Chile, ¿un suicidio político?

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Doctor en Administración por la Universidad Católica de La Plata y Profesor Titular de Economía de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. Sus investigaciones han sido recogidas internacionalmente y ha publicado libros y artículos científicos y de divulgación. Se ha desempeñado como Rector de ESEADE y como consultor para la University of Manchester, Konrad Adenauer Stiftung, OEA, BID y G7Group, Inc. Ha recibido premios y becas, entre las que se destacan la Eisenhower Exchange Fellowship y el Freedom Project de la John Templeton Foundation.

LA NACIÓN Circula en las redes un cuadro con datos del Banco Mundial que muestran que el PBI per cápita de Chile creció un 161% en el período 1980-2020, lejos de Colombia, que se encuentra en el segundo lugar, con 95%; Uruguay, con 92%, y la Argentina, con 7,5% (solo por encima de Venezuela, -76%). Sin embargo, los chilenos parecen haberse decidido a dejar ese modelo, en un caso muy raro en que los que van adelante quieren inspirarse en los que van últimos. Se suele mencionar que la razón de ese cambio sería un aumento de la desigualdad, pero si vamos a tomar un dato generalmente aceptado, como lo es el coeficiente de Gini, que mide a todos los países dentro de un rango de total desigualdad (1) y total igualdad (0), en los 30 años de ese indicador la desigualdad en Chile ha caído de 57,20 en 1990 a 46,60 en 2017, el último dato.

Durante estos treinta años Chile ha ocupado el primer lugar en términos de calidad institucional entre los países de América Latina, ubicándose entre los puestos 20 a 25 en el ranking mundial del ICI publicado por Relial y la Fundación Libertad y Progreso, seguido de Uruguay y Costa Rica.

Sin embargo, los chilenos parecen haberse decidido a abandonar eso y cometer algo así como un suicidio político en masa. ¿Puede ser así? ¿Qué es lo que pasa por sus cabezas? Alguien podría decir que, una vez alcanzado cierto nivel de riqueza, ahora quisieran seguir un modelo, digamos, “nórdico”. Pero para eso ya tuvieron la oportunidad con Lagos o Bachelet. Boric llega con un mensaje más posmarxista, antiliberal, y más cercano al populismo bolivariano. Es cierto que moderó su programa para recibir el apoyo de la democristiana Provoste y de Ominami, pero allí están unos 200.000 millones de dólares de los ahorros en los fondos de pensión como un trofeo que ya ha manifestado estar dispuesto a tomar para liquidar el sistema.

No es eso lo que sorprende, sino que la gente haya votado dispuesta a entregar sus propios fondos contra la promesa de un Estado benefactor que ya ha quebrado su sistema de pensiones en el pasado y lo ha hecho varias veces en el nuestro. ¿Qué es lo que ha llevado a los chilenos a pensar eso?

No es nada fácil saber lo que piensan. Una elección es la mayor encuesta posible, pero sería arriesgado decir que piensan como Boric. Una elección es una decisión colectiva realizada en la muestra más amplia que podamos encontrar, pero poco nos dice acerca de lo que piensan los votantes. ¿Los que votaron a Boric también piensan que Israel es un Estado genocida? Una encuesta, por el contrario, selecciona una muestra representativa de personas a encuestar, pero les realiza una serie de preguntas de las que puede obtenerse una mejor comprensión de lo que piensan. Aunque la encuesta tampoco es certera, ya que muchas veces las preguntas implican gastos que no se asumen. Por ejemplo, nada me cuesta elegir que hay que gastar cien millones de dólares en protección ambiental en vez de cien dólares; pero si tuviera que dar los datos de mi cuenta bancaria, es probable que elija la segunda.

El mercado también es un lugar donde se expresan las preferencias de la gente, con la ventaja adicional de que allí hay que “poner”, no solamente hablar. Los mercados suelen generar buenos pronósticos, aunque no siempre aciertan, el peso chileno se ha devaluado de 700 a 1 contra el dólar en mayo de 2021 a 871 a 1 en estos días. Los mercados bursátiles cayeron luego de la elección, algo esperable, pero se mantienen atentos a las próximas novedades, en particular a la conformación del equipo económico del nuevo gobierno.

A mediados de septiembre, el Centro de Estudios Públicos (CEP) dio a conocer su prestigiosa encuesta anual, en la que preguntó sobre la confianza en las instituciones. En último lugar aparecen los partidos políticos (4%), algo mejor el Congreso (8%), el gobierno (11%) y el Ministerio Público (12%), lo que muestra un gran fracaso de la política tradicional en ese país y en particular de los partidos que apoyaban el marco institucional existente. Lideran la confianza las universidades, con 47%, seguidas de las radios (38%), la policía (36%), las Fuerzas Armadas (30%), las municipalidades (29%) y Carabineros (26%). En séptimo lugar está la Convención Constitucional (24%).

La encuesta muestra también que la percepción de los encuestados acerca de si el país estaba progresando o estancado era aproximadamente similar hasta 2014 (45% cada una) y se desploma en el primer caso desde allí, durante los segundos gobiernos de Bachelet y Piñera, siendo un 60% los que creen que está estancado y solamente un 20% los que creen que está progresando.

Obviamente predominaba un sentido de frustración que Boric pudo canalizar, tal vez generando una imagen más cercana a ese mundo universitario tan prestigiado que al mundo político tradicional, aunque esa relación sea falaz, ya que Boric ha sido más que nada un dirigente estudiantil, y luego político; uno que, si bien terminara de cursar su carrera de Derecho en la Universidad de Chile, nunca llegó a egresar porque no realizó el trabajo final de grado requerido.

La calidad institucional que Chile ha mostrado en las últimas décadas será ahora puesta a prueba. Calidad institucional es, en otras palabras, límites al poder. El nuevo gobierno carece de una mayoría propia en el Congreso, donde las fuerzas tradicionales de la Concertación y la derecha tradicional han perdido posiciones, pero la calidad institucional es más que eso: es la división de poderes, la independencia de la Justicia, la libertad de expresión, las garantías individuales, el respeto al derecho de propiedad, la libertad para realizar contratos, para disponer de la propiedad a través del comercio local e internacional, una moneda estable.

El cambio institucional es siempre relativamente lento, aunque es posible. Hace cuarenta años Estonia era parte de la Unión Soviética, hoy se encuentra en el puesto 16 del ICI antes mencionado. Pero el cambio es necesariamente gradual. La izquierda planteó originalmente realizar cambios revolucionarios, pero no tuvo éxito en ningún caso. Hoy ha asumido la gradualidad, pero cuando inicia ese camino se entrona en el poder y bloquea su salida, tal como muestran Cuba, Venezuela, Nicaragua. Ese será el test para los chilenos.

¿Se verán atrapados en ese circuito descendente del cual no se puede escapar? Como en el viejo cuento, cuando se arroja una rana a una olla de agua hirviendo, salta; pero si se la pone en agua fría y se la hace calentar, muere hervida. La temperatura ha comenzado a subir en Chile, hay que ver si sigue subiendo, no está claro si el nuevo gobierno podrá aumentar la temperatura. Y en tal caso si la rana, o más bien los chilenos, saltan.