Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
INFOBAE – Lo primero es decir que en nuestro país y en ninguna otra parte del continente americano hubo tal cosa como “pueblos originarios”, ya que todos los humanos provenimos de África y en nuestra región los habitantes primitivos caminaron a través del Estrecho de Bering cuando las aguas estaban bajas. En todo caso se trata de los primeros inmigrantes.
Habiendo dicho esto subrayamos que la primera fundación de una ciudad en nuestras tierras fue en Santiago del Estero en 1554, época, dicho sea de paso, en que esa zona era un vergel lo cual se modificó a raíz de sucesivos cambios climáticos que vienen ocurriendo desde por lo menos la era glaciar. Por eso se ha dicho que luego de los ruidos guturales, nuestros ancestros de las cuevas lo primero que probablemente dijeron fue: “¡Qué raro está el clima!”.
Uno de los primeros combates de los gobernantes locales luego de fundada Buenos Aires fue el contrabando, es decir, el deseo de ingresar mercadería considerada de mejor calidad y precio más atractivo según el criterio de los locales. En este sentido, las primeras trifulcas fueren entre nuestras costas y Colonia del Sacramento y más adelante la instalación de aduanas secas, por ejemplo, en Córdoba y Jujuy.
Por su parte, las vaquerías –mucho antes de los saladeros y la muy posterior industria frigorífica- fueron la primera industria porteña que consistía en cazar ganado vacuno para sacar partida del cuero y dejar que los animales se pudran en el campo, lo cual se complementaba con la liquidación de carne para engullir y dejar el resto a las aves de rapiña. Todo esto era una manifestación burda de lo que en la ciencia política luego se denominó “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie y, por tanto, no hay interés en preservar y reproducir sino solo en consumir. Este fenómeno depredatorio se corrigió con la revolución tecnológica del momento: la marca primero y el alambrado después que al delimitar la propiedad no solo frenó lo anterior que se encaminaba a la extinción del ganado vacuno (igual que ocurrió con los búfalos en el hemisferio Norte) sino que los incentivos operaron en dirección a multiplicar el stock ganadero.
La denominada conquista de América por los españoles en estas regiones en general se basó en la expoliación de los llamados “indios” (como se sabe, un error conceptual debido a que las expediciones originalmente pensaban que se dirigían a las indias) a través de “guerras santas” y de instituciones esclavistas como la mita y el yanaconazgo por las que seis siglos más tarde Juan Pablo II pidió perdón en nombre de la Iglesia (además de otros perdones) y en la época de la referida conquista hubieron defensores de los indígenas, personas extraordinarias como Fray Bartolomé de las Casas.
Los primeros gobernantes ostentaban el título de “adelantados”, quienes financiaban la expedición a cambio de privilegios y dádivas de muy diversa naturaleza y de ser designados capitanes generales por la corona española quienes a su vez nombraban a miembros de la Audiencia, una institución encargada de impartir justicia y los cabildos responsables de faenas más bien municipales. Luego, esa incipiente burocracia fue reemplazada por los títulos de virreyes y gobernadores, ambos a cargo de jurisdicciones de distinta magnitud, siempre regidas bajo las Leyes de Indias que se promulgaban en España y que tenían la curiosa característica de ser lo contrario a lo que en derecho se conoce como ley, puesto que estaban dirigidas a casos particulares y no de carácter general.
Es de interés destacar que lo dicho no operaba en el hemisferio Norte, puesto que los colonos allí se escapaban de la intolerancia religiosa y el despotismo del continente europeo y de la corona británica en ese momento en manos de Jorge III. En este sentido, cabe subrayar que la historia de las colonias en lo que luego fueron los Estados Unidos se basaron en instituciones liberales que fueron un modelo para el mundo libre. Cuando en el Sur se estableció el férreo Virreinato del Río de la Plata en 1776 que cortó amarras con Lima, en el Norte se promulgó en el mismo año la Constitución que produjo la revolución que mayor progreso brindó en lo que va de la historia de la humanidad, solo comparable a la muy efímera Constitución de Cádiz de 1812 denostada y anulada por la monarquía.
Durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807 se puso en evidencia el deseo de los locales de abrir el comercio con Inglaterra y con el resto del mundo y zafar de las imposiciones españolas de solo comerciar con ellos o entre las colonias dominadas por España, lo cual fue estimulado en grado sumo por las importaciones clandestinas de libros que patrocinaban el librecambio y mostraban sus múltiples ventajas, muy distinto a lo que hoy ocurre en nuestras playas en cuanto a las propuestas anacrónicas y empobrecedoras de “vivir con lo nuestro”.
En 1810, principal aunque no exclusivamente como consecuencia de las invasiones napoleónicas en la península, hubo varios movimientos a favor de declarar la independencia de España. Fueron muy variados los antecedentes y las conspiraciones hasta que finalmente el virrey en ejercicio, Baltasar Hidalgo de Cisneros, se vio forzado a abandonar el cargo y se generaron conatos contrarrevolucionarios como la movilizada por Liniers, quien finalmente fue fusilado en medio de trifulcas de variado tenor. Después de calurosos debates sobre si es implementaría una monarquía o un gobierno republicano, primó este último criterio y se sucedieron gobiernos que ostentaron los títulos de Junta de Mayo, Junta Grande, Primer y Segundo Triunvirato y Directorio, mucho antes de la presidencia en el Ejecutivo.
Ya cuando Fernando VII retornó al trono en 1815 los locales percibieron que reincidiría con sus tendencias absolutistas lo cual confirmó la revolución independentista. En todo caso y en definitiva, Juan Bautista Alberdi tuvo razón cuando consignó que “dejamos de ser colonos de España para ser colonos de nuestros gobiernos” pues, en la práctica, especialmente en el período hasta la caída de Rosas en 1852, dominaron el panorama político los caudillos y las luchas intestinas donde sobresalió un régimen unitario con la fachada de federal.
Es del caso detenernos telegráficamente en opiniones de reconocidos personajes sobre la tiranía rosista dado el tiempo que duró su dominación. Bartolomé Mitre destaca que fundó “una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos” (en Historia de Belgrano). Esteban Echeverría: “Su voz es de espanto, venganza y exterminio (en Poderes extraordinarios acordados a Rosas). Domingo Faustino Sarmiento: “Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento [el de Rosas]” (en Facundo). Félix Frías escribió que “Rosas se proponía por medio de espectáculos sangrientos enseñar la obediencia al pueblo de Buenos Aires (en La gloria del tirano Rosas). Juan Bautista Alberdi: “Los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre” (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). Por su parte, José Manuel Estrada afirmó que “Ahogó la revolución liberal con la escoria colonial” (en La política liberal bajo la tiranía de Rosas). José Hernández: “Veinte años dominó Rosas esta tierra […] veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país” (en Discurso en la Legislatura de Buenos Aires). José de San Martín relata en una misiva que “Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país” (en Carta a Gregorio Gómez, septiembre 21 de 1839). Paul Groussac concluye que “Lo que distinguía a Rosas de sus congéneres, era la cobardía, y también la crueldad gratuita” (en La divisa punzó).
Los miembros de la generación del 37 -bautizada así por el año en que se creó el Salón Literario- conspiraban contra Rosas y muchos de ellos prepararon escritos en Buenos Aires y luego desde el exilio en Chile y Uruguay para adoptar otras perspectivas una vez finiquitada la tiranía. Y después de proclamada la Constitución liberal de 1853 y reforzado ese ideario con las contribuciones de la generación del 80 (denominada así a partir de la primera presidencia de Roca), la Argentina se convirtió en uno de los países más prósperos del planeta. Competía con Estados Unidos y en niveles muy superiores a Suiza, Alemania, Francia, Italia y España, de donde provenían las abundantes corrientes migratorias atraídas por los muy jugosos salarios y condiciones de vida argentinas.
Lo vaticinó Tocqueville: es frecuente que en naciones de gran prosperidad moral y material se dé por sentada esa situación con la que los valores y los principios sobre los que se sustenta ese progreso son abandonados y, consiguientemente, irrumpe la declinación.
Así ocurrió a partir del golpe fascista del 30, cuando comenzó un proyecto de constitución corporativa propuesta por el entonces presidente de facto. Las ideas disolventes se venían gestando lenta pero firmemente, lo cual acentuó el estatismo en grado exponencial a partir del golpe militar del 43, algo que, lamentablemente, bajo una etiqueta u otra, ha venido sucediendo sin solución de continuidad hasta el presente.
En esta línea argumental y para cerrar esta nota periodística dado que el antedicho estatismo se centra principalmente en la corriente peronista, menciono al correr de la pluma los autores más prominentes que han investigado sobre el tema al efecto de ilustrar lo dicho. La corrupción astronómica del régimen (Américo Ghioldi, Ezequiel Martínez Estrada), su fascismo (Joseph Page, Eduardo Augusto García), su apoyo a los nazis (Uki Goñi, Silvano Santander), su censura a la prensa (Robert Potash, Silvia Mercado), sus mentiras (Juan José Sebreli, Fernando Iglesias), la cooptación de la Justicia y la reforma inconstitucional de la Constitución (Juan A. González Calderón, Nicolás Márquez), su destrucción de la economía (Carlos García Martínez, Roberto Aizcorbe), sus ataques a los estudiantes (Rómulo Zemborain, Roberto Almaraz), las torturas y muertes (Hugo Gambini, Gerardo Ancarola), la imposición del unicato sindical y adicto (Félix Luna, Damonte Taborda), la aniquilación del derecho (María Zaldívar y la correspondencia Cooke-Perón), el totalitarismo (carta de Perón a Mao y Juan V. Orona).
Es a través del peronismo que se han demolido las bases constitucionales originales para convertir la legislación vigente en un catálogo de pseudoderechos que perjudican muy especialmente a los más necesitados, a contracorriente de los establecido por maestros como Amancio Alcorta, Augusto Montes de Oca, Segundo Linares Quintana y Gregorio Badeni entre muchos otros y, desde luego, contrario a los múltiples textos de Alberdi como principal inspirador de nuestra Constitución fundadora.
Hoy en nuestro país debe celebrarse el establecimiento de múltiples entidades de muy variado tenor al efecto de estudiar y difundir el ideario de la tradición de pensamiento liberal. Si bien son por ahora minoritarias respecto a la avalancha estatista, constituyen una sólida esperanza para el futuro dadas las muy fértiles faenas que viene desarrollando muchos jóvenes profesionales que trabajan denodadamente en esas instituciones. En este sentido, confiamos que seamos capaces de retomar un camino que nunca debimos abandonar como vanguardia del mundo civilizado.
El autor es Doctor en Economía y también Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.