Una buena idea, una mala instrumentación

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

¿Cómo se conseguirá la suficiente cantidad de tutores en las empresas y organismos no gubernamentales participantes?

En septiembre de 2016, al hacerse pública la iniciativa del Gobierno nacional de asegurar el inicio de la escolarización de todos los niños de 3 años mediante la construcción de tres mil jardines, predije la imposibilidad de llevar la idea a la práctica del modo en que se pensaba instrumentarla.

Señalé que el costo relevante no era sólo el de construir los jardines, sino también los gastos de operación, los cuales superarían con creces los valores de edificación.

Este hecho fue reconocido por el ministro Alejandro Finocchiaro a fines de julio pasado: “El plan implicaba un gasto corriente muy grande para las jurisdicciones, es decir salarios (…), porque había que poner todo el equipo directivo, la planta de docentes, etcétera. Por eso, lo reconvertimos a 10 mil salas, agrandando jardines o escuelas existentes”.

Sin embargo, el real problema es mucho más importante, pues consiste en cómo lograrlo sin contar con un gran número de nuevas docentes. Ello no se soluciona con la reconversión propuesta, pues si se habilitan mil nuevas salas en jardines existentes para 2019, ¿cómo se conseguirá semejante cantidad de maestras especializadas para atenderlas?

Por ello, propuse una instrumentación mediante la cual sería necesario construir menos jardines y se requerirían muchos menos nuevos docentes: la entrega de una tarjeta a los padres de los casi 600 mil niños de 3 años no escolarizados, similar a una de crédito, por un monto que no supere el costo de su educación en un jardín de infantes público del distrito de residencia de la familia.

Este esquema facilitaría la instrumentación del proyecto, pues requeriría una menor cantidad de nuevos jardines, un menor número de nuevas salas en jardines ya existentes y una menor cantidad de nuevas docentes especializadas en la enseñanza de niños de tan temprana edad.

Una buena idea puede fracasar por su instrumentación. Hoy enfrentamos un escenario similar frente a la reforma de la escuela secundaria en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba).

El Gobierno de Caba trabaja en una profunda reforma educativa que, entre otras características, intentaría adecuar la escuela secundaria al mercado laboral. El nuevo plan contempla que todos los alumnos, en el segundo semestre del último año, realicen prácticas educativas en empresas, organizaciones sin fines de lucro o dependencias del Estado.

Muchos jóvenes que al terminar la secundaria no cuentan con habilidades que les permitan ingresar al mercado laboral saldrían beneficiados. Es claro que el número de jóvenes graduados de la escuela secundaria que no estudian ni trabajan se reduciría de modo considerable.

Pero, al pensar en la probable instrumentación, es lícito preguntarnos cómo se habrá de conseguir una cantidad suficiente de empresas y organizaciones sin fines de lucro deseosas de ser parte del programa, dada la obligación de participar de esta práctica a la totalidad de los alumnos de quinto año de las escuelas públicas porteñas.

¿Cómo se conseguirá la suficiente cantidad de tutores en las empresas y organismos no gubernamentales participantes? La triste predicción es que muchos jóvenes podrían terminar realizando sus prácticas en organismos del Estado.

Una sencilla solución que permitiría desarrollar una atinada reforma es que los alumnos que han de seguir estudios universitarios, en vez de realizar las prácticas laborales, dediquen el tiempo a profundizar conocimientos que contribuyan a un mejor rendimiento y a una menor deserción en su tránsito por la universidad.

Los números hablan por sí mismos. En palabras de Alieto Guadagni, miembro de la Academia Nacional de Educación, “la Argentina es el país latinoamericano con mayor población universitaria: 435 estudiantes cada 10 mil habitantes. En Brasil, hay 380; en Chile, 361; en México, 285, y en Colombia, 273. La foto se revierte al evaluar su graduación, pues en la Argentina se gradúan por año tan sólo 28 alumnos cada 10 mil habitantes, mientras que en México y Chile, 48; en Brasil, 50, y en Colombia, 59”.

No existe nada gratis. Es de esperar que cualquier medida del Gobierno se motive en los beneficios que habría de generar para la sociedad, pero no debemos olvidarnos de cómo se instrumentará; de lo contrario, puede terminar siendo tan sólo otra expresión de voluntarismo que a la larga quede en la nada.