Ahora no se necesitan más prebendas

La salida del cepo cambiario implica que la economía tendrá que vivir grandes cambios de precios relativos; ya que las distorsiones que dejó el anterior gobierno son insostenibles dentro de una estrategia de desarrollo sustentable. La base del cepo fue restringir arbitrariamente el acceso al mercado cambiario oficial para no reconocer todo lo que efectivamente se estaba desvalorizando el peso, para cobrarnos impuesto inflacionario con el propósito de financiar el exceso de gasto del gobierno. Ese atraso cambiario fue lo que asfixió crecientemente a todo el sector productivo local durante los últimos años, cuyo potencial ha sido ahora liberado.

Los precios de todos los bienes se fijan en función del dólar oficial, independientemente de la cantidad de insumos importados que usen. Si se puede exportar, mi producto valdrá lo que determine dicho tipo de cambio, porque es el valor al que se lo podría colocar afuera; aunque yo no venda al exterior, mis competidores sí lo harán. Si manufacturo algo que compite con importaciones, será al precio al que pueda competir con quien lo trae de afuera. Por lo tanto, si el dólar se atrasa, el productor queda en medio de una prensa en la que sus precios suben artificialmente poco; mientras que sus costos aumentan todo lo que se deprecia el peso, es decir con la inflación.

A su vez, esto permitió que los que comercializan y transportan (ambos son servicios) estos productos cargaran mayores márgenes, e igual llegaran relativamente baratos al consumidor. De allí las quejas de los productores: “lo vendo a $5 y en los comercios está 5 veces más”. Por otro lado, como todos los bienes que comprábamos en los hipermercados estaban relativamente baratos (excepto los que tienen protecciones disparatadas, como los electrónicos de Tierra del Fuego), la gente pudo gastar en otras cosas, que también son servicios que pudieron  aumentar sus precios. Por eso, mientras nuestro aparato productivo de bienes languidecía, se vendían récords de entradas de cine, los restaurantes estaban llenos y la gente se gastaba en el exterior los dólares que se suponía escaseaban.

Con la liberación del tipo de cambio esto tiene que cambiar. Los productores de bienes empezarán a cobrar lo que corresponde por su trabajo. La proporción de gasto de los consumidores en estos productos aumentará; por lo que mermarán sus erogaciones en servicios. Los sectores de la intermediación, deberán bajar sus márgenes o sus ventas caerán fuertemente; ya que la gente tiene ingresos finitos y, por ende, no puede pagar cualquier cosa. El resto de los servicios privados que antes aprovecharon para aumentar mucho sus ganancias, ahora deberán moderarlas o tendrán que cerrar, porque perderán clientes.

Este cambio de contexto implicará una pérdida de poder adquisitivo de los salarios, sobre todo los más bajos; por lo que habrá que generar redes de contención para ellos. Sin embargo, también es importante no permitir que haya sectores que, en base a prebendas, consigan transferirle su porción del sacrificio al resto de la sociedad.

La suba del tipo de cambio pos cepo (que a fin de año sumará entre 50% o 60%), implicó un aumento natural de la protección de todos los que producen bienes que compiten con importaciones. Entonces, ¿cuál es el sentido de mantener restricciones cuantitativas a las compras desde el exterior? Si ahora no pueden competir, nunca lo podrán hacer; ya que el tipo de cambio real se reducirá con la mejora de la economía. O sea, se obliga a la gente a una mayor pérdida de poder adquisitivo para sostener sectores inviables, donde los verdaderos ganadores son los empresarios ineficientes que pueden sostener ganancias artificiales.

Otro sin sentido es el precio mínimo del petróleo. Luego de destruir el sector de hidrocarburos local mientras los precios internacionales subían y superaban los US$100 el barril, el anterior gobierno entró en pánico cuando empezó a bajar y decidió compensar el impacto del atraso cambiario del cepo con un precio mínimo para el crudo local. O sea, no producíamos cuando valía mucho y subsidiamos su producción cuando baja su valor. Con la liberación del tipo de cambio, se debió haber eliminado este piso y abierto la importación de crudo y combustibles, para que  dicho sector se acomode a la nueva realidad, pero con el beneficio de un mayor valor del dólar. De esa forma, el precio de los combustibles no habría aumentado. Si se quería mantener el beneficio al sector petrolero, pudo fijarse en pesos al valor que tenía previo a la salida del cepo. Por ejemplo, entre $660 y $770 el barril. Si bien de hecho se lo bajó, se lo hizo en dólares y moderadamente. Lo mejor hubiera sido que lo fijaran en pesos, advirtiendo que no se modificaría más y que, por ende, este mínimo se licuaría en el tiempo.

No tiene sentido mantener ingresos artificialmente altos de las petroleras y sus trabajadores (los más altos del país) a costa de que la gente pierda poder adquisitivo cada vez que llena el tanque; o de los productores, especialmente los del interior que están lejos de sus clientes y tienen que hacer frente a un mayor costo del flete; o de un mayor costo del transporte público, que pagarán sus usuarios o los contribuyentes. Es necesario que vayamos a un país donde todos vivamos de nuestro trabajo y esfuerzo, no de prebendas que nos permiten un mejor pasar a costa de un mayor sacrificio del resto de la sociedad.