El grito

por Jorge Bertolino Economista

En medicina, negar el avance de la ciencia, implica colocarse en el lugar del brujo, chamán o hechicero, que acude a ritos extravagantes para curar las enfermedades más comunes.

Por el contrario, los seguidores de las enseñanzas que predominan en las principales universidades del mundo, lo hacen prescribiendo medicamentos, cirugías y tratamientos complementarios de probada efectividad.

A esta situación, se ha llegado, a través de los siglos, mediante la acumulación de conocimiento científico, siendo, además, práctica usual, seguir sus indicaciones, por parte de todo profesional matriculado en la materia.  

A ningún médico se le ocurriría, por ejemplo, recurrir a la “danza de la lluvia”, para detener un brote de hepatitis, gripe o tuberculosis.

Si así lo hiciere, sería rápidamente acusado de práctica ilegal de la medicina, perdería su matrícula y sería motivo de burla por parte de sus colegas.

Tampoco faltaría algún descomedido que dudara de la salud mental del “heterodoxo doctorcito milagrero”.

Esto no impide que pueda surgir un club de admiradores de tan prodigiosos “especialistas”.

En los bordes confusos que delimitan la ciencia y la superstición, es posible que aparezcan descreídos, que acusen a la medicina de “ortodoxa” y “defensora de los intereses de las grandes empresas farmacológicas”, propugnando, a gritos, su desacuerdo con la tendencia científica principal, y pretendiendo imponer a la sociedad el pensamiento milagroso de sus principales apóstoles.

En la ciencia económica, esto no ocurre, salvo en un ignoto y lejano reino, donde la fantasía y el pensamiento mágico son posibles.

No se trata de Disneyworld, sino del país que inventó el estructuralismo criollo, la sustitución de importaciones, el vivir con lo nuestro y muchas otras esotéricas y osadas teorías conspirativas.

Es además, la tierra en la cual los sapos son príncipes y la inflación, multicausal.

El método científico

Karl Popper, en su conocida obra “La lógica de la investigación científica”, indica que una teoría es un conjunto de proposiciones que atribuyen a una causa, un efecto.

Su aporte principal es la propuesta de “provisionalidad” de cualquier argumento teórico, que debe ser sometido a contrastación empírica y puede, por lo tanto, ser “falsado”, si existe sólida evidencia en su contra.

El origen monetario de la inflación, es una de las hipótesis que mayor grado de aceptación tiene en la ciencia de la economía.

Sin embargo, algunos pocos pero vocingleros descarriados, niegan vanamente esta relación empírica, extensamente comprobada, por miles de estudios estadísticos entre ambas variables.

Todas y cada una de las veces que se ha comparado, en períodos de largo plazo, la tasa acumulada de crecimiento de dinero e inflación, se ha alcanzado resultados que pueden graficarse de una manera similar a la aquí expuesta.

Estas comprobaciones se han realizado en los más diversos países y en las épocas más disímiles. Se ha demostrado que existe una relación prácticamente biunívoca entre las dos variables estudiadas.

Puede decirse, entonces, que la teoría monetaria de la inflación es vigorosa. Continuando con la interpretación de Popper, ésta continúa provisionalmente vigente, habiendo resistido innumerables intentos infructuosos de falsación.

Además, como recordó recientemente un colega economista, en 1976, Milton Friedman recibió el premio Nobel por su contribución a la teoría monetaria.

Si bien sus trabajos abarcaron novedosas contribuciones teóricas a los más diversos temas, como por ejemplo, una nueva función de consumo, atribuyendo una importancia hasta entonces no percibida al “ingreso permanente”, en lugar del más común “ingreso corriente” que se utilizaba habitualmente.

Fue también muy importante su aporte en la descripción de una “nueva curva de Phillips” de pendiente vertical, que explicaba la inutilidad de utilizar la política monetaria, con el objetivo de promover el crecimiento de la actividad económica y el empleo.

Pero su obra cumbre es “Una historia monetaria de los EEUU”, escrita en coautoría con su esposa Ana Schwartz.

En este trabajo, se realiza una investigación empírica de un período de casi un siglo, hallándose un grado de correspondencia irrefutable entre el crecimiento de la oferta monetaria y la variación del índice de precios.

La inclasificable teoría de la inflación en la Argentina

Tal como fuera previsto en una nota anterior en este medio Por qué pese a la fuerte emisión de pesos aún no se aceleró la inflación – Infobae, los ariscos índices de precios están provocando duros quebraderos de cabeza en las simplistas mentes de los funcionarios encargados de controlarlos.

La similitud de la “práctica ilegal de la ciencia económica”, por parte de algunos descreídos y peculiares “seudo economistas”, que utilizan una metodología completamente anti científica, con las brujerías y pases mágicos descriptos en los párrafos iniciales de esta nota, son notables.

La única manera de explicar la “Teoría” multicausal de la inflación, que promueven algunos improvisados que, lamentablemente ocupan los sillones más encumbrados de la política argentina, es recurriendo a la pasión y la fuerza bruta, como recomendaba Hegel.

Sin haber leído ni un sólo libro, sino una serie de apuntes de clara orientación Marxista, como el mismo confesara, Axel Kicillof y su principal ladera, Paula Español, están a punto de “despedir” al ministro Martín Guzmán, según pregonan fuentes habitualmente bien informadas.

Continuando con el pensamiento Hegeliano, posiblemente intenten imponer la irracionalidad y “la dictadura de la clase gobernante sobre la gobernada, porque a estos hombres les está permitido tratar otros grandes, incluso sagrados, intereses, sin la menor consideración. Pero una forma tan poderosa deberá pisotear, por fuerza, más de una flor inocente. Más de un objeto se hará pedazos a su paso”. (Toda la cita es textual).

Utilizarían las herramientas ya empuñadas recientemente, a fin de violentar a “los verdaderos culpables de la inflación” y ponerlos en vereda, obligándolos a obedecer los dictados del poder coercitivo del estado.

Popper recomienda construir instituciones para el control democrático del poder político. En la doctrina marxista, existe una peligrosísima ambigüedad. Basado en un enfoque historicista, utiliza la violencia para, una vez instalado en el gobierno, atrincherarse en esta posición. Vale decir, que se sirve del voto de la mayoría para tornar en extremo dificultosa toda tentativa de desalojarlo del poder por los métodos democráticos corrientes.

Si las intenciones del actual “gobierno”, estuvieran dirigidas a instalar un régimen de esta naturaleza, le resultaría crucialmente importante vencer en las próximas elecciones legislativas, para obtener una clara mayoría en el Congreso.

De esta manera, podrían reformar la Constitución y las leyes, para facilitar el cambio de sistema. Se perdería, de esta manera, la forma republicana de gobierno, para ingresar en un nuevo sistema de “democracia” directa, en la que “el voto popular” podría elegir entre votar a favor del candidato del partido único o arriesgarse a ser calificado como traidor a la patria, a la revolución o al movimiento.

Si bien estas disquisiciones tienen una fuerte apariencia de irrealismo y paranoia, podrían explicar, sin embargo, la recurrencia a la violencia actual contra el sistema empresarial, acusándolo de incrementar injustificadamente los precios.

La aplicación de la inconstitucional Ley de Abastecimiento, la violenta represión de la inflación por medio del congelamiento de los precios, las amenazas de multas por falta de aprovisionamiento y el singular y recurrente mecanismo de imponer un férreo control de cambios para favorecer un transitorio atraso cambiario con la esperanza de provocar una primavera en otoño, pueden considerarse medidas desesperadas y con nula posibilidad de perdurar hasta las elecciones.

No obstante, si este improbable objetivo fuera obtenido, luego de los comicios debería producirse un shock de realismo. Habría una fuerte devaluación y un ajuste salvaje, tras un acuerdo con el FMI.

La reacción popular en contra de las medidas, por parte de la clase media, podría generar un ambiente de confusión que justificara la represión y la implantación del régimen descripto anteriormente.

Esta narrativa puede parecer, y quizás sea, exageradamente alarmista. No obstante, y como mera precaución, podría ser atinada la formación de una coalición informal, republicana y reformista que, poniéndose de acuerdo en algunos puntos básicos mínimos, pueda ser capaz de abarcar todo el universo no totalitario de la política argentina e imponer la razón en lugar del voluntarismo inoperante y suicida.

Una fuerte declaración pública conjunta, que dejara en soledad a los soldados más fieles de la facción intolerante del actual régimen, debería abarcar dos apartados fundamentales:

  • El reconocimiento del origen monetario de la inflación. La necesidad de trabajar para disminuir el volumen y mejorar la calidad del gasto público, bajando, a su vez, la presión impositiva. La realización de reformas estructurales que favorezcan la creación de empleo y el incremento de la actividad exportadora e importadora del sector privado.
  • La defensa irrestricta de los valores republicanos y la división de poderes. La utilización de todas las armas legales disponibles, a fin de detener el avance del poder coercitivo del estado por sobre los derechos de las personas. Así como las provincias son preexistentes al estado nacional, de igual manera, los individuos deberían juzgarse anteriores a la creación del colectivo social.

El compromiso público de una amplia mayoría de los partidos políticos, de sostener este acuerdo, cualquiera sea el resultado electoral y la composición de la próxima legislatura, podría ser capaz de cambiar rápidamente el clima de negocios y haría despuntar la esperanza de un futuro mejor, similar al que se vive en los países “normales” del planeta.

Parece flotar en el aire un grito silencioso y desgarrador. Nadie lo dice, pero una gran mayoría de los argentinos parece desear que se acabe la pesadilla de tener que soportar la demencial tortura a la que el actual “gobierno”, somete a la economía y a los ciudadanos de la nación.