Iván Carrino
Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
En mi nota de hoy, la segunda parte de la historia de nuestra decadencia.
Para mostrarla, nos comparamos con la querida Australia, país geográficamente similar a Argentina, y que alguna vez fue tan rico como nosotros.
Pero desde la década del ’30 que nos venimos empobreciendo en comparación con los australianos. El proceso se agravó en los ’70. En 1975, si un australiano ganaba 100, un argentino ingresaba 61,7. En 2016, estábamos 20 puntos más abajo.
Para entender el motivo de esta decadencia, primero hay que comprender por qué, en algún momento de la historia, las cosas nos salieron bien y fuimos un ejemplo de progreso a nivel mundial.
A eso vamos a dedicar el análisis de hoy.
Argentina Potencia
De acuerdo con los registros históricos y el análisis de los expertos, el fuerte crecimiento de la economía argentina se da entre los años 1880 y 1914. Al respecto, el economista Díaz Alejandro sostenía:
En 1880 Argentina era aún un país atrasado y poco poblado. Tanto comparado con su propia evolución anterior y posterior, como con lo que sucedió en el resto del mundo durante el mismo período, el crecimiento experimentado entre 1880 y 1913 puede calificarse, sin lugar a dudas, de extraordinario.
Otros historiadores sostuvieron que el período de crecimiento argentino en esa época había sido “brillante” y que la profunda transformación argentina se iba dando con “asombrosa rapidez”.
Para Juan Carlos de Pablo, el extraordinario crecimiento argentino de fines del siglo XIX se dio producto del proceso de “creciente interacción con la locomotora mundial de entonces, la economía inglesa”. Son muchos los que coinciden en que en esa época en el país predominaba un modelo económico “agroexportador”, que se basaba en producir materias primas y exportarlas a Inglaterra.
Cierto, ¿pero por qué fuimos nosotros los que nos desatacamos cuando hay muchas otras naciones con los mismos recursos naturales que Argentina para venderle a Inglaterra?
Evidentemente, que pudiéramos ser uno de los primeros exportadores de productos agro-ganaderos de la época tuvo que ver con los recursos naturales. Pero estos por sí solos no hacen nada. Para desarrollar los recursos, se necesita mano de obra y capital.
La mano de obra vino del extranjero. Durante la primera mitad del siglo XIX, la proporción de inmigrantes dentro de la población total argentina se había mantenido estable alrededor del 13%. Sin embargo, en 1895 ascendía a 25% y en 1914 llegó a representar el 30%.
Ahora si estos números son impactantes, más lo son cuando se compara a la población inmigrante en edad de trabajar con la población económicamente activa total. De acuerdo con Víctor Elías, en 1895 los extranjeros eran el 44% de la fuerza laboral, una proporción que se elevó al 51% en 1914.
Gran parte del capital también llegó del extranjero. Son famosos los capitales que vinieron desde Londres para desarrollar los ferrocarriles, y los que llegaban de Estados Unidos destinados a desarrollar la industria frigorífica.
Con estos datos en la mano, lo que tenemos que encontrar es una explicación de por qué la tierra, el trabajo y el capital, se combinaron en la segunda mitad del siglo XIX para dar lugar al fabuloso crecimiento argentino.
Mi interpretación es que el marco de normas imperante era el adecuado. En 1853 el país se había dado una constitución, y el padre de la misma, Juan Bautista Alberdi, se había inspirado en la ley de leyes de los Estados Unidos. Ese texto era profundamente liberal y estaba diseñado para limitar el poder del estado y garantizar la libertad de comercio y contratación dentro de las fronteras, así como la libre inmigración y el libre intercambio hacia fuera de las mismas.
Para Meir Zylberberg, autor de “Las raíces totalitarias del fracaso argentino”, el artículo 4 de la constitución, que establecía que los fondos del tesoro nacional debían provenir exclusivamente de los derechos de importación y exportación, de la venta de tierras públicas o de la renta de correos, aseguraba la estabilidad jurídica en el país, ya que los ciudadanos podrían prever que no se iban a cobrar impuestos abusivos o nuevos.
Además, que una de las pocas fuentes de ingresos fueran los aranceles, también garantizaba un comercio libre, puesto que si los gobernantes ponían tarifas aduaneras muy elevadas, terminarían por ahogar el comercio y, consecuentemente, quedarse sin recursos fiscales.
Las tres claves del progreso
Argentina tenía en la segunda mitad del siglo XIX, lo que Kris Sayce identificó como las claves del crecimiento australiano: respeto por los derechos de propiedad (gracias a la constitución de 1853); recursos naturales; y mano de obra. La receta del progreso.
Durante lo que Guillermo Sánchez denominó “la era relativamente liberal de Argentina”[1], el país creció de manera extraordinaria y desarrolló su infraestructura, así como sus negocios clave.
Durante esos años, el estado se mantuvo limitado (con un gasto promedio del 8,8% del PBI), cumpliendo con lo que el preámbulo de la constitución recomendaba: “asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
En la época relativamente liberal, el país estaba abierto al comercio internacional y a la inmigración, y salvo episodios puntuales (como la crisis de 1890-91), la inflación se mantuvo baja y estable. Entre 1880 y 1913, la inflación promedio fue un envidiable 1,6% anual.
Los resultados de este tipo de sistema económico son relatados por Sánchez. El PBI durante esa época se multiplicó casi por 8, mientras que en términos per cápita, con una inmigración que crecía a ritmos acelerados, se multiplicó por 2 y medio.
Otro dato relevante es que el país vivió una verdadera industrialización durante ese período. Sánchez lo explica:
El sector industria manufacturera del PBI a precios del ‘93 aumentó como nunca jamás, un impresionante 1193% entre 1880 y 1913. El componente industrial del PBI real se multiplicó por casi 13 (…) dejando en un alejadísimo segundo lugar a la época intervencionista, con 202%. A pesar de la sustitución de importaciones, a pesar del proteccionismo, a pesar del apoyo estatal, etc…
Por último, también aumentó el salario real nada menos que 82% entre 1880 y 1913. Gracias a la baja inflación y al constante aumento de la productividad, los trabajadores argentinos estaban cada vez mejor.
A la luz de estos datos, la conclusión es sencilla: el liberalismo económico, o el “maldito capitalismo anárquico”, cuando se probó en Argentina, funcionó de manera exitosa. El libre comercio nos permitió venderles a los países ricos beneficiándonos nosotros. Además, el marco de normas abierto propició la inmigración y la llegada de inversiones. Gracias a eso, vivimos el crecimiento más alto de nuestra historia.
Cuadro 2.1. Crecimiento del PBI y Población
Período | PBI total | Población | PBI per Cápita |
1875-2007 | 3,8% | 2,2% | 1,5% |
1875-1913 | 6,1% | 3,4% | 2,6% |
1913-1939 | 2,7% | 2,3% | 0,4% |
1939-1974 | 3,8% | 1,7% | 2,1% |
1974-1990 | 0,0% | 1,6% | -1,6% |
1990-2007 | 3,9% | 1,1% | 2,8% |
Fuente: Juan Carlos de Pablo. 200 años de Economía Argentina. Buenos Aires, 2010.
Los datos de PBI y PBI por persona pueden resultar demasiado fríos para el lector, así que vamos a ver qué quieren decir en concreto estos números.
En 1862, el empresario Eduardo Lumb recibió la aprobación oficial y el dinero necesario (aportado por bancos ingleses) para desarrollar el Ferrocarril del Sud. En 1880 esta red de ferrocarriles contaba con 2.300 kilómetros de vías, mientras que en 1930 ya era la más grande del hemisferio, con 8.000 kilómetros de vías. El desarrollo del ferrocarril fue una de las manifestaciones más destacadas del progreso argentino. Según los datos recopilados por Zylberberg, en 1937 la red total ferroviaria tenía una extensión de 50.000 kilómetros.
La gran extensión y el rápido crecimiento de los ferrocarriles ayudaron al comercio nacional, así como al internacional, ya que permitieron que las explotaciones regionales pudieran vender sus productos al extranjero.
Con fondos principalmente norteamericanos, se fue desarrollando una importante industria de la carne. Gracias a la creación del frigorífico por parte del ingeniero francés Charles Tellier, en 1874 se realizó la primera exportación a gran escala de carnes argentinas a Europa. En 1877, se estableció en el país la “River Plate Meat Company”. En 1884, se estableció el frigorífico La Negra sobre el riachuelo, y en 1895 se inauguró el primer frigorífico Swift de La Plata. Argentina era un vergel para los negocios, y se convertía en uno de los principales exportadores de carne del mundo.
Otro dato que refleja el progreso argentino de la época fue el desarrollo del sistema eléctrico en Buenos Aires y sus alrededores. Las primeras usinas eléctricas se construyeron a finales de la década de 1880 de la mano del ingeniero Rufino Varela. En esa época, los gobiernos no congelaban las tarifas, y el mercado estaba libre a cualquiera que quisiera arriesgarse a invertir. Después de todo, había que agradecer a los empresarios por darnos un poco de luz, y los consumidores estaban felices de pagar por esta innovadora forma de energía.
Los capitales extranjeros también tuvieron un rol en este desarrollo. En 1893, se estableció la Compañía de Luz Eléctrica y Tracción del Río de la Plata (CLETRP), de origen inglés.
De acuerdo con el estudio del ingeniero Andrés Ghía[2]:
“La CLETRP obtuvo en 1895 la concesión para construir la usina Tres Esquinas de Barracas al Norte para alumbrar el Riachuelo, que fue realizada con equipos estadounidenses y resultó –por sus dimensiones–, la tercera obra de envergadura del país, sólo superada por las de Rosario y La Plata. Asimismo, en 1896 se fusionaron la CGECBA (alemana) con capitales del Deutsche Uberseische Bank y formaron la Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad (CATE), instalada en Buenos Aires desde 1898.
A principios de 1900, se desarrollan grandes concesiones, que garantizaban la explotación monopólica de los territorios, de manera de justificar las inversiones que realizaban las compañías eléctricas.
En 1907, la CATE puso en marcha la construcción de la usina de Dock Sud. En 1910, la obra quedó inaugurada. Se trataba de una usina de 36.000 KW. de potencia, superior a las que había en Alemania, Francia e incluso Inglaterra en la misma época.
En 1913, Argentina se ubicó undécima en el ránking mundial de PBI per cápita. Los extranjeros viajaban semanas en barco para llegar a Buenos Aires a “hacerse la América”. Australia estaba en tercer lugar.
En la actualidad, las diferencias se han profundizado. Australia hoy ocupa el puesto número 6 del mundo. Argentina, un decadente puesto 60.
[1] Sánchez, Guillermo: “La Era Relativamente Liberal Argentina”. Fundación Libertad y Progreso. 25 de septiembre de 2014.
[2] Ghía, adrián: “Bicentenario de la Argentina: Historia de la energía eléctrica 1810-2010”. Cámara Argentina de la Construcción. 2012.