REPÚBLICA ECONÓMICA – El mundo se encuentra disputando el devenir de la libertad económica. Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, parece haber regalado la primera cerrilla para prender el fuego. Con los gravámenes al acero y al aluminio ha iniciado una guerra comercial con sus principales socios comerciales. Nada más alejado ni nada más cercano al proteccionismo que la coacción de libertades individuales.
Fundamentalmente, cualquier barrera comercial suprime la posibilidad de elegir por parte del individuo. Es cierto que un arancel puede llegar a proteger a un determinado sector, pero también es totalmente cierto que ese mismo arancel impide que los individuos aumenten su bienestar a través del intercambio comercial.
En un ejemplo sencillo, supongamos que Pedro siempre compra zapatos importados ya que le salen más baratos que adquirirlos en el mercado local y le duran una temporada más. Pedro ahorrando en la compra de zapatos puede pagar ¼ de la cuota del colegio a sus hijos. Claramente no es mucho, pero para Pedro, un trabajador de clase media, supone una diferencia en su vida diaria. Si por diferentes motivos el Estado decide gravar las importaciones de zapatos de tal forma que el precio de los zapatos nacionales sea menor que el de los importados, Pedro se perjudicará enormemente. Pedro ya no podrá elegir, se le impuso a la fuerza la compra de zapatos nacionales por encima de su libertad individual. Funciona de la misma manera que si el Estado impusiese el consumo de mandarinas a todos los individuos por igual, independientemente de si Juan, María o Carlos les guste o no la mandarina. Por sobretodo el individuo debe tener la posibilidad de elegir, es el primer principio libertario, el del libre albedrío.
Adentrándonos levemente al análisis, el libre comercio surge de la necesidad de los individuos de economizar. Remontémonos a los orígenes, los individuos vivían en pequeñas tribus. Cada tribu producía lo que la tierra le brindaba. Si se encontraban más en el centro con un clima más templado, la tribu podía cosechar limones mientras que si se hallaba más al sur, la tribu podía pastar ovejas. Obviamente, era muy complicado que dos tribus en diferentes zonas pudieran producir de todo. Y si lo hacían debían sacrificar mucho más tiempo, trabajo y recursos que si se especializaban en una sola producción. Es por ello que comenzaron a comerciar. Cada tribu se enfocaba en la producción cuya ventaja comparativa poseía y luego la vendía a cambio de la producción de la otra tribu. Con la especialización incrementaban su producción y diversificaban su consumo simultáneamente. No es absurdo este razonamiento si nos ponemos a pensar desde lo más micro posible. Un individuo no es capaz de realizar un sin número de tareas al mismo tiempo, es más hasta es complicado realizar una cierta cantidad de tareas en el día. El día sólo tiene 24 hs y a veces es necesario sacrificar la realización de una tarea en pos de otra.
El instrumento de política comercial más común es el arancel. Los aranceles son los impuestos que se le aplica a un bien que se importa. Existen dos tipos de aranceles: fijos y ad valorem. En los aranceles fijos se cobra una cantidad fija por cada bien importado mientras que en los aranceles ad valorem los impuestos que se cobran son un porcentaje del valor de los importados. Cualquiera sea el arancel que se imponga sobre la importación tienen dos propósitos:
– Adicionarle un costo al comercio del bien entre países
– Incrementar el ingreso del Estado.
Como se había mencionado anteriormente los aranceles sirven para distorsionar la elección de un individuo, entre su decisión de comprar un bien nacional o comprar un bien importado.
A su vez, los aranceles son utilizados para recaudar ingreso para el Estado. En mi opinión es una forma más de transferir ingresos desde el sector privado hacia el sector público. El hecho de que uno tenga que pagar un bien importado por encima de su precio de mercado sólo para que esa recaudación sea utilizada para sostener al sector púbico es una acción totalmente redistributiva.
Ahora bien, el libre comercio es una de las ruedas necesarias para encaminarse hacia el progreso. En detalle y para que no quede dudas, el libre comercio:
– Mejora la calidad de vida de las personas.
– Fomenta la especialización y eficiencia de la producción.
El libre comercio permite que los individuos compren en el exterior a un precio más bajo que en el mercado local –sino no tendría sentido la importación- y de ese modo accedan a una gama de productos aún mayor que si tuvieran que sesgar todo su ingreso a la adquisición de ciertos productos claves.
Por otra parte, el libre comercio posibilita la especialización económica en determinados productos. La eficiencia es mucho mayor que si un país debiera volcar todos sus recursos y esfuerzos a producir productos que ya se producen a un costo menor en otras partes del mundo. Además el libre comercio también implica la libre movilidad de ideas y de capital humano que permite que las personas viajando adquieran el conocimiento que se encuentra disperso en diversas partes del mundo.
La libertad implica eso, libertad en todos sus aspectos. Cuando la libertad es coartada en algunos de sus ejes, corre el riesgo de desmoronarse completamente. Pero la libertad es astuta, una vez que uno la pudo saborear es imposible volver atrás. Es por ello que aquel individuo que durante algún tiempo fue libre no es capaz de regalar dicha libertad permanentemente.