Emilio Ocampo
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Voluntarismo: n. actitud que funda sus previsiones más en el deseo de que se cumplan que en las posibilidades reales. (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua)
El economista Fritz Machlup (1902-1983), que de joven había vivido la hiperinflación austríaca, sostenía enfáticamente que combatir la inflación de manera gradual era imposible. Se habría llevado una gran sorpresa de saber que en Argentina, un país que hace setenta años sufre los efectos de una alta inflación (200% anual, en promedio), se sigue debatiendo si conviene una política de shock o gradualista para bajarla. La evidencia es bastante clara en este sentido: el gradualismo fracasó, acá y en el resto del mundo.
Un plan de shock exitoso es aquel que, dentro de un plazo de dos años, logra reducir de manera sostenida la tasa de inflación anual proyectada a un dígito. Con este criterio, en nuestro país hubo cinco: Gómez Morales en 1952, Alsogaray en 1959, Krieger Vasena en 1967, Cavallo en 1991 y Lavagna en 2002. En todos los casos, lograron su objetivo no sólo restringiendo el crecimiento de la oferta monetaria sino también reduciendo el déficit fiscal (y el gasto público). La experiencia de Alemania y otros países de Europa en los años veinte también demostró que con un fuerte ajuste fiscal y monetario se puede eliminar muy rápidamente la hiperinflación.
El gobierno ha elegido otro camino. Si se cumplen las metas oficiales, recién en 2019 tendremos una inflación de un digito. Para entender los riesgos que encierra esta estrategia no sólo es necesaria cierta perspectiva histórica sino también tener presente una verdad incontrovertible: el gasto público es demasiado alto e ineficiente y los ingresos fiscales no alcanzan para financiarlo, de ahí que tengamos déficit recurrentes. Esto implica necesariamente elegir entre dos opciones para financiarlos: la emisión monetaria o el endeudamiento.
La primera opción nos llevó (y nos llevaría) a la hiperinflación. La segunda requiere la existencia de inversores que estén dispuestos a comprar (y seguir comprando) bonos de la República Argentina (la capacidad de endeudamiento con organismos internacionales es limitada). Dados los montos involucrados (al menos 250.000 millones de dólares para los próximos cinco años si sumamos los déficits y el servicio de la deuda pública) y el hecho de que gracias al kirchnerismo nos quedamos prácticamente sin mercados de capitales, estos inversores mayoritariamente son extranjeros.
Los partidarios del gradualismo puntualizan correctamente que las tasas de interés en dólares están en niveles históricamente muy bajos y que la deuda pública con inversores privados también es baja. Consecuentemente, consideran que no es una mala estrategia financiar los déficits recurrentes endeudándonos en el exterior. La idea subyacente es comprar tiempo (supuestamente a bajo costo) para corregir los problemas estructurales de la economía argentina de manera gradual y sin provocar trastornos sociales.
Pero esto implica poner nuestro destino en las manos de inversores internacionales que, como la experiencia ya ha demostrado, son muy volátiles. Hoy compran bonos argentinos fundamentalmente porque pagan tasas de interés altas cuando en el resto del mundo las tasas son muy bajas. Pero en cuanto estas últimas empiecen a subir de manera sostenida, o aumente la volatilidad en los mercados, comenzarán a venderlos. La realidad es que, hasta ahora, este escenario de tasas tan benigno se debe en gran medida a la agresiva intervención de los bancos centrales de EE.UU., Europa y Japón post crisis de 2008. Pero esta intervención no es sostenible en el tiempo.
Cuando y hasta que nivel aumentarán las tasas de interés internacionales es motivo de debate. Hay quienes sostienen que debido a un exceso de ahorro global permanecerán bajas por un largo tiempo. Desde la vereda opuesta hay quienes señalan que en Estados Unidos y otros países avanzados donde residen los inversores que compran bonos argentinos, la deuda pública y privada en relación al PBI está en sus niveles más altos desde la posguerra (con déficits fiscales recurrentes) lo cual impulsará las tasas hacia arriba.
Esto significa que, con la política actual del gobierno, sólo nos queda cruzar los dedos y esperar que nada altere la tranquilidad de los mercados. Pero las recientes crisis políticas en Estados Unidos y Brasil demuestran que semejante actitud es un voluntarismo rayano en la imprudencia.
Independientemente de lo que suceda con las tasas y los mercados globales, la otra verdad incontrovertible es que si los inversores internacionales perciben que el gobierno no se compromete seriamente a reducir el desequilibrio fiscal, también venderán sus posiciones en bonos argentinos.
Los economistas en el gabinete nacional y el Banco Central, que son muy sólidos técnicamente, son conscientes de todo lo antedicho. Lo que llevaría a uno a suponer que, al contrario de sus declaraciones, después de octubre efectivamente habrá un ajuste fiscal.
Dos reflexiones finales. Sacar al país de la decadencia a la que lo llevó el populismo será necesariamente un proceso gradual que tomará varias décadas. Erradicar la inflación, requiere una acción inmediata en el frente fiscal. Lo cual no significa echar un millón de empleados públicos de la noche a la mañana sino anunciar un plan creíble de reducción, racionalización y eficientización del gasto público.