Edgardo Zablotsky
Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – Hace algo más de un año, en mayo 2021, publiqué en este mismo espacio una nota titulada “Educación: las muertes silenciosas”. En la misma me preguntaba: ¿cuántas vidas, cuando finalmente el Covid-19 haya pasado y se retornase a la normalidad, se habría de cobrar la pandemia? Podía parecer una pregunta extraña, hasta menor, para cuando llegase el ansiado día en que quedase atrás la pesadilla que transitábamos, pero lejos estaba de ello. Para ese entonces habrían transcurrido dos años desde aquel inimaginable marzo de 2020. Casi dos años sin clases presenciales, con un inmenso costo, cuya magnitud recién se habría de percibir en los años por venir. Por eso concluía, en aquella ya lejana nota, que en educación los costos de largo plazo de la política seguida por nuestro gobierno frente a la pandemia habrían de ser inmensos. Estábamos viviendo una tragedia educativa cuya magnitud se perdía en la cuenta cotidiana de nuevos contagios y muertes.
Hoy, el resultado de las pruebas Aprender constituye tan sólo la crónica de una muerte anunciada, tal como reporta Infobae: “El cierre de escuelas que se extendió durante casi dos años golpeó con fiereza a los chicos pobres. La pérdida de saberes fue tan dramática como se sospechaba, al punto que las pruebas Aprender que se tomaron en sexto grado muestran que 7 de cada 10 estudiantes de hogares vulnerables no comprenden un texto acorde a su edad y casi la misma proporción no puede resolver operaciones matemáticas sencillas… Aún sin evaluaciones, es vox pópuli que muchos estudiantes de tercer y cuarto grado -que cursaron el primer ciclo a distancia- aún no saben leer y escribir. Es que las clases remotas para los chicos pobres no fueron clases”.
Para ponerlo en contexto comparemos esta realidad con la de Suecia, la cual a principios de mayo 2020 fue señalada por el presidente Alberto Fernández a modo de contraejemplo de lo que debía hacer un país para enfrentar la pandemia. Dos años después, la evidencia muestra una realidad muy distinta. Según la página de Worldometers (22/6/2022), el número de muertes en nuestro país asciende a 129.016 y en Suecia a 19.042. Si lo normalizamos por la cantidad de habitantes, en la Argentina el total de muertes por millón de habitantes es de 2.804 y en Suecia de 1.863.
Suecia es una sociedad que privilegia la libertad, por supuesto con responsabilidad. Por ello, señala la página del Swedish Institute, una agencia oficial de su gobierno: “La respuesta del país al Covid-19 se basó en parte en la acción voluntaria. Por ejemplo, en lugar de hacer cumplir un confinamiento nacional, las autoridades dieron recomendaciones: quedarse en casa si tienes síntomas, mantener la distancia con los demás, evitar el transporte público si es posible, etc”. En virtud de dicha estrategia los niños suecos, prácticamente, no perdieron días de clase durante la pandemia. Como la misma página menciona: “Los preescolares y escuelas suecas para niños de 6 a 16 años han permanecido abiertos durante la pandemia, con algunas excepciones. La Agencia de Salud Pública de Suecia ha hecho la evaluación de que el cierre de todas las escuelas en Suecia no sería una medida significativa. Esto se basa en un análisis de la situación en Suecia y las posibles consecuencias para toda la sociedad”.
Cualquier parecido con nuestra realidad es tan sólo fruto de una fantasía. Por ello, el predecible resultado de las pruebas Aprender tan sólo constituye la punta del iceberg de la realidad educativa que enfrenta nuestro país, frente a los casi dos años sin clases presenciales. Es claro que para muchos niños de hogares vulnerables su vida futura se verá significativamente afectada. En los casos menos extremos, los niños no desarrollarán todo su potencial, las posibilidades de alcanzar una vida mejor habrán disminuido con cada día que las escuelas han permanecido cerradas. En el peor escenario, mejor no imaginarlo.