Liberalismo norteamericano

Carlos Rodríguez Braun

Consejero Académico de Libertad y Progreso

Los elementos antiliberales han estado siempre presentes en EE.UU., pero sobre todo en tiempos recientes, como apunta el economista Robert Higgs en The Independent Review.

Los datos son tan diáfanos como asombrosos. Por ejemplo, hoy los empleados públicos en EE.UU. superan al conjunto de los trabajadores de su sector industrial. Y la cantidad de regulaciones, controles, prohibiciones, impuestos, subsidios, etc., es la mayor de su historia.

Ante la pregunta de por qué nadie ha protestado de un modo lo suficientemente extenso como para tener relevancia política, dice Higgs: “La respuesta parece ser que el crecimiento del Estado en los últimos 50 o 100 años ha sido lo suficientemente gradual como para que la mayoría de los americanos probablemente piense que así es cómo el Estado de EE.UU. debiera ser y como ha sido siempre”.

La realidad es justo la contraria. Entre 1800 y 1992 el gasto público en EE.UU. se multiplicó por 10.000, pero el grueso del incremento se registró en los últimos 40 años.

El gasto público en dólares de 1990 era de 100 millones en 1800, de 600 millones en 1850 y de 8.300 millones en 1900. La explosión llegó en el siglo XX. En 1950 el gasto público total era de 235.100 millones de dólares, y en 1992 de 1,45 billones de dólares.

Esto no tiene que ver con el incremento de la población, porque el crecimiento del Estado superó con mucho el demográfico. Así, el gasto público per cápita pasó en esos mismos años de 15 dólares en 1800 a 4.760 en 1990. Todo esto sin incluir el gasto derivado de la pléyade de regulaciones que dificultan y encarecen la producción de bienes y servicios.

Se dirá que se trata de un gasto público que no es gasto “social”. Falso. El gasto en sanidad era de 100 millones de dólares en 1900 y subió hasta 156.000 millones en 1990. También se disparó notablemente en términos per cápita.

Otra ficción es que en los años considerados “liberales”, básicamente la década de 1980, el crecimiento del Estado se dio la vuelta y se redujo. También es falso: siguió creciendo a escala federal, estatal y local.

La deuda pública explotó: los intereses eran 1.000 millones anuales en 1900, 31.000 en 1960, y 200.000 millones de dólares en 1992.

Se dirá que el gasto benefició a los más pobres. Esto no es así en ninguna parte, y tampoco en EE.UU.: “más de la mitad de los reciben subsidios públicos tenían rentas por encima de la línea de la pobreza antes de recibirlos”.

Suelo decir que la última vez que el gasto público fue gratis fue con el maná. Desde entonces hay que pagarlo, y lo han pagado los ciudadanos en EE.UU. Y cada vez más. En 1930, los trabajadores norteamericanos pagaban un dólar en impuestos por cada ocho que ingresaban. En 1950 pagan un dólar de cada cuatro. Y en 1992 pagaban un dólar de cada tres que ganaban. Si esto es liberalismo, que venga Adam Smith y lo vea.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 31 de diciembre de 2016.

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