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Los Mitos de la Independencia Argentina I

  • julio 8, 2019
Emilio Ocampo
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Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso

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Juan Bautista Alberdi

Juan Bautista Alberdi nos advirtió hace casi ciento cincuenta años: “Si hacéis de la vida o historia de vuestro país un cuento o una novela, toda su política seguirá en ese camino ficticio y fantástico.” Más que una advertencia resultó una predicción. Fue la consecuencia inevitable de la afición de los argentinos por la fábula y su resistencia a cambiarla por la historia, algo que Alberdi también advirtió.

En realidad, para ser precisos con el lenguaje, más que una fábula, que por definición es un relato breve, la historia de la independencia argentina es una leyenda fabulística documentada. Es decir, una larga narrativa elaborada en base a una cuidadosa selección de documentos que describe hechos y personajes reales que han sido deformados, tergiversados o magnificados por la fantasía, la ideología o la vanidad y que incluye tanto una intención didáctica como moralizante.

La afición de los argentinos por una historia ficticia que propone el origen de la nación a partir de una epopeya grandiosa protagonizada por un héroe mítico ha tenido consecuencias nefastas para la política. Como metodología histórica adoptamos el realismo mágico, cuya principal característica es “la alteración de la realidad con acciones fantásticas, que son narradas en un modo realista, dando por sentado la aceptación de estos hechos como reales y verdaderos, tanto para los protagonistas como para el lector.”

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El problema es que la historia además de describir hechos del pasado, implica un modelo de interpretación de la realidad. La manera que interpretamos el pasado indefectiblemente condiciona la manera que interpretamos el presente y, por ende, también como planeamos (y planteamos) el futuro. La decadencia argentina se debe, en gran medida, a que como sociedad hemos adoptado un modelo de interpretación de la realidad equivocado. Como bien advirtió Alberdi, por haber adoptado una historia fundacional ficticia, no hemos comprendido bien la relación causa-efecto que explica los principales eventos de nuestra historia y su relación con la historia del mundo. A nivel colectivo no entendemos bien el presente y, consecuentemente, tenemos pocas chances de proyectar con éxito un futuro signado por el progreso.

 

La causa principal del progreso argentino fue el marco institucional republicano diseñado por Alberdi que el Congreso y el presidente Urquiza eligieron para gobernar el país en mayo de 1853, después de la dictadura de Rosas. Para salir de la decadencia de los últimos setenta años es necesario que una mayoría de los argentinos crea en y respete ese marco institucional y no que siga creyendo que un “Padre de la Patria” nos va a salvar. Como expliqué en Entrampados en la Farsa: El populismo y la decadencia argentina, la historia fundacional mítica, caudillesca y vanidosa que nos contamos desde hace más de un siglo es un obstáculo para que ello ocurra, y por ende, también para el progreso.

 

Es por esta razón que me he propuesto una tarea ímproba, por no decir quijotesca: desmitificar esa visión de la historia. Habiendo finalizado los festejos del segundo bicentenario de la independencia (los festejos del primero fueron el 25 de mayo de 2010) parece un momento apropiado para encararla.

Otto Rank

En su libro sobre El mito del nacimiento del héroe publicado en 1909, Otto Rank destaca el hecho de que casi todos las civilizaciones “han glorificado muy temprano, en poemas y sagas, a sus héroes, legendarios reyes y príncipes, instituidores de su religión, fundadores de dinastías, imperios y ciudades; en suma, a sus héroes nacionales. En particular, han dotado de rasgos fantásticos a la historia del nacimiento y la juventud de estas personas, rasgos cuya desconcertante semejanza, que en parte llega hasta una literal concordancia entre pueblos diversos, muy separados entre sí y del todo independientes, es algo consabido desde hace mucho tiempo y que ha llamado la atención de los investigadores”. Como explicó Freud, de quien Rank era discípulo, es posible construir una “saga promedio”:

El héroe es hijo de padres nobilísimos, las más de las veces hijo de un rey. Su concepción está precedida de dificultades, como abstinencia, larga infecundidad o un comercio secreto entre los padres a consecuencia de prohibiciones o impedimentos exteriores. Durante el embarazo, o aun antes, un anuncio (sueño, oráculo) previene contra su nacimiento, casi siempre amenazando al padre con unos peligros. A raíz de ese anuncio, el recién nacido suele ser destinado a la muerte o al abandono por el padre o la persona que lo subroga; por regla general, lo dejan librado a su suerte en el agua dentro de una canasta. Luego es rescatado por animales o gentes de baja condición (pastores), y amamantado por un animal hembra o una mujer de baja condición. Ya crecido, reencuentra a sus padres nobles tras azarosas peripecias, se venga del padre, por una parte, y, por la otra, es reconocido y alcanza la grandeza y la fama.

En la teoría de Freud y Rank, el héroe es el miembro de la tribu, que, osado, se alza contra su padre y, al final, lo vence. El mito del “Padre de la Patria” que propone la historia argentina (y también la venezolana) tiene mucho en común con esta idea.

Reemplazar la historia por un mito tiene raíces que se remontan al origen del ser humano. A lo largo de varios siglos, la manera de interpretar el mundo en la Grecia antigua evolucionó de las historias de dioses, diosas y héroes (mythos) a una basada en la filosofía, la lógica y las bases del método científico (logos).  En la primera etapa se destacan autores como Hesiodo, autor de la Teogonía, y Homero, autor de La Ilíada yLa Odisea, mientras que en la segunda, los filósofos “pre-socráticos”, Sócrates, Platón y especialmente Aristóteles.

En la etapa del mythos los griegos interpretaban todo acontecimiento como causado​ por el enfrentamiento entre múltiples dioses, semi-dioses y héroes. Había dioses para fenómenos naturales como el sol, el mar, el trueno y el rayo, y dioses para actividades y emociones humanas como la guerra y el amor. La realidad era explicada a través de fábulas y leyendas altamente imaginativas que describían la interacción de estos personajes y que hoy conocemos como la mitología griega. Los mitos no se preocupaban por cuestiones prácticas, sino por el significado de los acontecimientos desde un punto de vista emocional. Proporcionaban un contexto que daba sentido a la vida cotidiana y estaban arraigados en el “inconsciente colectivo”.

Con el paso el tiempo, los griegos tomaron una actitud crítica hacia la mitología y propusieron explicaciones alternativas de los fenómenos naturales basadas en la observación y la deducción lógica (”logos”).  En esta etapa los fenómenos naturales eran explicados por el resultado de causas impersonales. A diferencia del mythos, el logos requiere interpretar correctamente los hechos y verificar que se correspondan con la realidad. Es decir, es esencialmente lógico y práctico y excluye las emociones y los sentimientos. En los pueblos primitivos esta transición de mythos a logos queda incompleta.

Hay dos visiones sobre los mitos históricos. Una los juzga tan benignos como necesarios y la otra los considera potencialmente dañinos. Según esta visión contribuyen a fijar la identidad nacional y las creencias predominantes de una sociedad. Preservarlos, muchas veces requiere tergiversar la historia. Como señaló el filósofo francés Ernest Renan, uno de los ideólogos de esta visión, el olvido y el error histórico “son factores esenciales para la creación de una nación, y es por eso que el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad.”

Hitler entendió bien esta idea. En Mein Kampf, le asignó un enorme valor al adoctrinamiento de la sociedad a través de la enseñanza de la historia. El líder nazi recomendaba: “concentrar la atención sobre algunos de nuestros héroes eminentes, y saber pasar por encima de una presentación objetiva, tener como finalidad inflamar el orgullo nacional. (…) Hay que saber elegir a los más grandes de nuestros héroes para presentarlos a la juventud en una forma tan penetrante que los convierta en los pilares de un sentimiento nacional inquebrantable”. Como señala el historiador francés Marc Ferro, de esta manera la historiografía nazi construyó una “línea histórica” que comenzaba con Arminio, seguía con Carlomagno, Lutero, Federico el Grande y Bismarck y terminaba con Hitler. Cualquier semejanza con el caso argentino no es casual (el revisionismo apela a la misma idea de una “línea histórica”).

Los mitos de la independencia argentina están incorporados a los manuales de historia escolares y, como también explica Ferro, su efecto es indeleble:

La imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia. Sobre esta imagen, que para cada quien es un descubrimiento del mundo y del pasado de las sociedades, se incorporan de inmediato opiniones, ideas fugitivas o duraderas, como un amor…, al tiempo que permanecen, indelebles, las huellas de nuestras primeras curiosidades y de nuestras primeras emociones.

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Pedro de Angelis

Casi desde nuestros orígenes como nación independiente, la necesidad de mitificar la historia patria fue motivo de debate. Pedro de Angelis fue uno de los primeros historiadores que tuvo nuestro país. De origen napolitano, llegó a Buenos Aires durante la presidencia de Rivadavia. Años más tarde se convirtió en propagandista de Rosas. Entre 1835 y 1837 publicó la primera recopilación de documentos antiguos sobre la historia de América.En su “Discurso Preliminar” advirtió sobre los riesgos de falsificar la historia con mitos y fábulas:

Los pueblos modernos no tienen que buscar su origen en los poetas y mitólogos: los historiadores son sus genealogistas y del primer día de su existencia puede hablarse con tanto acierto como de un acontecimiento contemporáneo. Ya pasaron los tiempos en que para edificar ciudades tenían que bajar los dioses del Olimpo. Estas fábulas, inventadas para lisonjear la vanidad de los pueblos, aumentan el caudal de mentiras que nos han transmitido los antiguos, por más que se empeñen en acreditarlas los eruditos.

Las advertencias de De Angelis y las que hizo después Alberdi en el mismo sentido décadas más tarde, fueron ignoradas tanto por el mitrismo como por el revisionismo moderno. El historiador alemán Michael Goebel ha escrito un libro interesantísimo sobre la influencia de la interpretación del pasado (que denomina “la política de la historia”) en la política argentina del siglo XX. Según este historiador, el debate entre mitrismo y revisionismo tuvo su contratara en el debate entre liberalismo y nacionalismo. Coincido parcialmente con esta opinión. En primer lugar, como reconoce el propio Goebel, a pesar de sus diferencias, el mitrismo y el revisionismo tienen mucho en común: ambos plantean un origen épico y glorioso de la nacionalidad, es decir, apelan a los mitos para construir su narrativa, coinciden en la glorificación de San Martín, comparten un “patriotismo metodológico” y tienen como objetivo la “evaluación político-moral de los grandes hombres del siglo XIX y su aptitud para ser adorados como paradigmas de la identidad nacional”. En segundo lugar, como señala Fernando Devoto, cualquier historia del nacionalismo argentino, en su sentido amplio, debe empezar con Mitre. Por esta razón es incorrecto identificar a este historiador con el liberalismo. Uno de los primeros en criticar duramente la historia de Mitre (y su actuación política) fue Alberdi, el exponente más brillante del liberalismo argentino. El otro gran crítico de la historia mitrista fue Adolfo Saldías, que también era liberal. Podría decirse que Alberdi y Saldías fueron los primeros revisionistas pero el revisionismo moderno nada tiene que ver con ellos excepto su cuestionamiento a algunos aspectos de la historia de Mitre.

Hay otra visión de la historia que no niega el valor de los mitos en ciertas etapas de la evolución de una sociedad pero considera esencial su superación. “El universo encantado y quimérico del mito donde habitan los héroes legendarios es una etapa histórica necesaria en la evolución de los pueblos primitivos, también en el período infantil de la formación psicológica del individuo,” explica Juan José Sebreli en Comediantes y Mártires. “En todas esas situaciones, juega un papel positivo, pero resulta, en cambio peligroso si se lo quiere reinstalar en la vida cotidiana de los tiempos modernos; es absurdo si se lo eleva a conocimiento superior al racional, y es perverso cuando se lo usa como instrumento político.” Esto último es lo que sucedió en el caso argentino. Como explica José Ignacio García Hamilton, los mitos de la historia argentina tienen mucho que ver con el autoritarismo. Y yo, agregaría, también con el caudillismo. Buena razón para demolerlos entonces y ver si como sociedad podemos pasar de la etapa del mythos a la del logos.

Empecemos con cuatro preguntas para las que nuestros manuales de historia nunca tienen una buena respuesta: ¿Si fuimos los libertadores de América por qué el último territorio liberado del dominio español fue justamente uno –el Alto Perú– que nos pertenecía por herencia virreinal y, además, por un ejército comandado por un general venezolano? ¿Por qué ese territorio, que era la región más rica y más poblada del Virreinato del Río de la Plata, es un país independiente cuyo nombre honra a Simón Bolívar y cuya capital, Sucre, a uno de sus lugartenientes? ¿No fue la liberación del Alto Perú el objetivo principal de varias campañas militares que se organizaron a partir del 25 de mayo de 1810? ¿Por qué nos dedicamos a libertar a otros países en vez de libertar nuestro propio territorio?

El análisis objetivo y racional de los hechos y de la evidencia documental (que nuestros historiadores raramente consultan) permite derrumbar los mitos centrales sobre los que se edifica la historia “oficial” de nuestra independencia: que San Martín fue el “Padre de la Patria” y el “Libertador de América”.

En el próximo artículo (cliquear aquí) explicaré por qué.

(Artículo publicado el 18 de julio de 2016)

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