ÁMBITO FINANCIERO En la Argentina, miles de jóvenes no terminan la escuela secundaria en tiempo y forma, y entre quienes sí lo hacen, una proporción significativa no logra insertarse laboralmente. A la vez, el sector productivo enfrenta una paradoja: la falta de trabajadores calificados para cubrir empleos técnicos, industriales o tecnológicos. Esta desconexión entre educación y trabajo, que se agrava con el paso del tiempo, es una de las principales causas de exclusión social y de pérdida de competitividad. Superarla requiere algo más que reformas curriculares: exige un cambio de paradigma.
La reforma educativa que la economía argentina necesita: el sistema dual
La consecuencia económica es concreta: numerosas empresas industriales, tecnológicas y agroindustriales reportan dificultades persistentes para cubrir vacantes técnicas. Esa escasez de perfiles calificados incrementa los costos de producción, limita la expansión de las plantas y frena proyectos de inversión que podrían generar empleo. La brecha educativa no solo afecta a los jóvenes; también restringe la capacidad productiva del país.
Las empresas, a su vez, asumen un rol activo: seleccionan a los aprendices, los capacitan, les abonan una remuneración y los acompañan en un proceso de formación que culmina con una certificación oficial. No es filantropía, es inversión. Forman a sus futuros empleados en un esquema que reduce costos de rotación y eleva la productividad. En el mediano plazo, el beneficio es mutuo: los jóvenes obtienen una oportunidad real de empleo y las firmas aseguran mano de obra calificada y comprometida.
Es importante subrayarlo: la escuela no se reemplaza por la empresa, ni la formación práctica se coloca por encima de la formación teórica. El sistema dual integra ambas dimensiones en un único proceso formativo. La institución educativa continúa transmitiendo los conocimientos generales y técnicos, mientras que la empresa aporta la experiencia concreta del trabajo, las normas de calidad y los hábitos de desempeño. Lejos de competir, ambas esferas se potencian recíprocamente.
El modelo ha demostrado su eficacia de manera sostenida. Según el Ministerio Federal de Educación e Investigación de Alemania, cerca del 50% de los jóvenes elige esta vía y más del 80% de los egresados logra empleo estable, en muchos casos dentro de la misma empresa donde se formó. La tasa de desempleo juvenil es una de las más bajas de Europa, y la satisfacción laboral posterior de los egresados es alta. Este éxito no se debe únicamente al desarrollo económico alemán, sino a un consenso social profundo: el aprendizaje en el trabajo es tan valioso como el aprendizaje académico.
El impacto macroeconómico de este modelo es evidente: el sistema dual contribuye a sostener una industria competitiva y tecnológicamente avanzada, garantizando un flujo permanente de trabajadores calificados que responden a las necesidades reales de la economía. No es casual que Alemania haya mantenido durante décadas un alto nivel de productividad industrial, con un modelo que vincula educación, empleo y crecimiento.
La Argentina podría avanzar hacia un esquema similar. Contamos con una red de escuelas técnicas que podrían integrarse a proyectos piloto en ramas como metalmecánica, software, energías renovables o agroindustria. Las provincias con tradición industrial —Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires— tienen condiciones favorables para iniciar programas de alternancia educativa con participación empresarial.
Pero falta el puente: la articulación entre el aula y la empresa. Esa articulación requiere de un marco normativo moderno, incentivos fiscales claros y la participación de las cámaras sectoriales. Podrían iniciarse programas piloto en sectores con alto potencial de empleo —software, metalmecánica, agroindustria, logística o energías renovables— aprovechando la infraestructura ya existente y los vínculos territoriales entre escuelas y pymes locales. La clave es construir confianza y dar previsibilidad a las reglas del juego, evitando la improvisación y los cambios permanentes que han dañado a tantas generaciones de nuestros niños y jóvenes.
El desafío, sin embargo, no es solo técnico: es cultural. La sociedad argentina ha tendido a valorar más el título que la competencia, el diploma que la destreza. Recuperar el prestigio del trabajo calificado y de la formación técnica es una condición necesaria para que muchos jóvenes encuentren sentido en su educación. Integrar la teoría con la práctica no degrada el conocimiento, lo enriquece. Educar para el trabajo no es subordinar la escuela al mercado, sino abrir caminos de autonomía y dignidad.
El sistema dual alemán no es una receta que pueda copiarse mecánicamente, pero sí una inspiración concreta. Su éxito descansa en la cooperación entre el Estado, las empresas y las instituciones educativas.
Avanzar hacia un modelo de formación dual no requiere grandes declaraciones, sino acuerdos concretos y sostenibles en el tiempo entre el Estado, las empresas y las instituciones educativas. Si logramos construir ese puente, estaremos dando un paso decisivo hacia una Argentina que crece a partir del conocimiento aplicado y del trabajo calificado.