El alto costo de una tradición argentina: ir a contramano

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

Argentina vs. Brasil

ÁMBITO.- Para Juan Bautista Alberdi no se podía entender la historia argentina sin tener en cuenta el contexto internacional. La diferencia era de raíz, ya que según Alberdi la mayoría de los historiadores argentinos incurrían en “el grave error” de atribuirles “a nuestros guerreros la independencia que nos han dado los acontecimientos de la Europa y del mundo”. Este error perdura y no es inocuo. El “ombliguismo” es una manera de interpretar la realidad que alimenta un nacionalismo pueril. La historia argentina de los últimos doscientos años es la historia de cómo nuestros gobernantes interpretaron lo que ocurría en el resto del mundo y cómo reaccionaron. Errar en lo primero implica errar en lo segundo. El problema para los “ombliguistas” es que el mundo tiene mucho más impacto sobre la Argentina que la Argentina sobre el mundo.

Esta disquisición viene a cuenta del aniversario de los cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial. Este conflicto transformó al mundo entero y sus consecuencias reverberan hasta hoy (especialmente en el Medio Oriente). Aunque la Argentina no fue contendiente, el impacto de la guerra fue brutal, especialmente desde el punto de vista económico. Recién en 1920 el PBI alcanzó el nivel logrado en 1913.

El inicio de la Primera Guerra Mundial opacó otro acontecimiento que también tuvo enorme impacto sobre la Argentina: la apertura del Canal de Panamá. Ya en 1843, el embajador argentino en Washington, Carlos de Alvear, había advertido de la existencia de un proyecto norteamericano para construir un canal transoceánico en Centroamérica. Alvear vaticinó que una vez que esto ocurriera, toda la actividad comercial hacia el Pacífico tomaría esa dirección. El impacto geopolítico del canal no parece haber sido seriamente considerado por la elite gobernante. Pero no se le pasó por alto a Ortega y Gasset, quien en 1916 visitó la Argentina. El filósofo español advirtió que “entre los fenómenos más claros que pudieran sospecharse después de la guerra se halla el probable desplazamiento del centro de gravedad en las grandes luchas comerciales desde el Atlántico al Pacífico. Dos pueblos se preparan para combatir por la hegemonía económica de ese mar traspuesto”.

Con la apertura y el control del canal, Estados Unidos se consolidó como la principal potencia comercial del mundo. Buenos Aires dejó de ser puerto de recalada obligada para todo el comercio transoceánico y pasó a ser un puerto secundario. Esto a su vez contribuyó al aislamiento progresivo, no sólo comercial, sino también cultural, de la Argentina.

Ambos eventos, la guerra y el canal, marcaron un hito en la decadencia del Imperio Británico, en cuya órbita comercial giraba la Argentina. Para evitar ese mismo destino, el país debía diversificar su comercio exterior, desarrollar su industria y su sistema financiero, y, como mínimo, no desafiar abiertamente los intereses de la potencia emergente. El problema es que entonces, al igual que hoy, existía un fuerte resentimiento antinorteamericano en la sociedad argentina. Hace cien años a Estados Unidos se lo percibía como un rival, no desde una posición de inferioridad, sino casi de igualdad. Así lo confirmó el geógrafo francés Eliseo Reclus, quien observó que”al argentino le gusta comparar su rol en la historia del mundo con el de Estados Unidos”. 

Esta percepción de los argentinos respecto de su grandeza y excepcionalidad contrastaba con el retraso cada vez más evidente de su economía en relación con la de los norteamericanos. Mientras en 1908 el PBI per cápita de la Argentina era un 80% del de Estados Unidos, 35 años más tarde no alcanzaba al 40%. Inevitablemente esto contribuyó a alimentar el resentimiento antinorteamericano, que alcanzó su pico en junio de 1943. Aunque Perón le sacó un enorme rédito a la confrontación con EE.UU., al país le costó muy caro. Mientras la Argentina coqueteaba con el régimen nazi (y luego daría asilo a algunos de sus principales jerarcas), Brasil participó como beligerante a favor de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.

En 1913, la economía brasileña era dos tercios del tamaño de la economía argentina, pero en 1955 ya era un 20% más grande. Según Jauretche, en “el esquema internacional de las fuerzas imperiales, la Argentina tiene que seguir siendo un proveedor de materias primas y es a nuestro vecino Brasil a quien se ha asignado el pa pel de potencia industrial”. En realidad, había sido la clase dirigente brasileña la que había decidido ocupar el lugar que la Argentina había dejado vacante por sus errores.

Al impacto económico y geopolítico de la guerra y el canal se sumó, tres años más tarde, el de la revolución bolchevique. En la década del veinte la economía argentina volvió a crecer, pero con menos dinamismo que en la preguerra. Y mientras se recuperaba, el país fue sacudido por otros tres “shocks”: la Gran Depresión, la consolidación del fascismo en Europa y la Segunda Guerra Mundial. Imbuidos de un nacionalismo “ombliguista”, quienes gobernaron el país en ese entonces, especialmente a partir de 1943, no interpretaron correctamente ni su significancia ni su impacto sobre la Argentina. Consecuentemente, la manera en que reaccionaron fue desacertada. Perón no sólo impuso en la Argentina el fascismo que había sido derrotado en la gran guerra, sino que, además, guiado por una convicción malthusiana de que los precios de los commodities agrícolas subirían inexorablemente, aplicó políticas económicas que empujaron al país a la decadencia. Desde entonces, ir a contramano del mundo se convirtió en una tradición argentina. Es una tradición que hay que abandonar cuanto antes, ya que el costo para el país ha sido enorme.