La eterna batalla entre el shock y el gradualismo

Director de Políticas Públicas en

La difícil herencia que recibirá quien ocupe la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre impondrá correcciones inevitables y de gran relevancia. El cuadro económico no será sostenible después de un largo periodo en que se han acumulado distorsiones resultantes de una gestión que sólo aspira a llegar a esa fecha sin algún episodio incontrolable. Tenemos así un déficit fiscal creciente financiado con emisión o con ahorros de los jubilados. El gasto público ha subido a niveles inéditos y no es financiable aún con la presión impositiva más alta de la historia argentina. Las tarifas controladas y congeladas son compensadas con subsidios crecientes. El gobierno solo logra colocar deuda a muy alto interés debido a su ruptura con el sistema financiero internacional. El cepo cambiario traba las importaciones y ahuyenta las inversiones. A pesar de ello la venta de dólar ahorro como forma de contener el paralelo, erosiona las reservas disponibles. El Banco Central está de hecho quebrado. Hay estanflación, alta pobreza y se destruye empleo privado. El debilitamiento institucional es patético y contribuye al descrédito del país y al aumento de la inseguridad. El narcotráfico y los crímenes asociados han crecido ante la incapacidad de controlarlos.

Frente a este cuadro no hay candidato presidencial que en su fuero íntimo o en su reservada mesa chica, no esté planteándose los caminos de salida de este atolladero. Sólo un positivismo irresponsable o una identificación oficialista, podrían obviar estos planteos. Seguramente los discursos de campaña evitarán exponer los verdaderos remedios que tendrán que aplicarse, pero la realidad se hará palpable el mismo día en que alguien gane la elección presidencial.

En el diálogo entre políticos y economistas es usual hoy discutir si las correcciones deberán ser gradualistas o de shock. La heterodoxia tiende a inclinarse por el gradualismo no sin una velada intención de ser más atractivo para la clase política. Creo que la opción shock o gradualismo no debe plantearse en términos absolutos. Ocurre lo mismo que en la medicina: no hay un a priori entre tratamiento clínico y cirugía. En algunos casos corresponderá el remedio y en otros el bisturí. Dependerá de la gravedad y la magnitud del mal.

En la historia de las hiperinflaciones se observa que siempre se salió de ellas con soluciones abruptas, podríamos decir de shock. Así ocurrió co las hiperinflaciones de Alemania, Grecia, Hungría, Zimbabwe y la Argentina. O bien se sustituyó la moneda por otra creíble, o bien se la hizo confiable por alguna regla autoimpuesta y sorprendente. En la Argentina fue la convertibilidad. Cuando el alto nivel de inflación desata la huída del dinero, no cabe una solución gradualista. La recuperación de la confianza requiere un cambio psicológico colectivo y drástico. De lo contrario subsiste una porción importante de la sociedad que seguirá actuando con los mecanismos defensivos que autoalimentan la inflación. Una inflación baja, por ejemplo de un dígito, seguramente admite una solución gradual de carácter monetario. Una inflación más elevada y que además ya ha sido infructuosamente atacada mediante retraso cambiario y tarifario, difícilmente se pueda corregir con gradualismo. En realidad el gradualismo ya se intentó y fracasó, no logrando más que aumentar la presión de la olla.

Debe entenderse que en la economía las expectativas y la confianza juegan un rol fundamental. Los agentes económicos miran más el futuro que el pasado o el presente. De ahí que la eficacia de las medidas tiene mucho que ver con la seguridad de que en el futuro serán aplicadas, sostenidas y exitosas. No se puede eliminar abruptamente un déficit fiscal de 7 puntos del Producto Bruto Interno. Pero el golpe de confianza puede lograrse si un nuevo gobierno expone un programa de reducción del gasto público y de los subsidios, lo pone en marcha y lo hace creíble. El completamiento del programa podrá luego ser gradual, pero la recuperación de la confianza debe ser inmediata.

No hay motivo para que ciertas acciones no se realicen sin demora alguna. Por ejemplo el restablecimiento de las relaciones financieras, económicas y políticas con el resto del mundo. La salida del default mediante un acuerdo con los holdouts puede no exigir un sacrificio financiero sino lo contrario. Ya es posible pagarles con bonos que a su vez podrán repagarse con un flujo de fondos restablecido y abundante. También puede resolverse de inmediato la irregularidad del Indec. En general la recuperación de la calidad institucional, como la libertad de expresión y el respeto de la independencia de la Justicia, deben lograrse sin demora. En un escenario de este tipo, con plena recuperación de la confianza, bien podría eliminarse el cepo cambiario en un solo acto sin temor de estampidas ni devaluaciones abruptas socialmente dolorosas.

Quienes defienden el gradualismo como principio, seguramente están pensando en un sistema fuertemente intervenido por el estado. Está claro que en ese caso las personas actúan como seres acorralados buscando puertas de escape. Cualquier fisura en el muro, o si se quiere en el cepo, será aprovechada para escapar obteniendo ventajas sobre los demás. El gobernante ocupará su día buscando fisuras para construir nuevos muros. En ese estado de cosas la elección del gradualismo para abrir las puertas de a poco, podrá traerle la sorpresa de la estampida. A más de un gradualista la ola le pasó por encima.