La deuda externa no es lo relevante

Héctor Mario Rodríguez

Cualquier persona que haya tenido que comenzar un proyecto, negocio, emprendimiento, comercio y todos aquellos que actualmente se desarrollan en ese ámbito, son conscientes de la importancia de los fondos necesarios para concretarlo. Dinero que, en forma de financiamiento y/o aporte, complementa la capacidad ejecutiva de la inteligencia humana para transformar insumos en productos, agregando valor económico en el proceso. Es el CAPITAL requerido para la gestión y, si bien, muchas veces no consiste en dinero sino en activos tangibles o no (edificios, máquinas, materia prima y patentes, entre otros) a los fines de este artículo nos referiremos al Capital como sinónimo de dinero aplicado a la producción.

Quienes aportan Capital al proceso productivo pueden revestir uno de dos caracteres, respecto del proyecto, dependiendo de sus derechos, a saber:

  • Acreedor Financiero
  • Accionista*

*También, para simplificar, omitiremos situaciones intermedias donde se puede ser acreedor con expectativas de recibir dividendos como accionista.

El acreedor financiero presta su capital para recibir, en contrapartida, un rendimiento comúnmente asociado al término “tasa de interés” y la devolución de su capital, conforme lo pactado en el contrato de préstamo.

El accionista, en cambio, no espera (al menos en una primera instancia de su relación con el proyecto) la devolución del capital “aportado” sino la periódica recepción de dividendos por el éxito del emprendimiento o negocio.

La existencia de los Mercados de Capital logra que, en algunos casos, estas tenencias de derechos de acreedores financieros y accionistas, tengan un ámbito en el cual puedan transferirse, venderse, a cambio de dinero. Estos son los mercados secundarios de deuda y acciones. No están disponibles para todos los préstamos, créditos, deudas, bonos ni para todas las tenencias accionarias, porque se debe cumplir un conjunto de requisitos para proteger al ahorro del inversor no especializado, pero su actividad permite marcar la tendencia de la voluntad de arriesgar capital (como acreedor o como accionista) en un determinado emprendimiento, sector, región o país, por ejemplo.

Una de esas “marcas” es la que se conoce como Prima de Riesgo País. ¿Qué mide y qué significa?

Es un standard en Finanzas Corporativas tomar como referente de Riesgo Mínimo (riesgo cero, hipotéticamente) el rendimiento proveniente del valor de cotización de la Deuda del Tesoro de EEUU emitida a través de bonos con gran mercado secundario en todo el mundo. Si esos papeles se están comprando y vendiendo con un rendimiento implícito del 2% anual en dólares, ésa se considera entonces la “tasa libre de riesgo” en todo el mundo. La diferencia entre ese rendimiento y el de los bonos soberanos (emitidos por otros gobiernos nacionales) de los distintos países es lo que se llama Prima de Riesgo País.

La palabra Prima conduce a la idea del negocio del seguro, como cobertura ante riesgos, pero no opera exactamente así. Se trata de una presunción subjetiva del mercado sobre la recompensa que hay que darle a alguien que acepta, por ejemplo, deuda soberana brasileña en lugar de estadounidense. En pocos países la Prima de Riesgo País ocupa los titulares de los diarios como ocurre en Argentina y no sólo en la sección Mercados y Finanzas.

Este precio de referencia para Argentina se sitúa actualmente en el 20% anual en dólares por lo cual, si el Tesoro argentino quisiera endeudarse adicionalmente en el Exterior debería estar dispuesto a reconocer un 22% anual (20 + 2 de la base del Tesoro Americano) en dólares.

¿Importa este dato o es simplemente un tema para financistas, banqueros, especuladores y otros personajes de inmerecida mala fama? Siguiendo la línea argumental, ese precio de referencia para los que tienen que arriesgar Capital, en cualquiera de sus formas, es de una trascendencia innegable, lo que provoca su protagonismo en los medios.

Esa terrible Prima de Riesgo Argentina, que había llegado a reducirse hasta 4% anual (es decir una quinta parte de su valor actual) hace unos años, condensa nuestro drama: ANOMIA recurrente.

No cumplir con los contratos, cambiar constantemente las reglas de juego, acomodar la legislación al lobby de turno, y hacerlo, muchas veces, festejándolo o, aún, diciendo que “no hay más remedio”, termina siendo altamente costoso para toda Argentina. Recesión, desempleo, pobreza material y miseria son las consecuencias no financieras de incumplir todos nuestros compromisos: de palabra, escritos, legislados y hasta protegidos por la Constitución.

El arreglo o no de la Deuda Federal Nacional y las Deudas Provinciales, tendrá impacto en la finanzas públicas de esas jurisdicciones y en sus habitantes. Pero la definitiva conquista de una REPUTACIÓN de País que honra sus compromisos requiere más que buenos jugadores de póker y rendirá más que una quita, por jugosa que esta sea.

Toda la actividad económica argentina está pendiente de nuestra propia decisión de ser confiables, serios, respetuosos del compromiso asumido; aún con sangre, sudor y lágrimas de la generación actual, copartícipe de la anomia. La Inversión que se requiere para crecer al ritmo que necesitan nuestros compatriotas se conseguirá solamente con el ingreso permanente y creciente de capitales al sistema productivo, en cualquiera de sus formas jurídicas y derechos respectivos. Los tenedores de esos fondos tienen memoria. Saben que, por falta de voluntad y/o de capacidad, sus derechos de propiedad han sido conculcados en innumerables oportunidades. Lograr que, masivamente, retomen la confianza en nuestra sociedad es una tarea enorme y prolongada, pero debe comenzar ya y no descarrilarse NUNCA MÁS.

“Respetar al CAPITAL” debería ser el nuevo mantra.

¿Lo conseguiremos después de más de medio siglo desgañitándonos al ritmo de vítores hacia quien se supo “ … conquistar a la gran masa del pueblo, combatiendo al capital”? Sólo depende de nosotros.

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