Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL CRONISTA – Antes de la Primera Guerra Mundial la guerra civil al decir de Stefan Zweig el gasto público sobre el producto rondaba entre el 3% y el 5% tal como estima A.J.P. Taylor en su historia de Inglaterra. Hoy esta ratio en los países llamados del mundo libre se ubica entre el 35% y el 60%.
Este fenómeno creciente se debe a las mayores tareas que han ido absorbiendo los aparatos estatales en detrimento de los bolsillos de la gente puesto que los gobiernos nada tienen que previamente no haya sido arrancado del fruto del trabajo ajeno. Al abarcar faenas que no le competen en una sociedad libre, tienden a abandonar sus misiones específicas como la seguridad y la justicia.
El cuadro de situación no es muy lejano al descripto por el decimonónico Frédéric Bastiat en cuanto a que el Gobierno se ha convertido en “una gran ficción por la que cada uno pretende vivir a costa de los demás”. Esto así se torna insoportable y crea conflictos permanentes. Como se ha dicho, lo curioso es que muchos se percatan y critican la enfermedad pero son muy pocos los que aceptan los remedios.
Es indispensable comprender que al reducir el gasto público, de inmediato se liberan recursos al efecto de asignarlos a emprendimientos productivos lo cual beneficia especialmente a los más necesitados. Desde luego que, como señalé en otra oportunidad, mucho peor es si se aplica un gradualismo al revés incrementando el déficit fiscal conjunto y el endeudamiento externo e interno para alimentar nuevos gastos netos.
En el caso argentino la situación se complica puesto que, como la presión impositiva ya es una de las más altas del mundo, el gasto elefantiásico se financia con deuda externa lo cual, a su turno, redunda en deuda interna ya que la banca central recoge pesos emitidos contra las correspondientes divisas extranjeras al efecto de no aumentar aun más la inflación. Este procedimiento no solo repercute en la tasa de interés sino que provoca un atraso artificial en la cotización del dólar. A su vez, lo dicho contrae artificialmente las exportaciones con lo que se trastoca la balanza comercial debido a las antedichas intromisiones estatales.
Ya las vivimos estas experiencias una y otra vez los argentinos. Para recordar solo los barquinazos recientes tengamos presente los desastres de Gelbard, la tablita de los militares, el final del Plan Austral, la confiscación de depósitos por las derivaciones de la mal llamada convertibilidad (mal llamada porque en la literatura económica significa canje de papel por dinero-mercancía y no un papel por otro papel, lo cual es más bien tipo de cambio fijo con intención de mantener política monetaria pasiva), la crisis del 2001 y el desbarranque monetario y fiscal del kirchnerismo.
Cuando un Gobierno asume la responsabilidad es para resolver problemas, no para dar explicaciones por qué no pudo resolverlos. Estos ejes centrales pueden llevarse puesto a todo lo demás.