Eugenio Marí
Jefe de economía de Libertad y Progreso. Profesor Economía Internacional en Universidad del CEMA, Profesor ayudante de Análisis Económico y Financiero en la Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires,Asesor en la Secretaria de Comercio Exterior la Nación yAsesor Secretaria de Comercio de la Nación.
Mg. en Economía y Lic. en Economía Universidad del CEMA
MERCOJURIS El éxito de la selección argentina de futbol en el Mundial de Qatar 2022 nos llama a replicar ese modelo en todos los aspectos de nuestro querido país. Para repensar la política económica, el futbol y el armado de la selección nos dan poderosas lecciones sobre como la competencia y la apertura son el mejor camino para la excelencia, el desarrollo y el triunfo.
En futbol argentino se comporta como una economía abierta y competitiva. Hay una elevada movilidad a nivel interno y externo de los jugadores y cuerpo técnico. Los contratos son flexibles y, en general, incluyen cláusulas que atan la remuneración a la productividad (por ejemplo, a los goles en el caso de los delanteros). Los jugadores están sujetos a los incentivos del mercado casi sin excepción; los mejores obtienen los mejores contratos sin que exista un subsidio al ‘mal jugador’. La regulación, si bien existe, prioriza los resultados de la negociación a nivel individual entre el jugador y el club. Y la integración internacional es muy elevada; los 26 integrantes de la selección mayor jugaron en el exterior en algún momento de su carrera.
Todo esto configura un set de incentivos que premia el esfuerzo, la innovación y el rendimiento. Valores que hacen directamente al desarrollo. Acemoglu, Johnson y Robinson identificarían rápidamente que no estamos hablando de otra cosa más que de las instituciones.
Sin embargo, lo que hacemos en el futbol no lo hacemos en otros mercados. La potencialidad argentina no está solo en el deporte, sino que también la vemos en la agroindustria, en los servicios basados en el conocimiento, la minería y el desarrollo nuclear. Y también en el diseño y textiles argentinos que van al mundo, en las autopartes y la maquinaria.
Para todos estos sectores, en lugar de poner reglas de juego como las que nos han dado el campeonato del mundo en futbol, hacemos justamente lo contrario.
El Estado interviene en casi todos los mercados con regulaciones que muchas veces son excesivas y van en detrimento de la eficiencia y el esfuerzo privado. También entra de lleno en las negociaciones salariales; hablar de cláusulas de productividad en nuestro país está mal visto (aunque como dijimos, en el futbol es usual).
En otros casos, directamente se subsidia la mala performance. Esto ocurre con gran cantidad de empresas públicas, como Aerolíneas Argentinas o Yacimientos Carboníferos Río Turbio. Y también mediante el subsidio al ‘no trabajo’ o la asistencia social sin criterios de control ni incentivos a la mejora.
Y, finalmente, en términos de integración estamos entre las economías más cerradas del mundo. Un jugador argentino del sector agroindustrial que quiere salir a jugar al mundo tiene costos y barreras tales que no puede hacerlo. Mientras que el mercado local, se encuentra blindado de la competencia internacional.
Nuestra política económica de subsidios, regulación, intervención y proteccionismo no han lastimado la performance de los demás países, sino la nuestra. Lo bueno que vemos en nuestro futbol y nuestra selección debemos extenderlo a todos los sectores económicos y actividades. Y es que la competencia, la flexibilidad y la integración internacional son poderosos motores para el desarrollo.