Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.
Lo que hoy se le enseña a los chicos en la mayoría de las escuelas, públicas y privadas, es resentimiento y envidia
El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, acaba de afirmar que la recesión ya terminó en el último trimestre de 2016. De acuerdo a los datos que muestran la actividad económica es probable que así sea, aunque dudo que la salida de la recesión sea pareja para todos los sectores. De todas maneras, una cosa es salir de la recesión por reactivación de la economía, y otra muy distinta es entrar en una senda de crecimiento de largo plazo.
Reactivación es solo poner en funcionamiento equipos que no se están usando. Crecimiento es invertir para agregar más capacidad de producción. Salvo el sector agropecuario, construcción y los ligados a ellos, no se observa que estén lloviendo las inversiones como habían esperado en Cambiemos.
Pero debatir este punto es tratar de hacer futurología, con dos tres meses todavía no se puede confirmar una tendencia, pero sí podemos evaluar si entramos en la etapa de crecimiento. Es decir, de inversiones que creen nuevos puestos de trabajo y mejoren la productividad de la economía.
En ese sentido soy más pesimista. Para lograr un proceso de inversiones importante no solo tiene que haber estabilidad de precios, lo cual requiere de orden monetario que a su vez exige de disciplina fiscal, sino que, además debe haber previsibilidad en las reglas de juego. Pero tampoco la previsibilidad es suficiente, Cuba tiene previsibilidad en las reglas de juego y sin embargo se está cayendo a pedazos por falta de inversión.
Las reglas de juego o calidad institucional no son otra cosa que las normas, leyes, códigos y costumbres que regulan las relaciones entre los particulares y los particulares con el estado. A su vez esas normas, leyes, códigos y costumbres surgen de ciertos valores que imperan en la sociedad. Si en una sociedad cada uno es libre de buscar libremente su felicidad sin que el estado se entrometa, entonces esa sociedad tendrá progreso. En cambio si en una sociedad los valores que imperan son los de la envidia y el resentimiento, las leyes, normas y códigos que van a imperar responderán a ese tipo de valores.
Lo que hoy se le enseña a los chicos en la mayoría de las escuelas, públicas y privadas, es que el estado tiene que intervenir para redistribuir el ingreso. Basta con revisar alguno de los manuales que leen los chicos en los colegios para advertir que lo que se les transmite es que unos son pobres porque otros son ricos. Puesto de otra manera, la causa de la pobreza de unos es la riqueza de otros, con lo cual, la “justicia social” viene a resolver esta situación mediante el monopolio de la fuerza y el estado debe usar el monopolio de la fuerza para violar el derecho de propiedad.
En rigor en algunos casos es cierto que unos son pobres porque otros son ricos. Me refiero a los políticos corruptos que utilizan el estado en beneficio propio generando amplios bolsones de pobreza. O incluso los mismos políticos generan deliberadamente pobreza para que los pobres dependan de las dádivas que le dan los demagogos, con lo que logran tener un voto cautivo. En este sentido, justamente uno de los gobiernos más corruptos de la historia argentina, el kirchnerismo, se ha llenado la boca con la palabra justicia social y redistribución del ingreso, pero sus principales responsables se volvieron millonarios en el poder y dejaron en la pobreza a un tercio de la población.
Pero volviendo a la educación de nuestros hijos, en general les enseñan la cultura del resentimiento y de la envidia. No se concibe que haya gente que progresa porque se esfuerza más, es más inteligente, observadora, trabajadora, etc. Eso no se explica y solo se los señala como los culpables de la pobreza de los otros. Ergo, hemos ido creando una cultura con valores tan perversos que el estado se ha transformado en el gran enemigo de la libertad y la prosperidad. Esa cultura de quitarle a unos para darle a otros se ha transformado en un gigantesco gasto público que tiene como contrapartida una fenomenal carga tributaria que ahoga toda inversión, en la destrucción de la moneda y en el constante endeudamiento del estado que termina en un default cada 10 años promedio.
Si tenemos a un tercio de la población sumergida en la pobreza y a una clase media agonizando es porque los políticos han ofrecido lo que el mercado demandaba para conseguir su voto: populismo. Y ese populismo nace de los valores que se vienen transmitiendo en nuestro sistema educativo, mayormente copado por los progres que han instaurado los valores de la envidia y el resentimiento. Insisto, basta con leer alguno de los manuales de ciencias sociales que se dan en los colegios para advertir son un verdadero atentado al progreso.
En definitiva, la larga y profunda decadencia argentina viene de un constante deterioro de las instituciones en el sentido que le di al comienzo de esta nota. Ese deterioro es consecuencia de una demanda de instituciones de pésima calidad que surgieron de un mercado electoral o pasividad ante los golpes de estado, que mayoritariamente demandó populismo. Pidió que el estado le quitara a otro para darle a un tercero. Es decir, demandó gasto público y presión impositiva asfixiante. Y cuando la presión impositiva no alcanzó, la destrucción monetaria fue insuficiente y el endeudamiento se acabó, esos valores convalidaron que nos robaran nuestros ahorros en las AFJP, que se impusiera un corralito, que se pesificaran los depósitos y se cometieran todo tipo de atropellos contra la propiedad privada.
Todo ese destrozo institucional condujo a escasas inversiones, fuga de capitales en busca de seguridad jurídica y gran estímulo para vivir de la cultura de la dádiva y desestimulo para trabajar dado que el estado nos confisca nuestro trabajo con la carga impositiva. El resultado es pobreza, desocupación, indigencia.
Por eso, si bien hay una parte de los docentes que se esfuerzan, los que hoy se llaman trabajadores de la educación y hacen paros por razones políticas son responsables, en gran medida, de haber generado esta situación de pobreza e indigencia alarmantes porque han sembrado la envidia y el resentimiento en vez de la cultura del trabajo, del esfuerzo, del desarrollo de la capacidad de innovación y de la iniciativa. No digo que todos los docentes, pero una parte importante han creado esta Argentina de envidia y resentimiento sembrando la pobreza y la indigencia. Por eso, antes de hacer paro, deberían reparar en el mal que le han hecho al pueblo argentino al inculcar valores que llevaron a la destrucción económica que hoy vemos con toda claridad.
Si Argentina tiene que pensar por dónde debe comenzar su reconstrucción de largo plazo, no tengo dudas que tiene que ver con la educación. Es decir, hay que revisar los valores que hoy le pudren la cabeza a nuestros hijos. Hay que cambiarlos para que las instituciones se basen en la cultura del trabajo, la capacidad de innovación y el esfuerzo. El activo más importante que destruyó el fascismo peronista y luego los progres es, justamente, los valores que le dan sustento a las instituciones. Eso es lo que hay que reconstruir.