Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
LA NACIÓN – Gracias a la incertidumbre generada por el coronavirus en las dos primeras semanas de marzo de 2020 las acciones de Wall Street perdieron 20% de su valor. Lo mismo ocurrió en el resto de los mercados. En la Argentina también cayó la ya muy vapuleada bolsa y el riesgo país alcanzó niveles no vistos desde 2002. La ciencia médica aún no ha podido descifrar completamente el nuevo virus. Lo único claro hasta ahora es que los países que han tomado medidas más drásticas, como China, donde se originó, son los que han podido contener su expansión. El problema es que esas medidas implican un grado de injerencia estatal en la vida de las personas que sería intolerable en cualquier democracia liberal. El autoritarismo le ha permitido al Partido Comunista Chino expiar algunos de los millones de muertos del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural de Mao. El dilema para el resto del mundo es contener la enfermedad sin destruir las bases de la democracia y sacrificar la libertad individual.
Desde el punto de vista económico, el virus tendrá un fuerte impacto. Cualquier análisis debe partir de la incertidumbre. Mientras no sepamos cuán grave será la letalidad de esta pandemia y la velocidad con la que se seguirá expandiendo es difícil estimar su impacto. La evidencia disponible sugiere que en las próximas 3 semanas se aclarará bastante el panorama. Es posible plantear dos escenarios opuestos y múltiples escenarios intermedios. En el primero y más optimista, el virus sigue la misma evolución que en China y Corea del Sur. En ambos países ha caído el número de nuevos casos gracias a las medidas adoptadas por las autoridades. En el segundo y peor escenario, EE.UU. y Europa replican en escala gigantesca la experiencia de Italia.
Empecemos con el primer escenario. Asumiendo que en las próximas semanas se puede controlar el contagio y se recuperen la actividad, el comercio y el turismo, la economía mundial sufrirá un retroceso este año. El punto de partida de cualquier análisis es China, hoy la segunda economía del mundo, después de EE.UU. En 2019 el crecimiento de la economía china representó casi un tercio del de la economía mundial. Se estima que la epidemia de SARS de 2003, mucho menos letal, redujo su tasa de crecimiento 0,5% y 1% y le costó a la economía global alrededor de $40.000 millones en 2003 (aproximadamente 0,1% del PBI mundial). Las primeras estimaciones del costo de la pandemia de coronavirus son mucho más preocupantes. Según la Unctad, habrá una reducción en la tasa de crecimiento de la economía global de al menos 2% en 2020, lo cual significaría una pérdida de casi un billón de dólares (de los billones del idioma español). Si aplicamos la misma quita a las últimas proyecciones del FMI, la pérdida sería casi el doble. En términos de PBI, equivaldría a decir que durante 2020 Brasil desapareció del mapa. Y esta estimación es condicional a que no se sigan agravando los problemas fuera de China. Bloomberg Economics plantea un escenario más pesimista: las pérdidas podrían ascender a 2,7 trillones de dólares, el equivalente al PBI del Reino Unido. La OCDE es más optimista y prevé que la tasa de crecimiento anual del PBI global en 2020 caerá 0,5% con relación a 2019, con una contracción en el primer trimestre. Ninguna de estas estimaciones parece haber tenido en cuenta que la tasa de mortalidad del coronavirus afecta principalmente a mayores de 60 años. Eso significa que el impacto a mediano plazo sobre el mercado laboral será menor. Tampoco está claro que estas estimaciones consideren las particularidades del sistema de salud norteamericano, que pueden favorecer el contagio y la expansión del virus.
Ahora, el escenario pesimista. No hay muchos precedentes para los cuales contemos con suficientes datos estadísticos. Los más relevantes son la peste negra o bubónica en el medioevo y la gripe española de 1918. Entre 1347 y 1352, la primera mató entre 20 y 40 millones de personas en Europa, aproximadamente entre un tercio y la mitad de su población. Dado que se trataba de una economía fundamentalmente agrícola, el impacto económico inmediato fue una contracción económica de similar magnitud. Pero con el fin de la epidemia se produjo un fuerte aumento de los salarios reales y el debilitamiento del sistema feudal.
Se estima que la gripe española causó entre 20 y 50 millones de muertes entre 1918 y 1919 (para poner esta cifra en contexto, durante la Primera Guerra Mundial murieron 20 millones de personas). Una característica de esta epidemia que la distingue de la actual es que un número desproporcionado de sus víctimas eran jóvenes de entre 15 y 45 años. Su impacto sobre el mercado laboral fue significativo y, al igual que en el caso de la peste bubónica, contribuyó a un fuerte aumento de salarios en los años siguientes. En cuanto a su impacto sobre el PBI mundial, es difícil estimarlo, ya que se mezcla con el de la guerra. Además, tuvo otras serias consecuencias menos conocidas. En EE.UU. los nacidos entre 1918 y 1919 padecieron dificultades físicas y cognitivas que limitaron su nivel de educación e ingresos.
Además de estas experiencias, que no son extrapolables, hay varias simulaciones del impacto económico de una pandemia como la del coronavirus. En 1999, un estudio del Center for Diseases Control de EE.UU. estimó que una pandemia de gripe podría causar entre 80.000 y 200.000 muertes y su costo económico ascendería a 2% del PBI. La epidemia del SARS alentó la publicación de varias simulaciones. Una de ellas preveía en el peor escenario la muerte de 142 millones de personas y una caída del PBI mundial de 12,6% (lo que equivale al 80% del PBI de China) y de 50% en la de los países menos desarrollados y más poblados (cuya tasa de mortalidad se proyectaba más alta). Una simulación limitada a Europa estimó que una pandemia de gripe con una tasa de mortalidad similar a la actual (alrededor de 2,5%) podría generar una contracción del PBI europeo de casi 4%.
Para la Argentina, es difícil estimar si en términos relativos los costos serán menores o mayores que para el resto del mundo. La economía argentina ya se encuentra en recesión. El virus contribuirá a retardar su recuperación. Otra incógnita es qué pasará con el precio internacional de las commodities agrícolas. Entre el principio y el fin de la epidemia del SARS, el precio de la soja se mantuvo casi constante. Pero, dado que su magnitud fue menor, no es posible extrapolar esos resultados. En lo que va del año el precio ya cayó 8%. También es difícil predecir cómo los distintos escenarios pueden impactar la reestructuración de la deuda argentina. Es posible concebir algún escenario favorable, condicional a un manejo inteligente y profesional de las negociaciones.
Al impacto del coronavirus se agregó el de la caída del precio del petróleo. En circunstancias normales se hubiera considerado una excelente noticia, pero dado el crecimiento de la producción de petróleo no convencional en EE.UU. tendrá ramificaciones inmediatas en los mercados de crédito, ya que los niveles de endeudamiento exceden los de 2008. También complica el desarrollo de Vaca Muerta. Es probable que para mediados de abril tengamos un panorama más claro, aunque no necesariamente más alentador.