El votante ignorante

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Ian Vásquez

Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.

Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.

Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.

Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.

El circo que ha sido esta temporada electoral –con su serie de candidatos transitoriamente populares, exclusiones, denuncias de plagio y de otros delitos, demagogia y mentiras– no difiere tanto de otras contiendas en cuanto a la aparición de postulantes inesperados o poco conocidos, declaraciones irresponsables e imprevistos de último momento.

¿Qué hace que el proceso de seleccionar a los líderes políticos sea tan folclórico? En parte lo explica el papel del votante ignorante, el mismo que irá a las urnas mañana para elegir al próximo presidente.

Si bien puede haber electores que no son muy listos, al decir ignorante no quiero decir tonto. Todos somos ignorantes de algo, generalmente de muchas cosas, pues no podemos ser expertos en todo. Y la actitud de la mayoría de los votantes en cualquier democracia es racional: es la actitud de ser racionalmente ignorante a la hora de votar.

El típico ciudadano siente, con razón, que hay una mínima probabilidad de que su voto individual haga la diferencia en el resultado final de una elección. Estar bien informado de las propuestas de los candidatos en cada uno de los temas de política pública cuesta tiempo y recursos que uno podría dedicar a otras cosas de la vida. Tiene más sentido invertir ese tiempo en alguna actividad sobre la cual el beneficio es mucho más alto y seguro.

Dado que el costo de votar es alto comparado al beneficio, es común que los electores escojan mantenerse poco informados sobre los temas y propuestas en juego. Eso es a diferencia de lo que uno experimenta al ir al mercado o participar en otros terrenos de la sociedad civil. Antes de comprar una refrigeradora o un televisor, por ejemplo, uno típicamente se informa bien acerca del producto, porque estar bien informado hará la diferencia. Según el profesor de Derecho Ilya Somin, es por eso que ponemos más esfuerzo a tales compras que a las elecciones, a pesar de que pensamos que es más importante el próximo presidente que el próximo televisor.

La política y el mercado funcionan de maneras muy distintas. Si uno no se vuelve experto en televisores, por ejemplo, en el mercado solo basta que existan algunos expertos que puedan informar a los demás sobre cómo tomar mejores decisiones, pues existen incentivos para estar mejor informados. Esos incentivos también mejoran la calidad de la oferta.

No es así en la política. Mientras haya más electores, habrá menos posibilidad de que el voto de uno haga la diferencia. En los países de sufragio obligatorio, como el Perú, el incentivo a la ignorancia racional se agudiza. Tal política no solo resulta en más votantes, sino en más votantes con menor interés en los temas políticos, cosa que a su vez implica peores decisiones a la hora de votar. Los políticos saben que buena parte de los votantes están mal informados. Por eso pueden fácilmente recurrir a la superficialidad, la mentira, las promesas imposibles de cumplir o las propuestas irresponsables. Los incentivos empeoran la calidad de la oferta.

La ignorancia sobre la política es extendida en toda democracia. Somin documenta que en Estados Unidos solo el 36% de los ciudadanos puede nombrar las tres ramas del Gobierno (Ejecutivo, Legislativo y Judicial). Eso en un país educado. Si además un buen grupo del electorado mantiene creencias irracionales, como sostiene el profesor Bryan Caplan, las democracias pueden terminar adoptando políticas aun más dañinas para el bienestar de sus pueblos. En el peor de los casos, la ignorancia del votante puede llevar a la demagogia y alpopulismo.

Por supuesto que la alternativa a la democracia no es el autoritarismo, que sería mucho peor. Importa el alcance y el tamaño del Estado que manejan las democracias. Mientras sea grande el Estado, serán los políticos quienes se encarguen de una multitud de actividades en la sociedad que los votantes difícilmente monitorearán. Mucho mejor es un sistema que dé incentivos para que las personas tomen decisiones bien informadas. O sea que las decisiones se tomen en el mercado y la sociedad civil hasta donde sea posible.

Para ello hay que limitar el poder de los políticos y así reducir la importancia de la ignorancia de los votantes que mañana elegirán al próximo presidente.

Este artículo fue originalmente publicado en El Comercio (Perú) el 4 de junio de 2016

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