por ello al capitalismo, ya que no existe. Desde hace setenta años la Argentina vive bajo un “capitalismo sin mercado y un socialismo sin plan.” Es un sistema que asegura la pobreza creciente y la desigualdad.

Publicado en Ámbito Financiero