Iván Carrino
Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Por años nos dijeron que la inflación era culpa de los empresarios. Hoy, con los mismos empresarios, la inflación está bajando. Es la política monetaria y el fin de la heterodoxia.
Los bancos centrales no son los mejores amigos de la gente común. Desde su aparición y proliferación a lo largo del globo, han sido los principales responsables de la destrucción de las monedas que emiten.
Es que los bancos centrales, por décadas, han sido los mejores amigos de los gobiernos. Y cuando un mejor amigo se queda sin plata, ahí está uno para prestarle. El problema, claro, es que cuando el único autorizado legalmente para emitir dinero, le “presta” al gobierno ese nuevo dinero, eso hace que su poder adquisitivo caiga. La inflación es lo que sigue, y luego la crisis y el empobrecimiento generalizado.
Esto sucedió en los Estados Unidos, nada menos que el país de referencia para muchos en materia de disciplina monetaria. Desde la creación de la Reserva Federal, el poder adquisitivo del dólar estadounidense se desplomó más de 90%. Por otro lado, el oro, que en 1915 estaba fijo en US$ 20 la onza, hoy cotiza cerca de los U$S 1.300.
Si miramos el “track record” de nuestra autoridad monetaria, la historia es mucho más lamentable. Cinco signos monetarios destruidos, dos hiperinflaciones, y numerosos controles del tipo de cambio que terminaron con estallidos y megadevaluaciones.
Como puede verse, lo que la historia tiene para ofrecernos es una relación directa entre la operación de los bancos centrales y la aparición de la inflación. Se desprende de esto la famosa frase de Milton Friedman, acerca de que la inflación es, en todo momento y en todo lugar, un fenómeno monetario. Y se desprende también que, si bien son los bancos emisores los responsables de la inflación, también son los únicos capaces de bajarla (a menos que decidamos cerrarlos).
Sin embargo, a pesar de esta numerosa evidencia empírica sustentada por siglos de teoría económica, en nuestro país muchos se resisten a entender.
Por los últimos doce años el país ha vivido un furioso proceso inflacionario, en donde el ritmo de aumento de precios pasó del 3,7% anual en 2003, al 38,5% en 2014. A fin de este año, probablemente también veamos una inflación cercana al 40%.
Por años, la explicación oficial pasó por dos vertientes muy claras. La primera, que “un poco de inflación es buena” y que si queremos crecer, tenemos que bancarnos hacerlo con precios que suben. Es la clásica explicación keynesiana de la demanda agregada. Si crece la demanda, crecerá la producción pero subirán los precios.
A la luz de los datos, esta teoría quedó obsoleta. De 2011 a 2015, los precios treparon 183%. Sin embargo, el PBI creció solo 0,3% anual, reduciéndose en términos per cápita.
La segunda explicación es que la inflación había que bajarla de manera “heterodoxa”, con políticas de ingresos y subsidios a la oferta. Es decir, con controles de precios, aumentos de salarios para incentivar el consumo, y créditos subsidiados para que las PYME produzcan más. Todas políticas contrarias al objetivo deseado, porque los controles de precios destruyen la producción, mientras que el crédito barato, al exigir subsidios que generan déficit, estimula la inflación.
La heterodoxia estaba tan orgullosa de su teoría que cuando el Banco Central de la República Argentina decidió emprender una política monetaria dura subiendo la tasa de interés y reduciendo la cantidad de dinero en circulación, se rió de él (véase aquí y aquí). Al mirar cómo los precios subían producto de la salida del cepo y el ajuste de tarifas (todo producto de la inflación reprimida por los controles); los heterodoxos afirmaron que la ortodoxia monetaria no había sido exitosa en detener la caída del poder de compra del peso.
Lamentablemente para ellos, está quedando claro que esto es falso. Si bien 2016 va a ser un año de un fuerte aumento en el IPC producto del acomodamiento de precios relativos; las proyecciones para 2017 muestran un contundente freno a la caída del poder adquisitivo. El gobierno prevé que los precios treparán 17% el año que viene, pero incluso errando por tres puntos el pronóstico (un dato más cercano a las proyecciones privadas), estaremos frente a la inflación más baja en 7 años.
Recientemente en el BCRA disertaron los presidentes de los bancos centrales de Chile e Israel, dos países donde la inflación cayó desde niveles estratosféricos y hace al menos diez años que gozan de inflación baja. La receta no fue el control de precios, sino la más ortodoxa estrategia de las metas de inflación y el tipo de cambio flexible.
La inflación en Argentina está bajando. Y eso es gracias a la política monetaria. Si se consolida este camino, y no ingresamos en una nueva fiesta de endeudamiento para financiar el déficit, habrá dos motivos para festejar. El primero, es que las condiciones para el crecimiento económico crecerán considerablemente. La segunda, que será cada vez más difícil que regrese al poder la heterodoxia inflacionaria, que tanto daño le ha hecho al desarrollo económico y social de nuestro país.