Emilio Ocampo
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Una de las conclusiones que menos controversias genera entre los economistas es que la educación y el desarrollo van de la mano. Es incuestionable que los países ricos son más educados ¿pero son más ricos porque son educados o son más educados porque son más ricos? Hay muy pocos países pobres y muy educados. Uno de ellos es Cuba, que tiene los índices de educación más altos de América Latina y sin embargo es uno de los países más pobres de la región.
Una variedad de factores influyen sobre la relación entre la educación y el crecimiento económico. No es lo mismo haber terminado la escuela primaria en Ghana que en Finlandia. La cantidad de años de educación formal que recibe en promedio un individuo tampoco es necesariamente un buen indicador del nivel educativo de una sociedad. La Argentina es uno de los países de América Latina con una mayor proporción de estudiantes universitarios perennes, es decir que nunca se gradúan. Por eso el gasto en educación sobre el PBI tampoco es necesariamente es un buen indicador.
Es una verdad de Perogrullo decir que la educación en la Argentina está en crisis. La lista de problemas es larguísima e incluye, por ejemplo, paupérrimos resultados en los exámenes PISA, tasas de graduación muy bajas tanto de la escuela secundaria como de la universidad y un déficit de graduados en carreras técnicas o científicas.
Pero hay otro problema fundamental que es quizás más difícil de resolver. Y tiene que ver con lo que se enseña en la universidad. No estamos hablando de contenidos sino de una manera de interpretar la realidad.
Los resultados de las encuestas de World Values Survey permiten ilustrar el punto. Estas encuestas se realizan desde hace más de veinte años en más de cincuenta países con el objetivo de medir sistemáticamente ciertos valores culturales para luego poder analizar su impacto sobre el desarrollo económico, social e institucional.
Para nuestro análisis comparamos los resultados obtenidos en la Argentina con los de nuestros principales vecinos (Brasil, Chile y Uruguay) y los dos países a los que emigran la mayor parte de los argentinos (España y Estados Unidos). Básicamente lo que queremos evaluar es hasta que punto el sistema educativo argentino contribuye a promover y reforzar ciertos valores o creencias que pueden retardar el crecimiento económico. Hay dos que nos interesan particularmente: 1) la creencia de que la competencia es dañina, 2) la creencia de que la economía es un juego de suma cero (es decir, sólo es posible enriquecerse a costa de los demás).
Los gráficos siguientes muestran cuan predominantes son estas creencias en distintos segmentos de la población según su nivel educacional, comparando las respuestas obtenidas en la Argentina con el promedio de los otros cinco países. Un simple vistazo nos permite sacar tres conclusiones importantes: 1) en promedio son más comunes en la Argentina que en los otros países, 2) la Argentina es el único país en el que esas creencias son más predominantes en quienes tienen una educación universitaria que en el promedio de la población, 3) las mayores diferencias entre la Argentina y los otros países se dan justamente entre los graduados universitarios.
Esto quiere decir que en la Argentina la educación universitaria, además de muchas otras falencias, sirve para afianzar dos creencias que son esencialmente antitéticas con el progreso. Obviamente es un problema que excede al ámbito universitario y refleja lo que piensa un segmento influyente de la sociedad argentina: los intelectuales. Ya lo dijeron Gramsci, Keynes y Schumpeter. No hay que subestimar el poder de las ideas.