¿Un populista en la Casa Blanca?

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

“Los populistas a la cabeza” fue el título de un artículo de la revista The Economist, refiriéndose a los dos ganadores de las elecciones primarias de New Hampshire, Bernie Sanders y Donald Trump. El primero representa al populismo de izquierda, que en la Argentina se autodenomina “progre”, mientras que el segundo al de derecha.

Los orígenes del populismo se remontan a la democracia ateniense. Los griegos lo denominaban oclocracia o gobierno de las muchedumbres y lo consideraban el peor sistema de gobierno. Parece insólito que recién comenzado el siglo XXI un candidato populista tenga posibilidades de convertirse en presidente de la primera potencia mundial. Pero fue en Estados Unidos donde en 1891 se fundó el primer partido populista (People’s Party). Su base electoral eran los pequeños agricultores de los estados del Sur y el Oeste. Su plataforma proponía, entre otras cosas, un impuesto progresivo sobre la renta y el control de los grandes monopolios industriales. El partido populista alcanzó su cénit en la elección presidencial de 1892 cuando consiguió casi el 8,5% de los votos. Cuatro años más tarde se fusionó con el Partido Demócrata.

¿Por qué surge el populismo? Supuestamente es consecuencia de la desigualdad. Supuestamente también, por esta razón en América Latina alcanzó su mayor desarrollo. Aunque plausible, esta hipótesis no explica por qué el populismo más exitoso (en perpetuarse en el poder) surgió en la Argentina en los años cuarenta cuando era el país con la distribución del ingreso más igualitaria, la clase media más educada, los salarios reales más altos y los índices de pobreza más bajos de la región.

Según Torcuato di Tella, en América Latina una condición necesaria para que surja el populismo es la “incongruencia de status”. Con este término denominaba a la brecha entre la realidad y las aspiraciones de ciertos individuos o sectores de la sociedad (es decir, es una medida de la frustración). En las democracias avanzadas el populismo existe pero hasta ahora no ha logrado una posición dominante. Un análisis de la experiencia de los países de la OCDE realizado por los politólogos Noam Lupu y Jonas Pontusson confirma la hipótesis de que lo que genera mayores trastornos políticos no es la brecha entre los más ricos y los más pobres sino la que existe entre la clase media y la clase alta.

Todo esto nos sirve para entender que es lo que está pasando actualmente en Estados Unidos. El paralelismo con la experiencia argentina en los años treinta y cuarenta es interesante. El gráfico siguiente muestra la evolución de la participación del 1% de mayores ingresos en el ingreso nacional para ambos países. En el caso de la Argentina va desde 1933 a 1943 y en el de Estados Unidos desde 1982 a 2012 (con intervalos de tres años). Compárese el nivel alcanzado este último año con el promedio entre 1950 y 1980.

Ingresos promedio

Como se puede apreciar, la tendencia es la misma, lo cual no necesariamente significa que Estados Unidos pronto vaya a experimentar su propia versión del peronismo. Pero el aumento sostenido de las desigualdad ha sido acompañado por una creciente frustración (“incongruencia de status”) de la clase media. Y esta frustración es la que ha polarizado a la sociedad y sostiene a Trump y Sanders en las encuestas.

La desigualdad no es un rasgo particular del capitalismo sino más bien un rasgo ineludible de la naturaleza humana. Sin ella, el progreso de cualquier sociedad es imposible. Todos aquellos sistemas que han tratado de eliminarla han fracasado. No sólo no redujeron la desigualdad sino que además empobrecieron a la sociedad y eliminaron la libertad individual. Pero una cosa es reconocer y aceptar esta realidad y otra muy distinta defender que en tres o cuatro décadas se tripliquen los niveles de desigualdad. Éste aumento, más que una consecuencia inevitable del capitalismo, es evidencia de las distorsiones que ha generado la intervención gubernamental (especialmente en el sector financiero).

¿Cuán probable es que un candidato populista llegue a la Casa Blanca? Para responder esta pregunta hay que tener en cuenta que en Estados Unidos el voto no es obligatorio y las elecciones presidenciales tienen lugar un día laborable (el primer martes de noviembre). Aunque en la mayoría de los estados los empleadores están obligados a darle tiempo (no remunerado) a sus empleados para que voten, el ausentismo es relativamente alto. Esto contribuye a explicar porque la tasa de participación electoral es significativamente más alta en los segmentos más prósperos y educados de la sociedad. Por ejemplo, mientras que en los hogares con ingresos por debajo de $49.999 la tasa es de 56% mientras que en aquello con ingresos por encima de $50.000 alcanza un 74%.

Esto le da un sesgo centrista al electorado que limita las posibilidades de candidatos que representan extremos del arco ideológico. De hecho, el sistema ya está generando anticuerpos. El ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, considerado un político centrista altamente presidenciable, anunció hace unos días que si Trump o Sanders ganan las primarias de sus respectivos partidos se presentará como candidato independiente. Lo único que podría modificar esta situación sería un aumento significativo de la participación en el voto del segmento de la población de menores ingresos, algo poco probable en el corto plazo.

Aun en el caso de que ganara alguno de los candidatos populistas, el sistema político norteamericano garantiza la fragmentación del poder. Si, por ejemplo, Sanders llegara a la Casa Blanca le sería muy difícil (sino imposible) implementar las principales medidas de su plataforma electoral debido a la oposición que inevitablemente encontraría en el Congreso y la Corte Suprema. Basta ver lo que lo que le pasó a  Franklin D. Roosevelt, aún cuando contaba con una mayoría en ambas cámaras.

A pesar de estas consideraciones, la polarización del electorado norteamericano y la popularidad creciente de los candidatos populistas distan de ser datos irrelevantes. Todo lo contrario. Ambas complican la gobernabilidad de Estados Unidos en momentos en que enfrenta serios desafíos en el plano local e internacional.