Edgardo Zablotsky
Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
El año que viene a la misma hora. Probablemente esta sea la mejor forma de describir el escenario que se repite cada febrero frente a las paritarias docentes. Es difícil imaginarnos un país normal en el cual se festeje el eventual comienzo de las clases sin conflictos previos.
Recordando años anteriores, este año el resultado es alentador; las clases comenzaron en la mayoría de los distritos en la fecha pautada. Como bien señaló hace pocos días Esteban Bullrich: “No puede haber calidad educativa si no hay clases”. Es claro que está en lo correcto. Que comiencen las clases es urgente, pero no debemos olvidar que lo importante no es ello, sino que los chicos aprendan dentro de aulas.
Basta de felicitarnos porque empiezan las clases. Que se haya evitado el paro docente y que comiencen las clases debería ser lo normal, no un motivo de festejo. Sería motivo de festejo que los chicos, además de concurrir a las escuelas, adquiriesen una formación mejor que la que muchos obtienen en la actualidad. Preocupémonos de lo que importa, del capital humano que los niños desarrollan en las escuelas; de lo contrario la brecha social seguirá ampliándose entre quienes tienen la posibilidad de acceder a una buena educación y aquellos a quienes la vida se los niega.
Como alguna vez señaló Milton Friedman: “Una mejor educación ofrece una esperanza de reducir la brecha entre los trabajadores más y menos calificados, de defenderse de la perspectiva de una sociedad dividida entre los ricos y pobres, de una sociedad de clases en la que una élite educada mantiene a una clase permanente de desempleados”. Sin duda, resulta demasiado doloroso el asociarlo a nuestra realidad, pero es útil realizar el ejercicio.
Basta de discusiones improductivas, lo único que importa es proveer educación de excelencia, fundamentalmente a aquellos que menos tienen y más requieren. Al fin y al cabo, qué es la igualdad de oportunidades sino una buena educación para cualquier niño independientemente de su cuna.
El Estado debe garantizar la educación obligatoria de todos los ciudadanos, que sea pública o privada es irrelevante. Lo importante es que todo niño pueda acceder a ella. Nada mejor que las palabras del Arzobispo de Montevideo, Cardenal Daniel Sturla, para ilustrarlo: “Si ponemos al chico en el centro hay que apoyarlo. Sea público o privado, no importa. Lo que importa es salvar a los chicos concretos porque si no caen en lo que ya sabemos, la deserción escolar y por tanto lo que eso trae aparejado: la droga, la esquina, la cerveza”.
Basta de demagogia política, es hora de salvar a nuestros niños, es hora de realizar una verdadera revolución educativa. No es gratis, todo cambio mayor en educación generará costos hoy y beneficios en un futuro. ¿Se atreverá el gobierno a soportarlos? De hacerlo, Mauricio Macri será recordado como un estadista, como el Sarmiento del siglo XXI. De lo contrario, si bien podrá intentar reordenar el país, no dejará ningún legado. Sólo de él depende. Deseo ser optimista.
Fuente: Revista el Arcón de Clío