CRONISTA – En el Congreso, nuevamente están aumentando los impuestos al sector productivo y, además, evalúan liberar a las provincias de las pocas restricciones aún remanentes de la Ley de Responsabilidad Fiscal, que ya pocas respetan. Un verdadero disparate para un país que, según el Banco Mundial, está en el puesto número 21, entre 191, de los que más exprimen a sus empresas con tributos.
Además, el mismo organismo toma una PyMe que gana bien respecto de sus ingresos y luego analiza qué le pasaría si pagara todos los gravámenes vigentes. La Argentina es uno de los dos países del mundo en el que quebraría. Eso sí, nuestros políticos se la pasan prometiendo que las van a promover, mientras se asombran de la enorme evasión que hay en el sector. Obvio, si todas las PyMes intentaran pagar todos los impuestos, la gran mayoría quebraría.
En general, los argentinos piensan que el problema es solamente el sistema tributario nacional; pero no es así. Hoy debe haber cerca de 170 impuestos y tasas municipales. Algo más de 120 son provinciales y municipales. Es más, estas últimas han logrado inventar más de 80 tasas distintas. La mayoría de ellas no pasarían un análisis de constitucionalidad; ya que no remuneran un servicio, como establece nuestra Carta Magna, sino que son impuestos disfrazados.
GASTO PÚBLICO
Por supuesto, los políticos justifican todo este desquicio tributario en que hay que mantener el gasto público argentino y que no es alto; porque, en términos de la producción total, es similar a los de los países europeos. Una comparación que no tiene ningún sentido. La economía argentina no puede soportar la misma presión tributaria que las naciones desarrolladas.
Para entenderlo, imaginemos una familia cuyos ingresos son $400.000 por mes y el gobierno le quita la mitad con impuestos para gastarlos. Le quedarán unos $200.000; lo que le permitirá un nivel de vida razonable. En cambio, si a alguien que gana $100.000 se le saca la mitad para el Estado, pasará a estar por debajo de la línea de la pobreza, hoy cercana a $64.000. Pues la relación de ingresos usada es similar a la que hay entre el PBI por habitante de la Unión Europea y el de la Argentina.
Los países desarrollados fueron incrementando su gasto público en la medida que producían cada vez más bienes y servicios; por lo que podían asignar una menor proporción a lo que son necesidades básicas y más a gasto público. Esto no debería llamarnos la atención. Las familias más pobres erogan un mayor porcentaje de sus ingresos en lo que es más necesario para sobrevivir (alimentos, bebidas, vestimentas, medicamentos y energía) que las más ricas, que a su vez pueden gastar más en servicios.
En términos de país pasa lo mismo, por eso las naciones desarrolladas pueden darse el lujo de tener un mayor gasto público. Sin embargo, tienen que tener cuidado; ya que, si se transforma en un exceso de erogaciones ineficientes, empieza a ser un lastre para incrementar el bienestar económico, cosa que hoy pasa en muchas de esos países.
POR QUÉ AUMENTA LA PRESIÓN TRIBUTARIA
En Argentina, los políticos han convencido a la gente de que un Estado grande impulsa el desarrollo y por ello durante décadas hemos dejado que construyan uno que les sirve a ellos y se sirve de los argentinos. Así es como se impuso que “ajustar” el exceso de gasto público es recesivo. Por lo tanto, para sostenerlo, aumentan los impuestos sobre el sector privado productivo que es el que genera los recursos para pagar sus sueldos y gastos propios y los del Estado a través de los impuestos.
Como no les alcanza ni exprimiéndonos a más no poder, además el Tesoro necesita tomar deuda y, como es uno el mercado de crédito de un país, dejan sin financiamiento a los que invierten, producen y consumen.
O sea, para mantener el tamaño del Estado, se achica (ajusta) al que produce y da trabajo productivo. Por eso, cada vez se genera menos de este último; por que los políticos “generosos” agrandan el gasto estatal tomando más empleados públicos innecesarios. A estos hay que pagarlo, así que le quitan más recursos al sector privado, haciendo que le vaya peor, incentivando a que los gobiernos salgan al rescate de los “excluidos” que cada vez son más en este círculo vicioso de decadencia.
Se ha gestado una idea absurda en la Argentina, de que lo mejor es que el gasto público aumente para beneficiarnos con él; porque otro terminará pagando la cuenta. La realidad es que, en los últimos casi 20 años, el Estado creció tanto que la presión tributaria necesaria para sostenerlo terminó alcanzando a la mayor parte de la sociedad. Cabe tener en cuenta que, en el precio de la gran mayoría de los bienes y servicios, la proporción que se paga de impuestos es mayor al 40% e, incluso, del 50%. Así todo termina siendo muy caro, por lo que se vende y se produce menos, empobreciendo al conjunto de los argentinos, que ya están dándose cuenta de qué es lo que anda mal.
REFORMA Y VOTO
Por eso se necesita una reforma del Estado que lo ponga al servicio de los ciudadanos y que, además, lo puedan pagar con un nivel de impuestos razonable. Para ello, los primeros que tienen que cambiar son los habitantes de Argentina.
Día a día, la gran mayoría de ellos hacen un gran sacrificio administrando austeramente sus hogares para así evitar que sus familias pasen adversidades. Sin embargo, votan políticos que prometen despilfarrar desde el Estado y llevan el país de crisis en crisis, diluyendo el sacrificio hecho por las familias y destruyendo su nivel de vida. Así que los invito a probar votando a quienes nos prometan administrar las finanzas del sector público con la misma austeridad y responsabilidad que lo hacemos en nuestras casas. Si lo hacemos, que no nos asombre ver que la Argentina cambia de rumbo, brindando más oportunidades de progreso y bienestar para todos.