Un país normal requiere de ciudadanos bien formados y que se asuman como tal

ANUARIO DESAFÍO EXPORTAR – La Argentina ha iniciado el camino a ser un país normal. No cabe duda. La discusión puede ser si estamos recorriéndolo demasiado despacio o no. Por supuesto, cabe preguntar: “¿lento respecto a qué?”. Una respuesta puede ser, frente a la necesidad de resolver los problemas que hemos heredados en un tiempo prudencial y dado el riesgo de tener que pasar por una crisis internacional. Si en los próximos años viviéramos otra debacle como la del 2007-8, estaríamos mucho peor parados que entonces para enfrentarla. Tanto por la situación de debilidad fiscal como por la insolvencia relativa del Banco Central.

La otra respuesta posible es respecto a la velocidad de los ajustes que los argentinos estamos dispuestos a avalar. Es allí donde el gobierno justifica el paso moderado en las reformas estructurales que necesita realizar la Argentina, más allá de que el resultado electoral de octubre significó un claro apoyo de la sociedad a su gestión. Esto es muy difícil de evaluar, pero es posible que tenga razón. Es notable, pero todos nos quejamos de la enorme presión tributaria de la Argentina, pero cuando un político propone un aumento de gasto aplaudimos, como si luego no se pagara con la plata de nuestros agotados bolsillos de contribuyente. Cuando algún funcionario dice “no habrá ajuste” respiramos aliviados. En realidad, deberíamos preocuparnos,  ya que lo que nos está diciendo es “Nosotros no haremos el ajuste, lo vas a hacer vos y tu familia”.

Cualquier trabajador formal que paga impuestos a las Ganancias trabaja actualmente alrededor de la mitad del mes para los políticos y, recién después, empieza a hacerlo para su familia. ¿Y nos extraña que le cueste llegar a fin de mes? Ojo, no vale el argumento que incita a decir “que lo paguen los empresarios”. Argentina está entre los 12 países del mundo que más exprimen con impuestos a sus empresas. O sea, hay 177 naciones que les ofrecen a los inversores locales y extranjeros mejores condiciones tributarias. ¿Por qué producirían acá? ¿Será porque hacemos ricos asados? Luego no nos quejemos de que somos uno de los países que más capitales ha fugado o que no “lluevan las inversiones” y, por ende, no tengamos suficiente empleo formal ni buenos salarios.

Si queremos que a este país le vaya bien y que todos tengamos más oportunidades de progreso, deberíamos aprender a ponernos en el lugar del emprendedor que genera puestos de trabajo. Hay que tener en cuenta que no son muchos los que tienen las características necesarias para ser exitosos en los negocios, por eso los países se pelean por atraerlos, menos nosotros que hasta ahora hemos hecho lo imposible por ahuyentarlos. Por ejemplo, ninguno de nosotros trabajaría gratis, a menos que fuera para hacer beneficencia. Sin embargo, el anterior gobierno decidió prohibirle sacar sus ganancias a las empresas extranjeras que invirtieron en la Argentina. ¿Habrán considerado que eran organizaciones filantrópicas?

También aplaudimos cuando se pone un nuevo impuesto o contribución al trabajo a abonar por el empresario. No entendimos que a la larga lo vamos a pagar nosotros. Si uno tuviera que contratar un empleado, lo primero que haría es preguntarse cuánto producirá. Digamos que son $100. A eso le restará todo lo que hay que pagarle al Estado y a los sindicatos, $36. También todas las contingencias por eventuales despidos y demandas, dado que tenemos una ley que incentiva la industria del juicio y probablemente le quede no más de $55, que es lo que estará dispuesto a pagar. Si nadie quiere trabajar por ese monto o, a pesar de haber postulantes, la ley o los convenios colectivos prohíben pagar esa suma, el empleador no contratará a nadie o lo tomará en negro. Luego nos asombramos de que en la Argentina tengamos alto desempleo e informalidad laboral y que los trabajadores cobren poco a pesar de que a los empresarios le salen caro.

Ahora, veamos por qué las empresas son poco competitivas en la Argentina. Ya concluimos que el costo laboral es alto, mientras los empleados ganan poco. Además, en 2016, los trabajadores lógicamente querían perder el menor poder adquisitivo posible y, en 2017 buscaron recuperar lo más que se pudiera de lo que había caído el año anterior. El problema es que el empresario antes recibía subsidios a las tarifas de servicios públicos que le permitía ser más generoso con los pagos de sueldos, y que ahora se los están quitando. Encima, a la gran mayoría de los sectores, los estados nacional, provinciales y municipales les bajaron poco o nada- o incluso les aumentaron- la carga fiscal. Esto quiere decir que, con igual nivel de ventas que antes de la recesión, a los comercios y empresas no les alcanzará para pagar salarios con el mismo poder adquisitivo y obtener iguales ganancias que antes de 2016. Por otro lado, con semejantes incrementos de los costos, les será imposible competir con los productores de otros países. Obviamente, sólo podrán hacerlo si invierten para ganar productividad y bajan costos, entre ellos la cantidad de empleados para producir la misma cantidad de producto, es decir generando menos puestos de trabajo. O sea, estamos incentivando la peor de las soluciones, además de la más ineficiente, dado el alto costo local del capital.

Para terminar, casi cualquier bien o servicio que los argentinos compramos aquí tiene incluido en el precio que pagamos entre 40% y 60% de impuestos. ¿Cómo no va a ser todo más caro que afuera? Sumemos que al Estado en sus tres niveles no le alcanza con exprimirnos con tributos para pagar sus gastos y  absorbe gran parte del crédito disponible internamente. Por ello, el que queda para el sector privado es poco y caro. Como con lo que toma internamente no le alcanza, se endeuda afuera, trae divisas e inunda el mercado doméstico, haciendo bajar su valor local. Si a esto le sumamos una economía aún muy cerrada y, por ende, con relativamente poca demanda de moneda extranjera para importar, ahí podemos ver por qué el tipo de cambio es tan barato. Esto hace que los productores de bienes que se exportan y los de bienes importables que no tienen el beneficio de la protección produzcan menos y contraten menos empleados: todo para salvar el negocio de algunos empresarios ineficientes.

Conclusión: tenemos que demandar una reforma del Estado profunda, que lo transforme en uno que sirve al ciudadano y que sea pagable. También que sea integral la reforma de la arcaica legislación laboral y  la gremial feudal que actualmente tenemos. La que plantea el gobierno se diluyó en algunas valorables soluciones puntuales. Por último, sólo deberían ganar plata aquellos empresarios que vendan la mejor calidad al mejor precio y no seguir protegiendo a aquellos ineficientes a costa de los primeros. Si no, acostumbrémonos a una economía que, con suerte, crecerá poco.