El dictador del Orinoco y nuestro caso

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

EL CRONISTA – Para cualquiera que preste algo de atención al caso venezolano comprobará que resultan sobradas las razones para percatarse que nada tiene que ver con la democracia.

Esto se ha acentuado desde las últimas elecciones legislativas donde triunfó ampliamente la oposición, incluso con margen para aplicar la cláusula revocatoria del mandato presidencial, lo cual fue bloqueado de la forma más torpe, incluso el Ejecutivo decidió prohibir las publicaciones de lo resuelto por la Asamblea Legislativa.

El Poder Judicial ha sido deliberadamente fundido con la administración gubernamental con lo que los jueces de todas las instancias responden servilmente a las órdenes del Ejecutivo.
La libertad de prensa es inexistente y las pocas voces que se alzan con críticas al asfixiante aparato estatal son reprendidas con violencia y los presos políticos se multiplican por el solo hecho de señalar los constantes abusos y atropellos.

Esta situación dramática nada tiene que ver con la democracia cuya columna vertebral consiste en el respeto a las disidencias y más bien consiste en una desenfrenada cleptocracia, es decir, el gobierno de los ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida.

Las hambrunas en Caracas y otros centros urbanos y rurales son alarmantes por la falta de alimentos debido a las disposiciones dictatoriales del elenco gobernante, así como también la peligrosa escasez de insumos básicos para la salud como consecuencia de idéntico fenómeno de prepotencia y destrucción de los mercados de medicamentos.

Frente a este cuadro exasperante, se mantiene la esperanza que la OEA recurra a sus estatutos alegando la Carta Democrática al efecto de condenar el caso del país miembro a que aludimos.
Si bien esto fue la intención original del gobierno argentino, la canciller sentenció en París textualmente que el problema de Venezuela lo tienen que resolver los venezolanos entre sí, encontrando un mecanismo de diálogo que les permita decidir cómo van a resolver la crisis.
Esto naturalmente decepcionó a toda la oposición que esperaba otro trato, tal como consta en las muy diversas manifestaciones de políticos literalmente desesperados por los manotazos permanentes del Leviatán en el Orinoco.

Para cerrar esta nota, en conexión con el extremo venezolano tan admirado por populistas de nuestro país, vuelvo a insistir que en Argentina los meritorios pasos adoptados en el campo de las relaciones exteriores y en otros serán mas que anulados si el eje central de la política argentina se deja de lado. Este aspecto medular que termina por definir todo lo demás estriba en la reducción del gasto público al efecto de liberar recursos hacia los bolsillos de la gente y terminar con los preceptos populistas que venimos arrastrando hace largas décadas.

Aunque en nuestro caso aun no se han resuelto los graves asuntos de la inflación y el déficit fiscal, debe tenerse muy presente que en la historia hubieron casos de sistemas autoritarios sin deterioro monetario ni presupuestos deficitarios. Solo se revierte la situación de fondo cuando se desmantelan las funciones incompatibles con un sistema republicano. En mayor o menor medida, nuestra región está relacionada con estos problemas que deben resolverse a la brevedad.