Iván Carrino
Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
CATO – Iván Carrino señala que el problema de muchas de las respuestas de política pública frente a la pandemia es que nos están obligando a elegir una sola forma de hacer las cosas.
Tras los atentados terroristas a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001, en EE.UU. se instauró algo conocido como “la doctrina del 1 por ciento”.
Dicha doctrina sostenía que incluso una probabilidad de 1 en 100 de que ocurriera un atentado terrorista, era un riesgo demasiado elevado. Así, para contrarrestarlo se justificaban todo tipo de atropellos a las libertades individuales, desde las escuchas telefónicas, hasta las llamadas guerras preventivas.
Me entero de esto leyendo un artículo de Jonathan Chait, en la New York Magazine. Chait sostiene que algo muy similar está ocurriendo con el COVID-19. Si se trata de comparar, en este caso –dado que el año pasado las muertes por COVID-19 representaron el 0,026% de la población mundial–, ni siquiera deberíamos hablar del 1%, sino más bien del cero. De ahí la idea de “cerismo“.
¿De qué se trata el cerismo? De la obsesión por bajar los contagios y las muertes de Covid a cualquier costo. Para Chait:
El cerismo es la incapacidad de concebir las medidas de salud pública en términos de costo-beneficio. La pandemia se convierte en un enemigo que hay que destruir a toda costa, y cualquier compromiso puede conducir a la muerte, por tanto, es inaceptable.
¿Cuiáles son algunos de estos costos? Muy concretamente, el año pasado se perdieron 50.000 empleos formales solo en el sector de gastronomía y hotelería en Argentina. Todo ello derivado de las políticas de cuarentena y restricción del turismo internacional y local. ¿Ahora qué culpa tiene el mozo de un restaurante de que alguien muera de Covid? ¿Por qué dejarlo a él sin trabajo para intentar reducir el riesgo que un tercero enfrenta al contagio?
Si ampliamos la muestra a toda la economía, en 2020 se perdieron 1,06 millones de empleos (véase la página 8, cuadro 2 de este link). ¿Cuántas muertes y contagios se evitaron que justifican esta calamidad económica?¿Muchos, alguno, ninguno? Incluso asumiendo que fueran muchos, alguien tiene que explicar cuál es la racionabilidad de dejar a 1 millón de personas sin su sostén económico.
Los costos no son solo de este tipo. Comentando sobre el cierre de la educación presencial (allá también ocurre), el autor afirma que:
La suspensión de la escolarización presencial durante casi un año está cobrándose un precio cuya escala apenas podemos empezar a comprender (…) Una historia del Washington Post narra una epidemia de problemas de salud mental que sufren los adolescentes que perdieron su punto de acceso principal para socializar con sus compañeros. Muchos de los estudiantes más pobres con vidas hogareñas menos estables (un análisis estima la cifra en alrededor de 3 millones) nunca iniciaron sesión ni realizaron ningún trabajo escolar durante el último año. Incluso aquellos que regresarán a la escuela cuando se reanude, lo que seguramente muchos no harán, han perdido un año de educación que nunca recuperarán.
Tras ello, sostiene que ningún cálculo relacionado con el riesgo de contagio dentro de las escuelas (bajo o muy bajo) importa, porque el costo de mantenerlas cerradas es una “catástrofe social”. Uno puede empatizar con esta idea, pero también hay algo de tramposo en el planteo.
Es que nos están obligando a elegir una sola forma de hacer las cosas. En un mercado absolutamente libre y desregulado para la educación, habría colegios privados que ofrecerían educación 100% presencial, otros que ofrecerían educación parte presencial y parte virtual, y otros que ofrecerían educación 100% virtual. Esto, sin ir más lejos, ya funciona en el sistema educativo universitario y nunca nadie ha dicho que representaba una catástrofe social.
Incluso si en dicho sistema ideal existieran escuelas gestionadas por el estado, cada distrito decidiría si las escuelas están abiertas, cerradas, o semiabiertas. ¿Y qué pasaría entonces? Que habría libertad para elegir, asumiendo beneficios y costos. Una familia podría decidir enviar a sus hijos al colegio presencial, y asumir el riesgo (bajo, re bajo, bajísimo, altísmo, no importa), de contagiarse. Otra podría resistir ese riesgo a toda costa, y elegir el colegio que tenga las puertas cerradas, pero los “Zooms” abiertos.
Pero el punto es que cada uno decidiría los riesgos que quiere correr, y no le sería impuesta desde arriba la filosofía del riesgo cero, o del cerismo.
Para ir cerrando, como recordé en esta reciente charla para el Ayn Rand Center, durante primer mes de cuarentena del año pasado, los accidentes de tránsito y los robos habían caído más del 90%. Es decir, la circulación cero parece ser un buen remedio para tener riesgo cero de accidentes de tránsito.
La pregunta es: ¿es razonable asumir el costo que ello implica? La respuesta es negativa, y también debería serlo para el caso de la pandemia de coronavirus.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Iván Carrino (Argentina) el 24 de abril de 2021.