La indigencia que duele

Presidente del Club de la Libertad de Corrientes.

Los seres humanos, en una sociedad abierta, pueden elegir si quieren vivir en la pobreza, o salir de ella. Se trata de una decisión personal. Armando de la Torre dice que “la pobreza es el estado natural del hombre”. Este brillante académico cubano sostiene que todos nacemos pobres y recuerda que todos provenimos de un ser mucho más pobre. En algún lugar de la cadena, un antepasado fue pobre en su sentido más absoluto, sin siquiera poder acceder al sustento más elemental, el de su alimentación.

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Si un individuo, por su propia elección, decide no esforzarse, no trabajar, no esmerarse, pues invariablemente será pobre. Sus acciones, sus determinaciones, de alguna manera tendrán impacto directo en su futuro. Es respetable “elegir” la miseria. Lo inadmisible, es que cierto tipo de políticas, que se presentan como salvadoras y generosas, impidan salir de la pobreza y no hagan más que generar las peores condiciones posibles para aquellos que se lanzan a la aventura de intentar superarla.

De esa posición no se sale con dádivas, ni con “favores”. Se logra sobreponerse con oportunidades, con un abanico amplio de posibilidades. Una sociedad dispuesta a fomentar la movilidad social, es capaz de estimular a cualquier ser humano a hacer lo necesario, para transitar ese camino gratificante de intentar construir el propio futuro.

El presente nos invita a ver cómo en muchas naciones, demasiados políticos, se han empeñado en lucrar con la pobreza, en hacer un negocio de ella, haciendo uso de la gente, tratando a todos como objetos, manipulando a la sociedad para provecho político y económico propio.
Esos dirigentes necesitan de los más débiles para cumplir sus objetivos. Si los pobres no tuvieran esa condición, si accedieran a más derechos, a mejor educación, a más recursos económicos, pues entonces serían libres y no tendrían que depender del auxilio del estado paternalista.

Muchos de los que dicen combatir la pobreza, necesitan asistir con algo a los que menos tienen, para poder así ufanarse de su generosidad, sensibilidad y benevolencia. Claro que siempre lo hacen con dinero de otros, utilizando los recursos del Estado, o sea los de todos los ciudadanos, para transformase en verdaderos redistribuidores profesionales de lo ajeno. Pero también precisan que esa condición de miseria sea definitiva y no transitoria, que la aparente donación que le ofrecen colabore pero no lo suficiente como para rescatar a nadie de su situación. Esos políticos hacen de esa circunstancia lamentable un negocio. Saben que un ciudadano que depende de ayuda no es libre, y entonces no puede tener criterio propio, ni soñar y mucho menos oponerse a lo que le indica su ocasional líder político.

La pobreza, en estos tiempos, se ha transformado en un perverso pero gran negocio para ciertos políticos que recitan discursos simpáticos, pero que practican y promueven las políticas más crueles, esas que condenan a una indigencia interminable, que viene para quedarse en un largo plazo. Ha hecho mucho más por los que menos tienen la globalización, el capitalismo, la creatividad humana de los individuos y el mismo lucro, que cualquiera de estos charlatanes de la política.

Los avances de la medicina, de la ciencia y la tecnología, se han instalado para siempre, y lo hicieron de la mano de la iniciativa privada, de empresas que han invertido para crear, investigar y progresar. Han aportado acceso al conocimiento y a la información para brindar más educación, más salud y una mayor expectativa de vida en el presente, con la consiguiente y evidente mejora en la calidad de vida. No han sido los ciudadanos de los países populistas los que han aportado a ese progreso mundial, sino quienes viven en sociedades abiertas y libres, donde la gente puede crecer, soñar, donde las fronteras y los limites los establece cada individuo y no el Estado.

Una casta de bandidos, disfrazados de políticos, alimenta la idea de que la pobreza es una virtud y la riqueza un defecto. Aplauden a los pobres, intentando convencerlos de las bondades de esa situación, frente a la avaricia, la codicia y el egoísmo de los que más tienen. Esa fantasía intelectual que impulsan les permite saquear a los que tienen, haciéndolos sentir culpables de su prosperidad, de su éxito y esfuerzo. Es tal el avance cultural de esas ideas, que los que más se han sacrificado por su progreso, temen divulgarlo, llegando a ocultar sus bienes y disimulando al máximo lo que han obtenido por su propio mérito.

Lo delictivo e inmoral, lo indecente y corrupto es seguir diseñando estrategias que hacen que los pobres sigan siéndolo en forma indefinida. Es así  que ese sector de la política que gobierna hace tiempo, continua desplegando su arsenal de maniobras clientelistas, su asistencialismo estructural, alquilando voluntades y conquistando almas coercitivamente, para seguir dando órdenes, a quienes no parecen tener otra alternativa.

El debate pendiente no puede tener como eje a la pobreza sino a la riqueza. Lo trascendente, lo extraordinario, lo elogiable, es generar riqueza. Eso es lo que realmente permite salir de este lamentable estado de pauperización. Como dice Armando De la Torre “La pobreza no tiene causas, la riqueza si.”
No se defiende a los pobres con protección, sino con políticas que estimulen el crecimiento, el progreso, el trabajo y el desarrollo. No son las, mal llamadas, políticas sociales las que generan futuro sino una secuencia de ideas serias que apuesten a que ese grupo de ciudadanos abandone definitivamente esa situación, salvo que la elijan voluntariamente.

Es inaceptable ver cómo sigue avanzando la hipocresía de los que se llenan la boca hablando de los pobres, del trabajo que hacen por ellos, quitándole recursos con impuestos, socavando su autoestima, haciéndoles creer que no sirven para nada y que solo pueden subsistir bajo los favores políticos de los picaros de turno. No solo esquilman a la sociedad sino que están decididos a robarle su dignidad y sus sueños. Esa es la indigencia que duele.