Del capitalismo autárquico al capitalismo dinámico

Jefe de economía de Libertad y Progreso

Jefe de economía de Libertad y Progreso. Profesor Economía Internacional en Universidad del CEMA, Profesor ayudante de Análisis Económico y Financiero en la Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires,Asesor en la Secretaria de Comercio Exterior la Nación yAsesor Secretaria de Comercio de la Nación.

Mg. en Economía y Lic. en Economía Universidad del CEMA

DATA CLAVE ¿Por qué crecen los países? ¿Por qué a algunos les va bien y a otros no? En el seno de estas preguntas se encuentra el debate sobre cuáles deben ser las instituciones económicas, es decir, los incentivos que se generan en las economías. En el ranking de Calidad Institucional de la Fundación Libertad y Progreso, sobre 192 países, el sistema económico argentino está en el puesto 142.

¿Hacia dónde avanzar? Empecemos por una obviedad, las buenas instituciones económicas son las que generan un crecimiento inclusivo. Y el mejor sistema institucional que el hombre ha ideado para lograr este objetivo es el capitalismo.

Pero cuidado, no todos los capitalismos son iguales. Argentina es un país capitalista y, sin embargo, para diciembre de 2023 habremos acumulado 12 años de estancamiento económico, parate en el empleo formal y caída del ingreso por habitante. ¿Es que somos especiales y el capitalismo no funciona en nuestro país?

Profundicemos un poco más. En los últimos 50 años en Argentina se ha desarrollado un sistema que puede llamarse capitalismo autárquico y dirigista. Desde los fines de la Segunda Guerra Mundial, nuestro país viene aplicando, a grandes rasgos, un modelo económico que, si bien es capitalista, destaca por una importante intervención estatal y por tener un conjunto de reglas que aíslan a la economía del resto del mundo.

Los nombres a lo largo del tiempo fueron cambiando, pero tal vez el más apropiado (y reconocido) es el de industrialización por sustitución de importaciones, la famosa ISI. Incluso hoy, los ministros del gabinete siguen proponiendo e implementando medidas tendientes a este objetivo.

Al amparo del proteccionismo y la intervención del Estado, el sistema genera incentivos a que las empresas busquen maximizar las rentas en mercados protegidos y/o regulados. Lejos de la competencia internacional. Esto en general genera un shock inicial positivo, en especial en los sectores protegidos, que suelen ser mano de obra intensivos.

No obstante, en pocos años se empiezan a ver las falencias. Además, a medida que el mercado interno se satura, se frena el crecimiento vía economías de escala. Y también, al no haber competencia internacional ni una conexión fluida con los mercados externos, se reducen los incentivos a la innovación y la acumulación de capital, que son la base del crecimiento de los países.

Si bien hay algunos sectores exceptuados, al final del camino nos encontramos con un importante porcentaje de empresas no competitivas y estancamiento en la generación de empleo. Cuando se llega a esta situación, el sector público toma la posta, absorbiendo empleo e incentivando la demanda. Pero con una economía estancada, el financiamiento del gasto se hace cada vez más difícil. Nuevamente, el rol expansionista del Estado tiene sábana corta.

La secuencia que acabamos de describir, que se aplica al caso argentino, también nos sirve para mostrar que la salida en Argentina es institucional. No alcanza con el equilibrio fiscal, sino que hay que reformar los incentivos, las instituciones económicas del país, migrando del capitalismo autárquico al capitalismo dinámico.

Un sistema de reglas que promueva la competencia, interna y con el mundo, donde el Estado sea un garante del sistema mas que un interventor. Estas son reformas que van más allá de la contabilidad pública, sino que van al núcleo del sistema argentino. Difíciles y profundas, son estas reformas las que nos auguran un mejor futuro.