La madre de la corrupción es el estatismo

Las imágenes de funcionarios revoleando dinero, ex presidentes negando vínculos íntimos, funcionarios paseando por tribunales, arrepentidos, balanzas, fajos y fajos de dinero, nos han estremecido. Sin embargo,cometeríamos un grave error si pretendemos, como sociedad, cazar corruptos sin ir a las causas profundas de la corrupción.

No sólo hemos estado gobernados por funcionarios “flojitos de ética”, ni tampoco fue solamente nuestra desidia de aceptar todo lo que hacían aquellos que nos hablaban bonito y simulaban el robo sistematizado bajo las banderas más nobles. Todo eso influyó. Funcionarios hipócritas y una sociedad muy fácil. Al cóctel también podemos agregar una Justicia cobarde, controladores temerosos y fuerzas policiales y de seguridad también corrompidas.

No obstante, la causa profunda de la corrupción no es esta alineación de planetas. Los países no tienen mala suerte.Las causas son un sistema estatista e intervencionista generado por la férrea decisión de una sociedad que hace del Estado su seguro de vida.

Inexorablemente, todos los actos de corrupción administrativa que vemos a diario se llevan a cabo en áreas del Estado que perfectamente pueden ser cubiertas por los particulares. No es que no exista corrupción entre privados. Sí la hay. Pero el mecanismo de mercado (precios, ganancias, valor de las acciones, contralor de los accionistas) es, más temprano que tarde, implacable. Sin embargo, cuando los actos de corrupción ocurren en reparticiones públicas, los incentivos llevan a la perpetuidad y a comprar voluntades para asegurar impunidad y ocultamiento.

Repasemos cada una de las acciones de política pública que se intentaban llevar a cabo como excusa para robar y podremos concluir que un mercado privado competitivo las podría haber implementado perfectamente. O, al menos, a un costo menor. Obra pública, contrataciones de planes asistenciales, subsidios, compra de material ferroviario, e incluso emisión de billetes pueden realizarse en el mercado privado sin necesidad de funcionarios firmando dudosas licitaciones u otorgando costosos permisos.

Si la corrupción nos empobrece, nos amarga. Sepamos que cambiando de funcionarios hay alguna milagrosa posibilidad de no repetir la misma película dentro de unos años. Siempre la voluntad divina puede darnos una mano. Pero si como sociedad queremos erradicar la causa de la corrupción, tenemos que minimizar el papel del Estado. Discutir con realismo cada función estatal y analizar si los privados, locales o extranjeros, la pueden llevar a cabo.

En definitiva, le confiamos al Estado todo. Los caminos, los puentes, las viviendas, las cunas de los bebés, los remedios de los jubilados, y nos encontramos con funcionarios millonarios, políticos hipermillonarios y los problemas sin resolver.