¿Cuál desigualdad?

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

DIARIO DE AMÉRICA.- En nuestro mundo moderno se producen paradojas superlativas respecto al tema de la igualdad o desigualdad. Me referiré a dos igualdades y a dos desigualdades de modo muy esquemático y resumido. Hay una igualdad  a la que se le atribuye gran importancia y a la que los políticos en mayor o menor medida apuntan a lograr, otra igualdad que rechazan, una desigualdad que deploran y una segunda desigualdad que alientan. Sin embargo, la igualdad que aprecian resulta inconveniente y la que repudian es esencial para la vida en sociedad, mientras que la desigualdad que combaten es absolutamente clave para el progreso y la que aplauden presenta un problema de grandes proporciones. En otros términos, todo al revés de lo que indica un juicioso análisis jurídico, económico y social.

Vamos por partes pero de entrada digamos que las desigualdades anatómicas, fisiológicas, bioquímicas y, sobre todo, psicológicas no solo constituyen un hecho entre los humanos sino que la sociedad civilizada se desplomaría si a todos nos gustara la misma mujer y si todos tuviéramos las mismas habilidades e inclinaciones. Más aun, esta igualdad convertiría las relaciones interindividuales en un espantoso e intolerable tedio, puesto que la conversación misma se asimilaría a una conversación con el espejo, sin posibilidad de contrastar ideas y, por ende, desperdiciando las posibilidades de saltos cuánticos en el conocimiento (además de lo ya dicho en cuanto a la parálisis en el progreso material puesto que el sostén de incentivos para la división del trabajo de desplomaría).

Empecemos por el final. Por la desigualdad que en esta instancia suele alentarse. Charles Murray en su último libro (Coming Apart) apunta a una desigualdad que, a su juicio, está despedazando las entrañas de Estados Unidos (lo cual es aplicable al resto de mundo) y se refiere al abandono de los valores y principios de la sociedad abierta suscripta por los Padres Fundadores y por todos los pensadores del liberalismo clásico del orbe. Esto es una desigualdad moral que constituye la explicación clave para entender la decadencia de nuestro mundo de hoy. Desafortunadamente Murray correlaciona las distintas posiciones fundamentalmente con niveles de ingresos, cosa que a nuestro juicio, esta generalización, nada tiene que ver con el fenómeno descripto. Además, por razones que no se especifican su estudio está centrado en los blancos en Estados Unidos, situación que tampoco nos parece tenga ninguna relación con lo dicho. Es que las generalizaciones de grupos humanos siempre conducen a callejones sin salida que se pretenden sortear con aquello de que “la excepción confirma la regla”. Distinta es la generalización por roles al sostener que quienes ocupan posiciones dirigenciales, para bien o para mal, suelen trasmitir ejemplos. En todo caso, esta desigualdad moral no solo es desestimada por muchos en cuanto al peligro que representa para la supervivencia de la sociedad abierta, sino que es alentada debido a la convicción socialista de sus propulsores.

En el mismo orden inverso que hemos planteado, viene luego la más corriente de las posiciones: la repulsa a las desigualdades de ingresos y patrimonios sobre lo que hemos escrito en otras oportunidades pero ahora basta con decir que en libertad las manifestaciones de los consumidores con sus compras y abstenciones de comprar establecen esos deltas y, por ende, las propuestas políticas de nivelación significan contradecir aquellas previas manifestaciones. La asignación de recursos en el mercado libre permite maximizar las tasas de capitalización que son el único factor que permite elevar salarios en ingresos en términos reales. Por supuesto que no nos estamos refiriendo a patrimonios obtenidos fruto del privilegio y la dádiva otorgada  a favor de los amigos del poder, lo cual constituye un latrocinio.

A continuación la igualdad que se desconoce a diario y que produce consecuencias malsanas para la cooperación social. Se trata de la igualdad ante la ley que en la práctica es desconocida debido a que se pretende la igualdad mediante la ley al efecto de lograr la redistribución a la que nos referimos en el punto anterior. Igualdad ante la ley se traduce en igualdad de derechos de todos por parte de la justicia que se ilustra con los ojos vendados precisamente para destacar la referida igualdad sin que se espíen las condiciones de cada cual. Esta es la única igualdad en una sociedad libre y que resulta crucial para la convivencia civilizada, para la paz social y el progreso de todos los habitantes de la comunidad. En este contexto la ley es sinónimo de derecho y antónimo a disposiciones legislativas e ingenierías sociales que desconocen los puntos de referencia extramuros de la norma positiva, mojones que son anteriores y superiores a la existencia misma del gobierno.

Por último la tan alabada igualdad de oportunidades que es siempre incompatible con la igualdad ante la ley puesto que para otorgar esa mentada igualdad necesariamente deben vulnerarse derechos. En la sociedad abierta de lo que se trata es abrir las posibilidades para que todos cuenten con mayores oportunidades, pero, por las razones apuntadas, no pueden ser iguales sin desmoronar el tejido social que, como decimos, se basa en la igualdad ante la ley.

Estos desconceptos son consecuencia necesaria del abandono de principios y valores que constituyen los cimientos de la civilización. Salvo honrosas excepciones, en las facultades de derecho hacen estragos las teorías positivistas. Como hemos apuntado antes, en verdad no egresan abogados (defensores del derecho) sino estudiantes de legislaciones que eventualmente conocen por su número, inciso y párrafo respectivo pero desconocen los basamentos de la norma. En buena parte de las facultades de ciencias económicas, se insiste en la enseñanza de absurdos modelos de “competencia perfecta” que implican la ausencia de competencia y asignaturas que apuntan a la planificación de haciendas ajenas.

El debido tratamiento de estos cuatro temas vitales: dos igualdades y dos desigualdades, resulta de gran trascendencia para el mejoramiento de las condiciones de vida de todos, muy especialmente de quienes se encuentran en situaciones de pobreza extrema. La preocupación por la condición del prójimo es en lo que consiste el amor, el resto es puro narcisismo o frivolidad manifiesta. Como nos explica Nathaniel Branden, los sentimientos son expresiones de escalas valorativas decididas en el consciente y archivadas en el subconsciente. “Amar el amor” ha escrito George Steiner refiriéndose a la autobiografía de Paul Feyerabend, lo cual está íntimamente vinculado al intelecto ya que significa alimentar y alimentarse el alma que es lo más preciado que tenemos (no hay amor entre los animales).

Pero ya que nos hemos zambullido en el tema del amor debe aclararse que todo se hace por interés personal (en realidad es una perogrullada puesto que toda acción se lleva a cabo porque le interesa al sujeto actuante, ya se trate de un acto sublime o uno ruin). En nuestro caso, quien ama es porque obtiene satisfacción de proceder de ese modo, el que se odia a si mismo es incapaz de amar. La mención del narcisista alude a quien no atina a nada más que mirarse el ombligo. Como queda dicho, la debida comprensión de los temas de las igualdades y desigualdades considerados en estas líneas constituyen aspectos medulares para el progreso moral y material del prójimo y de nosotros mismos. No es posible que se siga con la cantinela de políticas que alegan “amor a los pobres” cuando los arruinan de modo inmisericorde.

Concluyo estas líneas con una anécdota que ilustra otra de las desigualdades, tal vez la más sublime: la nobleza. En una oportunidad, el deportista por antonomasia Roberto De Vicenzo, después de un torneo de golf, fue abordado en la playa de estacionamiento por una señora que manifestó que tenía un hijo que se estaba muriendo y necesitaba desesperadamente ayuda monetaria. Después de un breve intercambio, el golfista decidió escribirle y entregarle un cheque por la suma requerida. Inmediatamente después de retirada la solicitante dos de los directivos del club le explicaron a De Vicenzo que se trataba de una embustera que ya había procedido de igual manera con otros incautos y que lo acababan de ver al referido hijo que gozaba de buena salud. El deportista preguntó “¿es cierto que el hijo se encuentra bien de salud?” a lo que los interlocutores reconfirmaron la respuesta con la afirmativa, entonces Roberto De Vicenzo exclamó “¡que suerte!” con lo que se despidió y marchó de las instalaciones.

*Publicado en Diario de América, New York