Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Parecería que todos o casi todos los analistas de la economía y la política se circunscriben a lo que estiman es una transición puesto que consideran que no resulta posible ir directo a la meta porque es “políticamente incorrecta”).
Pero en esto viene un primer asunto que no es para nada menor: muy pocos se refieren a la meta porque en realidad nunca pensaron en que consiste, más bien solo son capaces de concebir lo que creen es “una transición” aunque, como queda dicho, no saben de donde a donde. Ya hemos citado antes a Séneca quien ha consignado que “no hay vientos favorables para el navegante que no sabe hacia donde se dirige”.
Por todo esto es que se navega en la mediocridad, más bien haciendo la plancha con pretendidas correcciones que son muy menores o insignificantes que frente a cualquier barquinazo se vuelve a las andadas ya que no se han hecho correcciones de fondo modificando instituciones. Son apenas picotazos a una estructura que se mantiene intacta.
Por ejemplo, los adictos a las transiciones consideran que en materia monetaria de lo que se trata es de manipular con menor rudeza la base monetaria y no para financiar el déficit fiscal sino seguir cierta regla monetaria en el contexto de la independencia de la banca central.
Tenemos que ver esto con cierto detenimiento. Primero, cualquier decisión de la autoridad monetaria en cuanto a la expansión, contracción o de dejar igual la base monetaria está necesariamente alterando los precios relativos, lo cual, a su turno, trasmite señales falsas a los operadores en el mercado que, a su vez, se traduce en consumo de capital que inmediatamente contrae salarios e ingresos en términos reales.
Se ha dicho muy equivocadamente que la inflación es la suba generalizada de los precios, pero si esto fuera así (y los salarios también son un precio) no habría problema con el proceso inflacionario aunque los precios se incrementen raudamente de forma cotidiana. Se necesitarán eso sí espacios para más dígitos en las máquinas de calcular, nuevas columnas en los libros de contabilidad y similares pero el desequilibro entre precios e ingresos no tendría lugar. En verdad, esto último ocurre porque la consecuencia de la inflación consiste en la distorsión de los precios relativos. Además, la inflación no es eso sino su efecto, el origen del proceso inflacionario estriba en la expansión monetaria por causas exógenas al mercado (es decir, causas políticas) y la deflación se debe a la contracción monetaria también por causas exógenas.
Por otro lado, no hay tal cosa como la “inflación de costos” como si éstos pudieran trasladarse a los precios sin comprender que de hacerlo se contraería la demanda (todo impuesto es en última instancia siempre al patrimonio). Tampoco hay inflación producida por meras “expectativas” puesto que si no hay expansión monetaria que las convalide las expectativas quedan frustradas y simplemente se reducen las ventas si se remarcan los precios. A veces se ha dicho que el incremento en el precio de un producto estrechamente vinculado a los demás como el caso del petróleo, hará que se disparen los demás precios. Esto tampoco es correcto, si se eleva el precio del petróleo habrá una de dos posibilidades: o se reduce la adquisición de otros bienes y servicios si se desea mantener el mismo nivel de compra de petróleo o se reducirá su compra al efecto de mantener la adquisición de los otros bienes y servicios.
Segundo, el objetivo de la política monetaria no es eliminar problemas de caja. Una sociedad puede no tener déficit fiscal y apoderarse el gobierno de la totalidad de la renta de la gente vía presión tributaria. Cuando se sostiene que no debe haber desequilibrio en las cuentas fiscales se entiende -en un sistema republicano- que el nivel del gasto debe ser mínimo para atender las funciones específicas del gobierno de garantizar los derechos de todos.
Tercero, una regla monetaria apunta a trasmitir información relevante a los operadores económicos para que “sepan a que atenerse”. Pues bien, esto no es correcto porque, como también queda dicho, la manipulación monetaria (cualquiera) distorsiona los precios relativos con lo que no puede trasmitirse previsibilidad ya que de antemano no se puede anticipar como se moverán los precios en los diversos ramos. Tampoco cabe la idea de expandir al mismo ritmo del producto bruto interno ya que dejando de lado problemas estadísticos, si se procede en esa dirección se estará anulando, por ejemplo, la posibilidad de incrementar las exportaciones que sucederían en paralelo con el aumento del producto (manteniendo los demás factores constantes, los precios tenderán a bajar al existir idéntica base monetaria frente a mayor cantidad de bienes y servicios, lo cual hará que suba el valor de la unidad monetaria que es otro modo de referirse a la baja de precios). En otras palabras, el proceso descripto será anulado por la aludida expansión en correlato con el incremento del producto.
Y cuarto, la llamada independencia de la banca central resulta del todo irrelevante a los efectos de lo que venimos comentando puesto que la expansión, contracción o el dejar inmodificada la base monetaria altera los precios relativos (dejarla inmodificada significa colocarla a un nivel diferente de lo que hubiera hecho la gente libremente si hubiera podido elegir el activo financiero de su preferencia para las transacciones, y si la banca central la ubica al mismo nivel de lo que la gente hubiera preferido, su existencia se torna superflua).
En todo caso, el costo de la transición naturalmente tiene que ser menor que el costo de mantener la política anterior, de lo contrario no tiene sentido introducir las modificaciones pensadas. En esta línea argumental aparecen todas las quejas por los llamados “ajustes” que se pretenden introducir para mitigar los problemas del momento, y esos problemas significan verdaderos ajustes al bolsillo de la gente que es lo que precisamente se pretende aliviar.
En este plano de análisis, queda claro que no se quieren incorporar costos de las medidas nuevas propuestas por la sencilla razón de que no se ven los pesados y crecientes costos que se absorben diariamente fruto de los “modelos” vigentes. Se cree que son beneficiosas políticas como el denominado “control de precios”, las “empresas” estatales, los subsidios, la tergiversación del tipo de cambio, la “re-distribución de ingresos”, los altos impuestos, la deuda pública interna y externa, la alianza de empresarios prebendarios con el poder, los sistemas fascistas laborales, el esquema bancario de reserva fraccional, los aranceles aduaneros y, en general, las abultadas regulaciones al comercio, el agro y la industria.
Como ya hemos puntualizado, lo primero que debe tenerse en cuenta en el contexto de estas transiciones es que el discurso y la ejecución del político están embretados en una franja de máxima y mínima que deriva del grado de compresión de la opinión pública de los diversos temas. El salirse de ese plafón se paga con menor apoyo electoral. Ahora bien, para correr el eje del debate y poder ampliar el discurso y la consiguiente ejecución es menester actuar en el campo de las ideas.
En este debate sobre transiciones, lo que en esta nota quisiera plantear es si esa ejecución debe llevarse a cabo gradualmente para darle oportunidad a que asimilen sus conductas aquellos que se adaptaron a la legislación anterior de buena fe o si deben ejecutarse de una vez las medidas correspondientes.
Estimo que es conveniente tener siempre presente que no hay tal cosa como derechos adquiridos contra el derecho. Es decir, para ilustrarlo con un ejemplo muy extremo que hemos usado antes, no podrían otorgarse “derechos adquiridos” a los fabricantes de cámaras de gas en la época de los criminales nazis. Tampoco tiene sentido encaminar una política gradualista para las clínicas de abortos y permitir la exterminación de quienes son personas en el momento mismo de la fecundación del óvulo con toda la carga genética completa (a diferencia de los que adhieren a la magia primitiva de sostener que se produce una mutación en la especie en el instante del alumbramiento). Sin llegar a estos extremos donde está comprometida la vida de seres humanos de modo directo, podemos ejemplificar con empresarios que en la práctica es como si vendieran arena en el Sahara o helados en el Polo Norte. Estos últimos ejemplos pueden parecer ridículos pero en verdad equivalen a todos los casos en los que se presentan operaciones ruinosas como si fueran verdaderos negocios que solo benefician a ladrones de guante blanco que se presentan como empresarios pero que fabrican componendas en la oscuridad de los despachos oficiales y que literalmente arruinan la vida de millones de personas. Son como inmensos vampiros que succionan la sangre de sus congéneres. Vilfredo Pareto ya explicó que “El privilegio incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 a los privilegiados, perdiéndose el resto en falsos costes, será en general bien aceptado, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan”.
Como hemos dicho, es distinto si no se comprende ni se comparte la idea. En ese caso no se puede aplicar (eventualmente ni siquiera de forma gradual). Se trata de proceder en consecuencia una vez que la idea es aceptada y, en ese caso, sugerimos evitar por todos los medios los gradualismos que, además, ponen en riesgo los mismos pasos y etapas que se proponen. La política de ir al fondo de los problemas de una vez fue lo que, por ejemplo, llevó a cabo Ludwig Erhard quien en contra de las opiniones de todos los comandantes militares de posguerra y una parte importante del empresariado alemán (especialmente los del sector siderúrgico), sorpresivamente anunció la eliminación de todos los controles de precios y subsidios. El resultado fue el llamado “milagro alemán”.
Hay que estar prevenidos de los fantoches que se ofrecen para cargos públicos que en verdad son sedientos de poder. Al decir de Borges “ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie”. Son los cortesanos, genuflexos y rastreros de todas las épocas, tal como refiere Erasmo: “¿Qué os puedo decir que ya no sepaís de los cortesanos? Los más sumisos, serviles, estúpidos y abyectos de los hombres y sin embargo quieren aparecer siempre en el candelero”.
En resumen, la verdadera carga no es de la transición sino el costo de mantener el sistema estatista en pie por lo que el óptimo pareteano no puede tomarse como guía al efecto de pasar de un sistema estatista a uno liberal porque siempre habrá “perdedores” en el lenguaje de esta esquema referencial, pero, por lo dicho, el balance neto será crecientemente positivo.