La desigualdad, falso pretexto contra la libertad

Director en Iván Carrino y Asoc. | Website

Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.

 

CONTRA-ECONOMÍA – Las brechas de ingresos y riqueza indignan a políticos y economistas, pero la realidad es que el mundo nunca estuvo mejor que ahora.

Yoshiaki Tsutsumi nació en Japón un 29 de mayo de 1934.

Su nombre puede no sonarte familiar, pero lo cierto es que en 1987, a la edad de 53, alcanzó la cima del ránking de la fortuna global. Este empresario, dueño de una compañía llamada Seibu Corporation, que opera el negocio de los trenes, los inmuebles y el turismo, fue ubicado por la Revista Forbes en el podio de los más ricos del planeta.

Hoy, sin embargo, nadie se acuerda de él.

De acuerdo con Juan Ramón Rallo, la riqueza de Tsutsumi era de USD 20.000 millones en su momento, pero en 2006 ese patrimonio había caído a USD 1.600 millones. Si a ese número se lo ajusta por la inflación del período, observamos que su riqueza se desplomó un impresionante 96%.

¿Qué extraño, no?

Según el famoso análisis hecho por el economista francés Thomas Piketty, la riqueza de los ricos aumenta siempre más que proporcionalmente que la riqueza del promedio de la población, por lo que la desigualdad sube inevitablemente entre las personas.

La tesis principal de Piketty se resume en este cuadro basado en su estudio empírico. Los más ricos del mundo, “el top 1” de la riqueza mundial, hacen crecer su patrimonio un 6,8% anual, mientras que para el promedio de la población, ese ritmo es solamente 2,1%.

Crecimiento de la riqueza global (1987-2013)
Crecimiento real promedio 1987-2013
Top 1 de la riqueza global 6,8%
Riqueza promedio por adulto 2,1%
PBI Global 3,3%
Fuente: Contraeconomía en base a Piketty, Thomas: “El Capital en el Siglo XXI”

Se siguen de aquí dos conclusiones. La primera, que contar con un enorme patrimonio permite incrementar la riqueza a tasas más elevadas. La segunda, que la desigualdad de entre las personas va en camino creciente.

Brecha social y límites a la libertad

Pasemos lo anterior a números.

De acuerdo con los números de Piketty, si en 1980 el “top 1” de la población tenía una riqueza 20% superior al promedio, esa diferencia se habría ampliado al 90% en 1990.

10 años después, en el 2000, esa diferencia se habría ubicado en 194%. Para 2020 los ricos tendrían un patrimonio que multiplicaría por 7 el del promedio de la población. La divergencia es notable.

Pero la realidad parece superar al peor de los pronósticos. Si miramos la diferencia entre los ingresos del CEO de Mc Donald’s y el empleado promedio de la compañía, la brecha es de… ¡3.000 VECES!

 

Estas cifras lucen alarmantes e inadmisibles.

Y muchos concluyen de aquí que, en la medida que estas brechas sociales sean resultado del mercado libre en plena acción, es necesario enmendarlo con la intervención del estado. Es decir que, si la libertad genera desigualdad, ahí debe meterse el estado para cercenarla en favor de la equidad.

Mientras tanto, Yoshiaki Tsutsumi sigue en el olvido. Al igual que la gran mayoría de los superricos de 1987, que hoy ya no forman parte de la lista.

Ahora al mismo tiempo, muchos de los que sí están hoy en la lista Forbes no estaban ahí hace 10 o 20 años atrás, como es el caso de Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Amancio Ortega.

¿Qué pasó? Dos cosas.

La riqueza como premio

La primera, que la riqueza presente no garantiza riqueza futura. Jeff Bezos no es multimillonario porque haya heredado una fortuna que hizo crecer por un largo período de tiempo al 6,8% anual.

Es multimillonario porque creó Amazon, una empresa valuada en casi 1 billón de dólares, con 600.000 empleados, y más de 310 millones de clientes en todo el mundo.

310 millones de clientes…

310 millones de personas que deciden voluntariamente abrirse una cuenta en Amazon porque eso les permite comprar de una manera más fácil y práctica de la que jamás compraron.

310 millones de personas que premian a Amazon y a su creadorconvirtiéndolo en la persona más rica a nivel global.

Es que de eso se trata la riqueza conseguida en un marco de libertad. Es el premio, el reconocimiento que la sociedad les da a los emprendedores que ofrecen productos y servicios que le mejoran la vida.

Esto, además, funciona como una señal, como un faro que les dice a todos los demás:

Miren muchachos, si quieren ser ricos, como yo, o al menos quieren transitar este camino, no queda otra: hagan algo que beneficie a sus conciudadanos.

Es Adam Smith en su máxima expresión. ¡Gracias liberalismo!

Movilidad Social

Ahora bien, a Jeff Bezos le puede terminar yendo mal, como le ocurrió a Yoshiaki Tsutsumi. Al mismo tiempo, a alguien que empezó “de abajo” le puede ir muy bien.

El segundo tema, entonces, es poco interesante ver cómo se separan o se juntan los deciles de ingresos o riqueza de un país. Lo verdaderamente relevante es ver qué pasa dentro de esos grupos. Es decir, qué capacidad tienen los que estaban “abajo” de poder ir escalando en la escala social.

Y los estudios de algunos países muestran que esa movilidad social existe.

En Canadá se usaron datos desde 1990 hasta el año 2009. Los resultados son asombrosos. Solo el 13% de quienes en 1990 integraban el decil de ingresos más bajos de la sociedad, permanecieron allí.

¿Qué quiere decir esto?

Que 87 de cada 100 personas que integraban el grupo de “los más pobres” en Canadá, pasaron a formar parte de grupos de mayores ingresos.

¿Y qué más? 21 de esas 100 personas pasaron a integrar el grupo de ingresos más altos.

O sea: en la medida que haya movilidad social, ¿qué me importa la desigualdad? En la medida que el pobre tenga la posibilidad de salir de la pobreza, de vivir una vida mejor, ¿cuál es el punto de ver si eso se da con los demás haciéndose más ricos, más pobres, o manteniéndose en el lugar?

Ustedes me dirán, “bueno eso es así porque es Canadá”. Curiosamente, o no, el país que mayor movilidad social presenta de todos los países de la OCDE no es ni Canadá, ni Estados Unidos, ni Dinamarca… sino Chile. Chile, el país más económicamente libre de toda América del Sur.

Democratizando el bienestar

Ahora si de que la gente pueda salir de la pobreza hablamos, no hay nada mejor que el capitalismo y la globalización. Según las mejores estimaciones conocidas, en 1820, 94% de las personas vivía con menos de USD 2 por día, mientras que hoy esa cifra cayó al 10%.

Esta notable mejora puede verse de manera más concreta en el mundo de la tecnología. El gráfico que ven aquí abajo muestra la “adopción de tecnología” en los hogares norteamericanos.

Previo a 1920, menos del 40% de los hogares tenía teléfono de línea, energía eléctrica, un automóvil o una heladera. Hoy es difícil encontrar un hogar sin esos bienes, a los que se suman la computadora, el microondas, la televisión a color, todos productos que hoy están en 90% de los hogares de Estados Unidos.

Echemos ahora un vistazo al precio de viajar en avión. El costo de un pasaje de avión cayó desde 1930 más de un 80%.

Lo que indican estos datos es que para todos ahora es mucho más fácil viajar, acceder a un teléfono celular, y tener ciertos bienes como microondas, automóviles o calefacción en la casa.

Y ya que hablamos de libertad e igualdad, esa es otra maravilla de la libertad económica. Al promover el espíritu creativo de los empresarios e innovadores, reduce las barreras de entrada al consumo y… aunque usted no lo crea, ¡NOS IGUALA!

En la época de los reyes no solo éramos muy pobres en promedio, sino que solo los más ricos de los ricos podían darse lujos que hoy son moneda corriente para todos. La riqueza se ha democratizado de una manera fenomenal. Ya no hace falta ser rico para viajar al exterior, realizar una llamada telefónica o tener energía eléctrica en la casa.

Iguales a Bill Gates

Para cerrar pensemos en la siguiente imagen. A la derecha, Bill Gates, creador de Microsoft y una de las personas más ricas del mundo. ¿Cómo está vestido? Con un jean, zapatillas, una camisa y un sweater.

A la izquierda, Iván Carrino, un simple economista argentino de una riqueza increíblemente inferior al a de Bill Gates, vestido casi igual.

O sea que a simple vista, nadie percibe nuestras enormes desigualdades.

Obvio, Bill Gates puede comprarse 7 casas y yo pago un alquiler. ¿Pero qué más da?

Cuando él viaja afuera de su país lo hace en avión igual que yo. Cuando va al trabajo lo hace en auto igual que yo. Cuando compra ropa accede a casi los mismos bienes a los que accedo yo, y en cuanto a funciones, dudo mucho que su celular tenga muchas más que las que tiene el mío, que lo pagué alrededor de 150 dólares.

Por último, si yo quisiera obtener los ingresos o la riqueza monetaria de Bill Gates, soy libre de hacerlo, solo tengo que fabricar algo que le satisfaga las necesidades de millones y millones.

La desigualdad no es ni debería ser un límite para la libertad.

En una economía libre, las grandes fortunas responden al premio que la sociedad les da a los empresarios que satisfacen mejor sus necesidades.

Además, gracias a la mayor producción e innovación, los seres humanos jamás estuvimos mejor. Hoy no solo la pobreza está en mínimos históricos, sino que en cuanto a consumo y acceso a bienes y servicios, jamás fuimos tan iguales.