Emilio Ocampo
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
CLARÍN – Se ha puesto de moda comparar el plan FMI-Dujovne-Sandleris (el “Plan 00”) con el “Plan Primavera” lanzado en agosto de 1988 por el presidente Raúl Alfonsín. Como bien señala una nota reciente, el único objetivo del Plan Primavera fue evitar “un colapso económico virtualmente catastrófico que ya asomaba como amenazante”. Es decir que se trataba de “aguantar y rezar para que no explote todo” antes de las elecciones y de esta manera mejorar las chances del oficialismo. Como es sabido, el Plan Primavera no alcanzó este objetivo y desembocó en la hiperinflación de 1989 que puso un fin anticipado al mandato presidencial de Alfonsín. Hay quienes sostienen que el Plan 00 terminará igual. La analogía es interesante y vale la pena profundizarla. Sin embargo, quienes la proponen a veces parecen confundir sus pronósticos con sus deseos.
Hay varias diferencias esenciales entre el Plan Primavera y el Plan 00. En primer lugar en agosto de 1988 Argentina estaba al borde de la hiperinflación. Ese mes la tasa de inflación según el INDEC ascendió a 27,6%. En segundo lugar, el país se encontraba en cesación de pagos y no tenía acceso a los mercados de capitales internacionales. En tercer lugar, el régimen cambiario del Plan Primavera era completamente distinto: existía un mercado oficial controlado y un mercado libre o financiero. Básicamente era un esquema para “esquilmarle” divisas a los exportadores (que vendían divisas al tipo de cambio oficial) y los importadores (que compraban divisas al tipo de cambio libre). En cuarto lugar, en aquel entonces no hubo apoyo del FMI (que lo negó explícitamente) sino del Banco Mundial, condicionado no a llevar el déficit fiscal primario a cero sino más bien a una apertura comercial y una reestructuración de la deuda externa. En quinto lugar, este apoyo no es comparable en magnitud con el que comprometió el FMI en octubre pasado (los 1.250 millones de dólares que el Banco Mundial se había comprometido a desembolsar en 1988 ajustados por inflación hoy equivaldrían a 2.700 millones). Los montos efectivamente desembolsados fueron significativamente menores en aquel entonces (sólo 150 millones de dólares).
También hay diferencias importantes en el entorno político que rodeó al lanzamiento de ambos planes. Cuando se lanzó el Plan Primavera el radicalismo venía de perder las elecciones de septiembre de 1987. El golpe más duro fue en la Provincia de Buenos Aires donde perdió la gobernación. La estabilidad del gobierno de Alfonsín no sólo era jaqueada por la oposición, sino también por militares desafectos que intentaron derrocarlo en tres ocasiones (abril de 1987 y enero y diciembre de 1988).
No es difícil encontrar analogías entre la situación actual y otras del pasado. Después de todo, desde 1946 en adelante el país ha experimentado una sucesión de desbordes populistas seguidos de planes de ajuste. La primera iteración de este ciclo fue bajo el primer gobierno peronista que de la “fiesta” rápidamente pasó a la austeridad. Estamos viviendo una fase más de ese mismo ciclo –la resaca post-desborde populista– lo cual evidencia una notable incapacidad de aprendizaje colectivo y de la dirigencia política.
Desde el punto de vista estrictamente económico la fase del ciclo que se inició en diciembre de 2015 se parece más a la que comenzó en abril de 1976 que a la que comenzó en agosto de 1988. Sin embargo, el Plan Primavera y el Plan 00 se asemejan en dos aspectos fundamentales. Primero, por sus limitados objetivos. Segundo, por su vulnerabilidad al calendario electoral. A medida que se generalizaba la convicción de la inevitabilidad de un triunfo peronista, los débiles cimientos sobre los que se sostenía el Plan Primavera fueron colapsando. En abril de 1988 la inflación mensual alcanzaba 200%. Al mes siguiente hubo elecciones anticipadas y ganó el candidato peronista con 47,5% de los votos.
La mayoría de los analistas políticos coinciden en que el triunfo electoral de Macri en 2019 depende de que en los próximos meses la actividad económica se recupere y la inflación baje. Es decir, las expectativas de que no gane el peronismo dependen del éxito del Plan 00 y éste a su vez de aquellas. Es un bucle de realimentación que puede inclinarse para un lado o para el otro. Si es negativo y se afirma la expectativa de un triunfo peronista, su dinámica será explosiva. En tal caso, el Plan 00 puede terminar como el Plan Primavera.
La otra similitud importante entre ambos planes, no mencionada por quienes proponen –con clara intencionalidad política– la identidad entre ambos, es que al igual que en 1989, aun si el peronismo ganara en las próximas elecciones presidenciales su margen de maniobra en términos de política económica sería muy limitado. Si decide la cesación de pagos, la economía entrará en una recesión tan profunda como la de 2002. La única manera de evitar este escenario es avanzar con reformas que permitan a la economía argentina alcanzar niveles de competitividad y eficiencia similares a los de las economías de los países vecinos y crecer de manera sostenida. Está claro que con más populismo, gradual o de shock, las probabilidades de alcanzar este objetivo son nulas.
Sean quienes fueren los candidatos, en 2019 se volverá a plantear la disyuntiva de 2015 (y de 2011): emular a la Venezuela chavista o iniciar de una buena vez el largo y arduo camino hacia un país con una economía viable que garantice estabilidad y crecimiento. Cualquier opción intermedia sólo conseguiría retrasar la primera.