Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
El tema que aquí abordamos es de extrema importancia puesto que, entre otras cosas, si no hay realidad objetiva la idea de “la justicia” la impone quien tiene más fuerza sin mojón de referencia extramuros de la norma positiva. Como escribe Emanuel Sieyes en Ensayo sobre el privilegio, en ese caso, no habrá defensa contra el “ansia insaciable de dominación” financiada “por estúpidos ciudadanos que pagan tan caro para ser insultados” ya que “se ha establecido la existencia del legislador, no para conceder, sino para proteger nuestro derechos”.
Ahora resucita un debate en medios académicos sobre si la realidad tiene o no existencia ontológicamente independiente. Ya en otra oportunidad escribí sobre el relativismo para intentar la clarificación de que las cosas son independientemente de lo que opinamos que son (además de la conocida conclusión en cuanto a que la afirmación del relativismo hace que esa misma afirmación sea relativa). Una cosa es el esfuerzo por descubrir verdades que se traduce en que el conocimiento es provisorio sujeto a refutaciones y otra bien distinta es el relativismo (epistemológico, hermenéutico, cultural y ético tal como puse de manifiesto en el mencionado trabajo titulado “Las contradicciones del relativismo”). En esta ocasión enfatizo en el primer punto señalado sobre la realidad, en relación a lo cual debatimos hace unos días en una reunión de colegas.
En este sentido, se dice que lo que no es percibido no es real, es decir, la tesis originalmente expuesta por Berkeley. Pero eso habría que extenderlo al mismo sujeto que observa, esto es, que no existiría si no lo percibe otro y así sucesivamente lo cual no termina en la Primera Causa ya que, paradójicamente, no tendría existencia real si no es percibida por otro, situación que conduce a la inexistencia de todo (incluso de la afirmación del no-realismo).
Por otra parte, hay cosas que se estiman percibidas como, por ejemplo, los espejismos, las ilusiones y las estrellas que creemos observar cuyas luces navegan en el espacio pero que pueden haber dejado de existir hace tiempo.
Por el principio de no-contradicción, una proposición no pude corresponderse y no corresponderse simultáneamente con el objeto juzgado (como queda dicho, el relativista toma como verdad su relativismo). También cabe destacar que, sin duda, todo lo que entendemos es subjetivo en el sentido de que es el sujeto que entiende, pero cuando hacemos referencia a la objetividad o a la verdad aludimos a las cosas, hechos, atributos y procesos que existen o tienen lugar independientemente de lo que opine el sujeto sobre aquellas ocurrencias y fenómenos que son ontológicamente autónomos. Lo antedicho en nada se contradice con el pluralismo y los diversos fines que persiguen las personas, dado que las apreciaciones subjetivas en nada se contraponen a la objetividad del mundo. Constituye un grosero non sequitur afirmar que del hecho de que las valorizaciones y gustos son diversos, se desprende la inexistencia de lo que es.
Cuando se dice que no puede tomarse partido por tal o cual posición debe tenerse en claro que quien eso dice está de hecho tomando partido por no tomar partido, del mismo modo que quien sostiene que no debe juzgarse está abriendo un juicio. Como explicita Konrad Lorenz, si no hubiera tal cosa como proposiciones verdaderas no tendría sentido ninguna investigación científica puesto que no habría nada que investigar.
Paul Watzlawick en su libro titulado ¿Es real la realidad? concluye que “la tesis básica del libro [el que escribe] según la cual no existe una realidad absoluta, sino solo visiones o concepciones subjetivas, y en parte totalmente opuestas [de lo que es] la realidad, de las que se supone ingenuamente que responden a la realidad ´real´, a la ´verdadera´ realidad”.
Nos parece que aquí se confunden planos de análisis. El juicio subjetivo en nada cambia la existencia de las cosas, sus propiedades y atributos. Ese juicio podrá desde luego estar más cerca o más lejos de describir al objeto juzgado puesto que la proposición verdadera consiste en la concordancia o correspondencia del juicio con el objeto juzgado. Pero nuevamente decimos que esto no significa que las dificultades de lograr el cometido se hayan disipado: el camino para captar la realidad es siempre uno sinuoso y lleno de obstáculos. Nunca el ser humano llegará a una situación en que pueda ufanarse de haber completado su faena de haber abarcado la totalidad de lo real ya que estamos hablando de seres imperfectos, limitados y sumamente ignorantes.
Lo dicho no quita para nada lo certera de la observación de Watslawick en cuanto a la influencia del grupo en el individuo. En esta línea argumental, alude al experimento realizado por el psicólogo Asch en el que reunía un grupo de unos nueve estudiantes a quienes se les mostraba un par de tablas. En la primera se veía una línea vertical y en la segunda tres líneas también verticales de distinto tamaño y se les pregunta cual de las líneas de la segunda tabla coincide con la primera.
Para entrar en confianza se hacen varias rondas en las que hay unanimidad en las coincidencias (la línea del medio de la segunda tabla es idéntica a la de la primera). Luego viene el truco: a todos los estudiantes menos a uno se los instruye para que den una respuesta falsa. Se observa al disidente que en las primeras rondas opina con seguridad pero a media en que se repiten va perdiendo seguridad (esto se nota hasta en el tono de su voz cada vez más baja y poco convincente), hasta que finalmente en gran parte de los experimentos el sujeto en cuestión opina como los demás aun sabiendo que su respuesta es evidentemente falsa. Esto revela la influencia que ejerce el grupo sobre la opinión de los menos.
Pero esto no modifica nuestros comentarios sobre la realidad, solo que demuestra la enorme presión de la multitud sobre quienes opinan distinto, lo cual puede comprobarse a diario con personas que no se atreven a opinar lo que se considera “políticamente incorrecto” y, por ende, dejan de cumplir con sus obligación moral de comportarse de acuerdo con la integridad elemental y la honestidad intelectual por cobardía, y así los timoratos dejan cada vez más espacio a la corriente dominante para que imponga su visión.
Para poner el asunto de otra manera, una cosa es afirmar erróneamente que la realidad depende de la opinión y que, por tanto, no hay verdad objetiva y otra bien diferente es reconocer que cada uno tiene el derecho de interpretar, debatir, exponer y mostrar según su criterio cual es la realidad de tal o cual cosa. Precisamente, en esto consiste la posibilidad de progreso y acercamiento a la captación de diferentes realidades. Las sucesivas refutaciones parciales o totales permiten el avance en el conocimiento.
La duda (no de todo puesto que no dudamos que dudamos) y el racionalismo crítico son buenos ejercicios: ubi dubiun ubi libertas (si no hay duda, no hay libertad) puesto que en un mundo de dogmáticos no se requiere libertad ya que todo sería certezas. Pero lo contrario no significa escepticismo en el sentido de desconfianza en nuestra capacidad perceptual, sino que la conciencia del error nos da la pauta que somos capaces de distinguirlo de la verdad.
El realismo -también crítico- profesa la existencia del mundo exterior al sujeto que observa que es, por ende, distinto al sujeto que conoce. La ciencia se refiere a la expansión del conocimiento de ese mundo exterior que presupone para sus estudios y experimentos. La inteligencia, el inter-legum, apunta a expandir el conocimiento que no se refiere solo a lo que puede comprobarse en el laboratorio sino a fenómenos no verificables en la experimentación sensible sino en el razonamiento de procesos complejos.
John Hospers en el primer tomo de su Introducción al análisis filosófico explica que “una proposición verdadera describe un estado de cosas que ocurre; o en el caso de una proposición sobre el pasado, un estado de cosas que ocurrió; o en el caso del futuro, que ocurrirá” por el contrario “una proposición falsa da cuenta de un estado de cosas que no ocurre (o no ocurrió en el caso del pasado, o no ocurrirá en el caso del futuro)”, todo lo cual naturalmente alude a lo que existe o no existe en la realidad.
Por su parte, Nicholas Rescher en su obra Objetivity escribe que “La independencia ontológica de las cosas -su objetividad y autonomía de las maquinaciones de la mente- constituye un aspecto crucial del realismo” de lo cual no se sigue que la mente pueda captar toda la realidad del universo, por lo que “coincidimos con el realismo en el énfasis de la independencia del carácter de la realidad, pero sabiendo que la realidad tiene una profundidad y complejidad que sobrepasa el alcance de la mente”. Esto, nuevamente recalcamos, es debido a las limitaciones de los humanos: el esfuerzo por captar la realidad para nada elimina la posibilidad de captar fragmentos de lo que existe.