Emilio Ocampo
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Las reacciones que ha despertado el caso Luis Suárez ilustran un problema cultural cuya significancia excede en mucho el ámbito futbolístico. Con su actitud autodestructiva, Suarez, uno de los futbolistas mejor pagados del planeta, no sólo dañó la imagen de Uruguay sino que además comprometió las chances de su equipo en el Mundial. Sin embargo, luego de su expulsión del torneo fue recibido como un héroe nacional y en su país nadie se atreve a criticarlo, al menos públicamente. Es decir, mientras que en el resto del mundo la mayoría de la gente considera deplorable y sancionable la actitud del jugador, la mayoría de los uruguayos (y también ciertos comentaristas de la Argentina) intentan justificarlo y sostienen que la sanción que se le aplicó es evidencia de una conspiración internacional urdida por la FIFA, Brasil, Inglaterra e Italia.
El razonamiento que utilizan quienes así piensan surge de una particular manera de interpretar el mundo. Los psicólogos definen la mentalidad conspirativa como una obsesión por explicar todo lo negativo que le ocurre a una persona, un país o al mundo como consecuencia de una conspiración siniestra urdida en secreto por una elite con intenciones perversas. Las conspiraciones indudablemente existen. El problema surge cuando constituyen la base sobre la que un individuo interpreta la realidad.
La mentalidad conspirativa se guía por tres principios fundamentales: primero, nada ocurre por accidente; segundo, nada es lo que parece; y, tercero, todo está conectado. Es decir, para quienes creen en las teorías conspirativas todo lo que sucede es el resultado buscado de una decisión que forma parte de un “plan maestro” urdido por poderes ocultos que buscan únicamente su beneficio. Las apariencias engañan porque esos poderes obviamente quieren confundir a la opinión pública y ocultar su identidad. Y cómo todo obedece a un plan maestro, hay conexiones que no son obvias a simple vista pero si para el investigador diligente, que para demostrar su teoría se basa en relaciones irrelevantes o inexistentes y construye organigramas de poder imaginarios. Como explica el politólogo norteamericano Michael Barkun: “No sólo los eventos no ocurren al azar sino que la clara identificación del mal le da a quien cree en las teorías conspirativas un enemigo definido contra el que puede luchar, lo cual le da un sentido a su vida.”
Varios estudios confirman que quienes creen en teorías conspirativas viven en entornos caracterizados por la anomia, la falta de confianza y la inseguridad laboral. Otros estudios han confirmado que también influyen el autoritarismo y un bajo nivel de auto-estima. En general quienes están mas predispuestos a creer en teorías conspirativas son aquellos individuos que experimentan enajenación, impotencia y resentimiento.
Esto explica por qué en sociedades decadentes o subdesarrolladas la mentalidad conspirativa está tan arraigada. El subdesarrollo en gran medida es un problema cultural. Esto es así por varias razones. En primer lugar, la mentalidad conspirativa impide el proceso de aprendizaje tanto a nivel del individuo como el de la sociedad. Es decir, en vez de corregirse, las conductas o actitudes autodestructivas se justifican y perpetúan, generándose un círculo vicioso del cual es muy difícil salir. En segundo lugar, tanto la mentalidad conspirativa como el resentimiento que genera son antitéticas a la confianza. Ésta es a su vez es esencial para el progreso, que requiere coordinación y cooperación entre personas que apenas se conocen entre sí. Es decir, la confianza es un ingrediente clave para el desarrollo económico y cívico de una sociedad.
Otro problema relacionado con el anterior es que el resentimiento que inevitablemente genera la mentalidad conspirativa constituye una materia prima dúctil que los líderes populistas aprovechan para beneficio propio. Según Nietzche, el resentimiento es una enfermedad psicológica que afecta a quienes responsabilizan a otros por su posición en la sociedad. Desde su perspectiva, fomentarlo era una manera de disminuir al hombre y hacerlo más mediocre. De ahí su crítica al socialismo, al que consideraba no una ideología sino la expresión política del resentimiento y una metodología para llegar al poder. La prédica de una falsa “moralidad altruista” al servicio del egoísmo (o la ambición) personal era en opinión de Nietzche una de las grandes mentiras del siglo XIX. Es una mentira que los líderes populistas han abusado con gran efecto desde entonces. Al fomentar el resentimiento, el populismo inevitablemente socava las bases de la democracia, ya que como explica el sociólogo Héctor Leis, “cuanto mayor sea la reivindicación de inocencia y falta de responsabilidad de individuos y grupos frente a su bajo desempeño social y político, mayor será́ el odio y menor la capacidad de la sociedad para construir mecanismos de estado con validez universal.”
Como el tema da para mucho mas que un simple artículo, vale la pena a esta altura rescatar algunas conclusiones. En primer lugar, Suárez es el principal responsable de lo que le ha ocurrido a él y a la selección uruguaya. Negarlo sólo contribuirá a que no modifique su conducta. Y si no la modifica, tanto él como la selección uruguaya se verán perjudicados. Que la sanción haya sido excesiva o que la FIFA sea corrupta son temas discutibles pero secundarios. Algo parecido se puede decir respecto a la Argentina. Los principales responsables de lo que pasa en el país desde hace décadas no son los fondos buitres, el FMI o el capitalismo financiero internacional sino los argentinos. Tanto el problema como su solución están dentro de nuestras fronteras. Cuanto antes nos demos cuenta, más chances tendremos de resolverlo.