Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Cuando asumió la presidencia el 10 de diciembre de 2015, Mauricio Macri declaró que sus prioridades eran eliminar la pobreza, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos.
El primer objetivo, muy loable por cierto, encierra un desafío inmenso. Según datos de la Universidad Católica Argentina, casi un tercio de los argentinos son pobres o indigentes, o sea alrededor de 12 millones de personas. De este número casi el 40% son niños.
Para eliminar la pobreza primero es necesario entender sus causas. Sobre este tema abundan las opiniones pero la evidencia es contundente. De ser un país rico, en los últimos setenta años la Argentina pasó a ser un país pobre. Es decir, que si queremos eliminar la pobreza tenemos que evitar repetir lo que venimos haciendo durante ese tiempo.
La pobreza es por definición lo opuesto de la riqueza, como la enfermedad lo es de la salud. Las causas que llevan a un país por el sendero de la prosperidad, son las mismas que, en reversa, lo llevan por el del estancamiento. Hay causas próximas y causas fundamentales. Los economistas dirán que para crecer y necesitamos mayor inversión y mayor productividad, lo cual llevará a una mayor ocupación y mejores salarios.
Pero esta explicación es incompleta. ¿Cómo logramos mayor inversión y productividad? La respuesta explica porque es tan difícil salir del circulo vicioso del estancamiento en el que estamos entrampados hace tanto tiempo. Para lograr mayor inversión y mayor productividad necesitamos tener reglas de juego claras y estables que generen un incentivo a invertir y trabajar. Es decir, que el fruto de esa inversión y de ese trabajo se lo lleve quien invierte y trabaje. Entre otras cosas, significa la plena vigencia del derecho de propiedad.
Pero esto no alcanza. Esas reglas de juego no pueden existir si no hay detrás una cultura que las acepte y las cumpla. Como decía Alexis de Tocqueville, contra las costumbres no hay ley que valga. Especialmente si existen las condiciones para que esa ley no sea aplicada o respetada. Y en una democracia esas condiciones dependen de elecciones, que a su vez reflejan un conjunto de valores predominante.
Alberdi, que podría decirse anticipó casi todos los problemas que enfrentaría nuestro país, explicó que las causas de la pobreza son dos: la ausencia de trabajo, por la ociosidad u otra razón, y el dispendio o la disipación de los productos del trabajo, “por vicio o por error”. Es decir, la pobreza es consecuencia de la falta de trabajo (el ocio) y la falta de ahorro (la prodigalidad).
Si el sistema económico de un país no tiene reglas de juego que generen incentivos para que la gente ahorre y trabaje, ese país inevitablemente se empobrecerá. Esta es en resumen, la historia económica argentina de los últimos cien años.
Para salir de la pobreza necesitamos un cambio institucional y un cambio cultural. El institucional implica no sólo tener reglas de juego que generen los incentivos correctos, sino también que esas reglas sean estables. Tener reglas que cambian todo el tiempo es peor que tener reglas malas.
El cambio cultural es obviamente mucho más difícil. Como observó Darwin cuando visitó el país, la ociosidad es una costumbre muy arraigada en la cultura argentina. “El pueblo argentino muere de hambre de instrucción, de sed de saber, de pobre de conocimientos prácticos en el arte de enriquecer. Sobre todo muere de pereza, es decir, de abundancia. Tiene pan sin trabajo; vive del maná, y eso le mantiene desnudo, ignorante y esclavo de su propia abyección,” fue el diagnóstico de Alberdi. El problema es cultural, porque también señaló Alberdi, el ahorro y el trabajo “son dos hechos morales como lo es la riqueza misma que es su resultado, son dos virtudes, dos cualidades morales del hombre civilizado.”
No ha cambiado mucho en los últimos doscientos años. El World Values Surveyes una encuesta que desde 1981 se realiza en casi 100 países de todo el mundo para evaluar cuáles son los valores y opiniones de la gente, cómo cambian y cual es su impacto político y social. Esta encuesta nos permite evaluar hasta que punto el trabajo y el ahorro son valores arraigados en la cultura argentina. Se le pregunta a los encuestados que elijan de una lista de 11 valores, los cinco más importantes que deben ser inculcados a los niños en el hogar familiar, entre ellos los dos que nos interesan: la dedicación al trabajo y el espíritu de ahorro. Los resultados de la encuesta confirman la poca importancia que los argentinos le asignan a ambos: 41% menciona la dedicación al trabajo y sólo 13% el ahorro. En Brasil la proporción es 61% y 27% y en España 67% y 30%. Para cincuenta país representativos de todo el mundo las cifras son 56% y 39%.
Obviamente, estas percepciones reflejan la situación particular de cada sociedad. En un país en el que se puede vivir bien sin trabajar es obvio que va a haber una menor proporción de personas que valoren el esfuerzo individual. Es decir, estamos ante el dilema del huevo y la gallina, sino cambiamos las reglas será difícil cambiar los valores. Pero si no cambiamos los valores no podremos cambiar las reglas.
Terminar con la pobreza requiere romper un círculo vicioso y reemplazarlo por un círculo virtuoso. Es decir, empezar a cambiar reglas y valores. No hay que esperar todo del gobierno. Es necesario empezar por casa e inculcar a los niños valores compatibles con el progreso y no aquellos que los condenarán a la pobreza.