Editorial de Tapa, del mensuario Argumentos de mayo, periódico liberal.
El mayor esfuerzo de gestión que el gobierno viene desarrollando desde hace varios meses, está orientado a motorizar un vigoroso impulso a la economía con el fin de que la población disfrute rápidamente de un mayor bienestar, el cual se traduzca en apoyo electoral al oficialismo. Con este fin se han formalizado acuerdos destinados a que determinados sectores, considerados estratégicos o socialmente relevantes, experimenten un crecimiento ostensible a corto plazo.
Esta metodología se explica por el contexto político. La oposición está al acecho de que el macrismo sufra algún tropiezo que lo haga tambalear, para empujarlo al abismo y forzar una salida anticipada del poder. En consecuencia, el gobierno está obligado a tomar muchos recaudos para no dar lugar a que los solapados intentos de desestabilización lleguen a prosperar. La inyección de “anabólicos” a la economía se inscribe en ese enfoque estratégico.
El hecho de que este criterio de gestión sea lógico no significa que no despierte dudas. Uno de los problemas habituales de los procesos de crecimiento está referido a la sustentabilidad de las etapas de expansión. En Argentina, este es un fenómeno recurrente. ¿Cuántas veces ha ocurrido que hubo algún programa económico muy exitoso durante cierto tiempo, y luego concluyó en una crisis? Con semejante experiencia a cuestas, es inevitable que nos planteemos esa pregunta ahora, en las etapas iniciales de un ciclo de crecimiento.
La ansiedad del gobierno por impulsar un crecimiento rápido –entendible por las razones expuestas- lleva a promover políticas expansivas basadas en incentivos artificiales cuya continuidad más allá del corto plazo es muy dudosa. Está claro que si el gobierno fracasa en las elecciones, la propia estabilidad del macrismo quedará comprometida. Por lo tanto, el oficialismo no tiene alternativas; tiene que impulsar un crecimiento económico rápido para no sufrir una derrota que lo deje fuera de juego. Pero esta falta de opciones no quita el hecho de que el proceso económico que se está llevando adelante es defectuoso en sí mismo.
Esto nos lleva, necesariamente, a pensar en qué puede suceder una vez que las elecciones hayan tenido lugar, suponiendo que el macrismo haya obtenido un resultado satisfactorio.
Lo que previsiblemente sucederá es que deberemos preguntarnos por el futuro de la economía. Y la interrogación será pertinente. Porque si el gobierno insiste, después de las elecciones, con la misma fórmula que está aplicando ahora, lo que terminará por pasar es que, una vez más, los argentinos nos encontraremos con un plan económico que no ofrece perspectivas de continuidad más allá de alguna coyuntura ocasional. Entonces, el “aire” que el gobierno pudiera haber obtenido con un buen resultado electoral se evaporará en poco tiempo. Eso fue lo que sucedió, por ejemplo, en 2011, cuando el kirchnerismo ganó con el 54 %, empezaron las presiones contra el dólar, el gobierno se negó a asumirlas, estableció el cepo cambiario y la economía se estancó durante cinco años. De ahí en más, el kirchnerismo nunca más ganó una elección. La pregunta, entonces, es: admitiendo que el macrismo, favorecido por la economía “anabolizada” de ahora, obtenga un buen resultado electoral ¿qué hará al día siguiente de los comicios? Si sigue inyectando estímulos artificiales, se va a quedar sin impulso, emergerán las inconsistencias latentes y la perspectiva de una crisis se tornará verosímil. Lógicamente, una situación de este tipo traerá aparejado el fin de la experiencia macrista.
Existe, sin embargo, una alternativa. Si el oficialismo obtiene un buen resultado en las elecciones, su crédito político se encontrará renovado. Entonces, la pregunta que sobreviene es: ¿de qué manera invertirá ese capital político incrementado por el resultado electoral?
Y aquí surge un espacio para tener una mirada cautelosamente optimista. Los dirigentes macristas son conscientes de que el crecimiento económico que tenga lugar a lo largo de 2017 está basado en estímulos de corto plazo. Por lo tanto, cabe esperar que apuesten a aprovechar ese crédito político ampliado para motorizar políticas consistentes con un crecimiento que sea sustentable en lapsos más extensos. Que efectivamente hagan esto o que se “enamoren” de la utilización de los anabólicos es una cuestión que no hay modo de aclarar hasta que los hechos no sucedan, es decir, hasta que se conozca el resultado electoral y, si este es favorable al gobierno, tengamos oportunidad de ver cómo emplean su revitalizado capital político. Por eso, si se cumple la perspectiva de que el gobierno obtenga un buen resultado, la gran duda es qué sucederá el día después.