El sofisma del movimiento peronista

Por Pablo M. Leclercq

El error puede definirse como la desviación respecto de la referencia que establece “la normalidad”. Pero un Movimiento, tal se autodefine el peronismo,  puede no tener error al permitírsele mover la referencia.

Econodramas

Cuando el desequilibrio macroeconómico lleva al límite del estallido, quedan dos estrategias: la del gradualismo o la de shock.

El shock, en la circunstancia actual no es viable políticamente porque la sociedad no asumió la gravedad de la situación recibida y no está en condiciones de asumirla, como sí lo hizo en enero del 2002 o en la crisis hiperinflacionaria de 1990.

Dentro del gradualismo el gobierno tantea un serrucho de expansión y freno por el estrecho espacio entre, por un lado, la disminución de la inflación vía una política monetaria restrictiva vis a vis las próximas paritarias y por el otro, con expansión del gasto en obras públicas financiadas con endeudamiento. En el estado en el que quedó la economía en diciembre de 2015, esta fuente financiera es la única disponible y es utilizada también en esta primera etapa para financiar déficit presupuestario. Dado que la inversión tiene una demora de entre dos a tres años para empezar a mostrar resultados en el crecimiento e igual problema presenta el comercio exterior, quizás con plazos más cortos para exportaciones agropecuarias, para obtener una rápida reactivación quedaría el camino heterodoxo o keynesiano: aumentar el consumo. El cómo hacerlo tiene varias vías, todas de alto riesgo y en la situación actual al borde del estallido. De hecho el gobierno anterior lo ensayó en los últimos cuatro años, sin resultado alguno en términos de crecimiento económico, arrastrando a la economía al agotamiento de sus recursos financieros disponibles y a la recesión.

Falta la consideración de la demanda de dinero. Para que esa variable tenga incidencia en la absorción de la monetización del déficit hay que disponer de una moneda de alta confiabilidad, cosa que por ahora no es nuestro caso. En este error caen algunos analistas que recurren a la comparación con economías estables sin advertir que la nuestra está perdiendo peligrosamente el recurso al señoreaje. Esta circunstancia de alto riesgo puede precipitarse, sin preavisos suficientes, como sucedió con la hiperinflación de 1989. Se dispone también del blanqueo, pero esto es un acontecimiento “one shot” que se da una sola vez y su resultado, en términos fiscales, es incierto aún cuando los pronósticos sean alentadores. Su verdadera dimensión transformadora podrá apreciarse si este acontecimiento excepcional es utilizado como desencadenante de una profunda reforma tributaria.

El segundo camino, el ortodoxo, sería reducir drásticasmente el gasto público permitiendo bajar impuestos, dejar más plata en el bolsillo de la gente y estimular un mayor consumo. Esto implicaría un disgusto inicial -el famoso ajuste- y una alegría futura en un plazo incierto en el que Keynes profetizaba que “estaremos todos muertos”.

Esta es la situación nada envidiable en la que el gobierno tuvo que hacerse cargo hace un año, acosado por dilemas cuya solución divide a los economistas. Opinar sin tener en cuenta el dilema es una vieja costumbre argentina. La cuestión shakesperiana pasa por no estrellarse en una desacertada resolución del dilema que no tiene una salida evidente. Si la tuviera no sería un dilema.

Politicodramas: Cada una de las soluciones planteadas con sus múltiples bifurcaciones y variantes tienen diferente impacto, tanto por el defasaje temporal entre la medida y el resultado, como por el sector social al que llega primero. Por otro lado, cada medida tiene un resultado político diferente para el gobierno que aspira a mantenerse en el poder hasta el segundo mandato constitucional y para la oposición que quiere exactamente lo contrario.

Queda claro entonces que, en términos matemáticos, hay una función de optimización económica para cada grupo social y hay distintos óptimos para cada una de las parcialidades políticas en cada circunstancia, diferentes a la de la optimización económica que mejor satisface las aspiraciones de la sociedad a mediano y largo plazo, suponiendo que ésta fuera única.

La versatilidad ideológica del “movimientismo” es el mayor obstáculo para acordar metas de largo plazo o  políticas operativas para el corto plazo, porque el objetivo prioritario de la membresía peronista no es el crecimiento sustentable en el largo plazo, sino el poder en el corto. Recién a partir de la obtención del mismo pueden definir el largo plazo desde la nueva posición que el Movimiento pragmáticamente adopte para la ocasión. Un acuerdo de políticas de largo plazo es disfuncional al Movimiento que requiere de la libertad necesaria para adaptarse dentro del abanico ideológico. A ese accionar ideológicamente basculante subordinan su derrotero cíclico, donde la expansión a 10 años le toca al Movimiento y el ajuste en cuatro años –en el mejor de los casos- le corresponde a la oposición circunstancial. El resultado del largo proceso descripto  ha sido el aumento de la pobreza y la decadencia. En síntesis, no fue sustentable.

En otro orden de ideas la institucionalidad republicana y su arquitectura política aceptan de antemano que su objetivo nunca es el óptimo sino un sub óptimo que en última instancia es el resultado transaccional entre cada uno de los óptimos que se corresponden a cada sector social o grupos de interés, gobierno u oposición.

Pero para que la resultante sea un sub óptimo debe cumplir una condición. Esta es que la sociedad en su conjunto crezca o progrese en forma sustentable.  Aún cuando todos no lo hagan en forma igualitaria o proporcional, todos crezcan y acepten el hecho que haya otros que lo hagan más o antes. Este es el principio de la diferencia (difference principle) enunciado por John Rawls.

Por lo anterior, para que una sociedad crezca sustentablemente y no entre en decadencia es necesario que las fuerzas políticas que la integran subordinen su óptimo particular al sub óptimo de la transacción.

El peronismo puede eludir las reglas de la alternancia, al establecerla dentro del mismo “Movimiento”, como sucede en los regímenes de partido único. Lo que lo inhabilita es que el sistema político que surge de su ciencia no cumple la condición de  sub óptimo que es el de ser sustentable. Por eso la realidad va mostrando cada vez más la inevitable necesidad de una reestructuración política que lleve a la superación hegemónica de la membresía peronista. Las dos columnas centrales de esta reestructuración política son la reforma del Estado en su doble aspecto, el funcional y el fiscal y la construcción de un auténtico federalismo, político y fiscal, abandonado hace un siglo. El último conflicto sobre el impuesto a las ganancias y la súbita aceptación de todas las partes demostró, por vía de la realidad crematística de los gobernadores, que la restricción fiscal existe y que no es una ideología.