Agustín Etchebarne
Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
ÁMBITO FINANCIERO.- La explosión de riqueza de occidente primero y de los que adoptaron el sistema occidental más tarde se debe al salto en la productividad debido a los inventos, las máquinas, los nuevos procesos. El motor a vapor, la electricidad, la bombita de luz, la cosechadora mecánica, los granos híbridos, las vacunas, el auto, el avión, el ferrocarril, las computadoras, Internet, el ADN, el teléfono, el teléfono inteligente, los robots, la Inteligencia Artificial, Google, FCBK, Siri…
La riqueza de la humanidad es el resultado del impulso de creatividad y productividad inusitada que se dio en los últimos 200 años. Sabemos que ocurrió en occidente por un sistema de instituciones que respetaban la vida, la libertad, y la propiedad individual. Y que cada uno al ser el dueño del fruto de su trabajo, se esmeró y puso más atención, esfuerzo e imaginación, para mejorar los productos y los procesos de producción. La división del trabajo cumplió su rol multiplicador de la productividad.
Notemos que casi ninguno de esos inventos fue obra de los países socialistas. Aproximadamente un 75% de los grandes inventos se originaron en EE.UU. e Inglaterra. No fue casualidad, fue la causalidad de un sistema de instituciones. El resto fue prácticamente hecho por otros pocos países, Alemania, Francia, Italia, más tarde Japón e Israel… y en el futuro se avistan países como China y la India, cuyos ingenieros se estudian hoy en las universidades de EE.UU.
Entre todos los latinoamericanos, que sumamos una población bastante más grande que la de EE.UU., no logramos registrar ni el 1% de sus inventos. Lo cierto es que venimos por detrás disfrutando los avances hechos por los demás países.
Este proceso de mejora de la tecnología es exponencial, de modo que en las próximas tres décadas veremos más inventos que en los últimos 200 años. El resultado será abrumador. Lo cual será muy positivo para la creación de riqueza, la mejora del medio ambiente, la destrucción de la pobreza y la mejora general de las condiciones de vida de la humanidad.
Sin embargo, hay un importante riesgo a tener en cuenta. Las máquinas y la inteligencia artificial irán reemplazando a más de la mitad de los trabajos actuales. C. Frey y M. Osborne (2013) estimaron que hay una probabilidad entre el 90% y el 99% de probabilidad de que pierdan su trabajo las personas que se dedican a: telemarketing, cocineros de restaurants, oficiales de crédito, réferis, cajeros, técnicos dentales, ingenieros de locomotoras, ayudantes de abogados, mozos, técnicos farmacéuticos, guías de turismo, entre otros.
No es ciencia ficción, es una realidad que ya empezó hace rato. Hoy una computadora responde los reclamos en Amazon, en el Metropolitan Museum el guía es el curador del museo y lo escuchas por tu propio celular, en el mismo celular donde haces el web-checkin. Todo eso son empleos que ya desaparecieron. Tampoco es una realidad nueva, cuando Cirus McCormick inventó la cosechadora mecánica fue el inicio de un proceso que desplazó a más del 90% de las personas que trabajaban en la agricultura generando un problema de empleo en el siglo XIX que tardó un par de décadas en ser eficientemente reemplazado.
Pero el proceso hoy es más acelerado y es lo que genera desencanto con la globalización, porque mucha gente confunde el problema de la globalización o la inmigración que no es lo que está provocando la pérdida de mejora salarial de algunos grupos en países como EEUU y Europa, sino la competencia de los robots y las computadoras, que son más eficientes, no se quejan, no hacen huelga, no se enferman, no tienen vicios, no roban, y son fácilmente reemplazables, y cada vez más baratos.
La solución es la reforma educativa
Por fortuna sabemos cuál es la solución para morigerar el impacto. Una alternativa que proponen personas como Eduardo Levy Yeyati, es que los sectores más productivos subsidien a los que quedan excluidos con un ingreso universal aprovechando su inmensa capacidad. Esto será posible, aunque injusto, pero fundamentalmente sería espantoso para quienes reciben el subsidio. Los seres humanos no se contentan en ser tratados como mascotas, bien alimentados y cuidados por sus dueños. Cuando son tratados de esa manera, se deprimen, se enferma, aumentan sus adicciones, la tasa de accidentes y los suicidios como demuestran los trabajos de Calvin Helin, abogado aborigen, que se dedicó a investigar lo que ocurre en las reservas aborígenes en EE.UU., Canadá, Nueva Zelanda y Australia.
La verdadera solución es cambiar radicalmente la forma de enseñar. Una revolución que permita desarrollar las habilidades necesarias para el siglo XXI, la imaginación, la inteligencia emocional, la inteligencia espiritual, la investigación, el trabajo en equipo, las artes, la música, la danza, la inteligencia cinética, además de las tradicionales, como verbal y las matemáticas.
También sabemos cuál es la mejor manera de acelerar la revolución educativa, es un sistema que llamamos DIPAL (dinero para el alumnos). El Estado debe comprometerse a financiar la educación de los niños permitiendo que los padres sean quienes deciden el establecimiento educativo al que enviarán a sus hijos sea público o privado. Es decir, el cheque estatal seguiría al alumno.
La consecuencia será que los pobres recuperarán un importante grado de libertad y las escuelas deberán competir para atraer a los alumnos, un excelente incentivo para mejorar la calidad. Este sistema facilitaría la descentralización de la administración escolar, mayor autonomía en las decisiones. Permitirá, además, multiplicar la diversidad de escuelas para desarrollar niños con diferentes talentos.
Publicada en Ámbito Financiero.-