Reformar el sistema político

Por Pablo M. Leclercq

En una reunión convocada por nuestra Fundación de estudios en 2017 en la que participaron un grupo de los mejores economistas del país con experiencia en el gobierno en funciones de ministros o secretarios de hacienda se discutió, luego de una excelente y concienzuda presentación del problema por parte de Manuel Solanet, uno de los temas más candentes y causantes de las dificultades por las que está pasando nuestro desempeño político desde hace casi un siglo: el régimen de coparticipación federal, es decir el corazón del federalismo que, junto con el sistema representativo y republicano, constituye uno de las tres columnas de nuestro sistema político constitucional. Esos tres pilares de nuestra constitución fueron arrasados en la práctica por el gobierno kirchnerista.  El frente Cambiemos, ganador de las últimas elecciones, puso el acento de su campaña en el rescate del republicanismo, cosa que, por ahora, está logrando con dificultad.

El sistema representativo está siendo cada vez más desplazado por la ocupación de la calle en una suerte de remedo de democracia directa que, como poder, va pasando por encima de los tres poderes del estado y del régimen representativo de gobierno. Los esfuerzos que hasta ahora intentó el gobierno no han tenido resultado en la práctica, quedando afectados derechos constitucionales de la mayoría de los ciudadanos para circular libremente.

Las refinadas ideas y conclusiones surgidas de ese distinguido cónclave técnico sobre el federalismo, choca de frente con nuestro sistema político, groseramente sometido al poder hegemónico expresado en la figura no institucionalizada de “Movimiento” que por vía de los hechos y no del derecho ha transformado a nuestro sistema político en un régimen de partido único confundido con el Estado, con breves alternancias supletorias por parte de una oposición que cumple la función de reconstruir los tremendos desarreglos económicos y sociales que el peronismo, en sus distintas variantes movimientistas, va produciendo en su turno.

Con Perón en vida, hasta la década del 70, el “Movimiento” podía disimularse como partido político legitimando su hegemonía a través del voto indiscutible al caudillo. Desaparecido Perón, después de la peor herencia de la historia en forma de lopez-reguismo, caos económico, político y desmonopolización de la fuerza, que la oposición se vió obligada a resolver en 1976 delegando a favor de las fuerzas armadas el expediente de la guerra antisubversiva que restituyó -al precio de toda guerra- el monopolio de la fuerza y la democracia,  sus partidarios se enfrascaron en una saludable renovación que se puso en práctica con el gobierno de Menem en la década del 90, momento clave de la historia política del peronismo y del país, donde gran parte de los errores históricos graves de esa parcialidad parecieron superarse en una buscada aspiración argentina, siempre frustrada desde 1955, como lo fue la de incorporar el electorado peronista al juego republicano. Ese intento fue frustrado históricamente primero por Perón (*) y luego por el mismo peronismo del que Menem no pudo excluirse.

En efecto, la crisis económica de 2001 y el comportamiento político de gran parte de duhaldistas y conmilitones alfonsinistas derivaron en el golpe de palacio de diciembre y la asunción del peronismo en pleno, primero con Duhalde y luego con Kirchner, que durante 14 años restauraron las peores prácticas y errores históricos del peronismo, destruyendo la república que, con mucho esfuerzo, éxitos parciales y fuertes tropezones, estaba construyéndose desde la recuperación de la democracia en 1983. Es así cómo se sumó una generación más de argentinos al pozo de la decadencia.

Pero lo que también comenzó a suceder como fenómeno peligroso al funcionamiento de nuestro sistema político es la “membresía peronista” instituto original como fenómeno político no contemplado en la ciencia canónica, que funciona como colectora de votos vinculados no a un programa de gobierno sino a un mito creado alrededor de Perón hace setenta años, que distorsiona el espíritu y las condiciones liminares de nuestro contrato social que es la Constitución. La hegemonía de Perón fue sucedida por la membresía hegemónica.

En la práctica funciona con tres principios básicos: a) la auto alternancia dentro del “movimiento” o partido único con breves períodos, inferiores al turno presidencial de la Constitución, necesarios para ajustar la macroeconomía, b) la denostación al extremo del gobierno anterior, aun de la misma membresía peronista, c) el reciclado de los mismos personajes en el nuevo reagrupamiento dentro de la misma membresía para seguir conservando los beneficios crematísticos del poder.

La democracia republicana instaurada en el siglo XVIII en Filadelfia, funcionando exitosamente desde hace 230 años, extendida al mundo desarrollado a partir de la segunda guerra mundial y soporte de los sistemas económicos que más han hecho avanzar social y económicamente a la humanidad en su historia, se basan en la división de poderes y en un sistema de partidos políticos republicanos que se alternan en el poder para avanzar en un aprendizaje dialéctico cuyas mejoras económicas y sociales se van empalmando en la línea conductora de las políticas de Estado por encima de los partidos políticos que las acuerdan.

El efecto que “la membresía peronista” produce en la política podría asimilarse a la que el monopolio produce en la economía, neutralizando los efectos beneficiosos de la competencia, concepto que cuando está bien manejado está en la base de cualquier proceso de “evolución creadora”. En la economía el monopolio y los carteles se han enfrentado con la ley antimonopolios no siempre fácil de diseñar y de aplicar. ¿No habrá llegado la hora que la política argentina aborde con sus constitucionalistas este problema de la membresía peronista, como patología original de la Argentina que hoy deforma fraudulentamente la idea alberdiana de nuestra Constitución inspirada en los mismos principios que orientaron a los hombres de Filadelfia?  Sólo así la enorme capacidad potencial de los hombres de la política y de la ciencia que con tanta generosidad hemos sido dotados los argentinos, podrán hacer efectivos sus aportes.

Mientras tanto la oposición se ocupa de otra cosa. Su campo de preocupaciones se concentra en cómo posicionarse dentro de la membresía y no en discutir políticas de Estado.  En su función como oposición sólo observa complaciente la ocupación destituyente de la calle alentada por el kirchnerismo, como ariete del movimientismo, sin denunciarla. La membresía recién se ocupará de debates como los propuestos por esta Fundación u otros, después de la caída del gobierno de Macri y solo en posesión del poder, no para solucionar la cuestión argentina sino para consolidar el poder peronista. La única política de estado defendida por el peronismo fuera del gobierno es recuperar el poder.

(*) Mi libro “¿Será Macri?”