Carlos Alberto Montaner
Miembro del Consejo Académico, Libertad y Progreso
Una encuesta nacional de CNN coloca a Donald Trump dos puntos por encima de Hillary Clinton: 45 a 43. Dado que el margen de error es de tres puntos, los dos candidatos están prácticamente empatados.
Pero hay otro dato interesante. La mitad de los encuestados percibe a Trump como más honesto y fiable. Sólo el 35% sitúa a Hillary en esa categoría moralmente superior. Hay 15 puntos de diferencia entre ambos en este juicio ético, aunque apenas los separan 2 puntos en la preferencia de esos mismos electores.
Evidentemente, eso quiere decir que a los norteamericanos no les importa demasiado cuál de los dos candidatos creen más deshonesto o suponen que miente con más frecuencia. Ambos tienen un altísimo grado de rechazo por parte de una sociedad que mayoritariamente los califica como crooks and liars (pillos y embusteros).
Una, porque no entrega los emails supuestamente perdidos y muestra sin recato todos los síntomas del conflicto de intereses entre su condición de (ex) Secretaria de Estado y la Fundación de su marido.
El otro, porque esconde su declaración de impuestos, se alega que estafó a miles de estudiantes en la pomposamente llamada Trump University, mientras en el mundillo empresarial se le tiene por un personaje inescrupuloso que multiplicó su cuantiosa fortuna atropellando inicuamente a suministradores y colaboradores.
Parece, pues, acertada la melancólica conclusión a que llegó la analista republicana Ana Navarro, una abogada divertida y elocuente que ha sido insultada por Trump: “los republicanos eligieron al único candidato que podía perder frente a Hillary Clinton, y los demócratas a la única persona capaz de ser derrotada por Donald Trump”.
En definitiva, ¿ganará Trump o Hillary? Probablemente, triunfará Hillary. La votación general será muy reñida, pero la enrevesada ley electoral de Estados Unidos descansa en las elecciones estatales, y ahí lleva las de ganar la señora Clinton.
Se trata de obtener 270 votos electorales (la mitad más uno de los 538 electores que eligen al presidente y a su vice, seleccionados por los 50 estados de la Unión), y la candidata demócrata, de acuerdo con las proyecciones de los expertos, tendría en su haber 273.
Las elecciones, pues, se decidirán en 9 estados “indecisos” y Hillary lleva la delantera en 7 de ellos. Sólo necesita prevalecer en dos o tres estados para llegar a los míticos 270 votos.
Trump, en cambio, debe ganar en ocho para triunfar en la contienda, algo muy improbable que suceda, salvo que, literalmente, destroce a la señora Clinton en los tres debates que sostendrán ambos candidatos.
¿Por qué es tan difícil que Trump gane? Al margen del enfrentamiento de Trump con los hispanos, los negros, los gays, lesbianas y las otras inclinaciones sexuales minoritarias, más el rechazo de los blancos educados, de las mujeres convencidas de que ya es hora de que una señora sea inquilina de la Casa Blanca, a lo que se agrega la hostilidad partidista de los demócratas, debe perder, además, por la resistencia de muchos republicanos.
Estos perciben al multimillonario como un outsider oportunista que ha destruido el clima de colaboración interna y cordialidad cívica que existió en al Partido hasta la candidatura de Mitt Romney. Corazón adentro, preferirían que Trump perdiera antes de que gobierne rematadamente mal y le haga un daño irreparable al país, a los republicanos y, probablemente, al planeta.
Eso explica el rechazo público de figuras emblemáticas republicanas de la Florida como el exgobernador Jeb Bush y los congresistas Mario Díaz-Balart, Carlos Curbelo e Ileana Ros-Lehtinen, más el sordo distanciamiento del senador Marco Rubio, cuyo tibio respaldo a Trump es una hipócrita concesión que le parece indispensable para salir reelecto, como le sucede a John McCain en Arizona.
La carta firmada y divulgada a principios de agosto por 50 estrategas y policy makers republicanos sobre la incapacidad de Trump para lidiar con los asuntos internacionales, y a propósito de su carácter voluble y peligroso, unida a las críticas por su proclividad por Vladimir Putin, fue un disparo directo a la línea de flotación de Trump.
El apoyo de Carlos Gutiérrez a Hillary Clinton, ex Secretario de Comercio de George W. Bush, republicano de toda la vida, ex CEO de Kellogg, fue impactante. Persona muy competente en el terreno económico, calificó de disparatadas las ideas económicas de Trump. Por eso, en esta oportunidad, apoyaba a los demócratas. Seguía lo que su conciencia le dictaba, lo que le parecía mejor para Estados Unidos.
El proteccionismo arancelario de Trump, la política de sustitución de importaciones, (un fracasado adefesio teórico preconizado por la CEPAL en los años cincuenta), y el rechazo al comercio libre internacional (típico de naciones comunistoides subdesarrolladas como Cuba, Venezuela, Bolivia o Ecuador), le resultaban expresiones de una atrasada ideología tercermundista, impropia de la nación que encabeza a los países de libre mercado, sabedores todos de que el comercio intenso genera un clima de paz y de enriquecimiento colectivo.
Naturalmente, quedan unas ocho semanas para la cita electoral y sería una irresponsabilidad negarle totalmente a Trump la posibilidad de tener éxito. Todo es cuestión de creer en los milagros.